Tales insectos aparecen en la Biblia hasta en diez ocasiones distintas, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento
No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Mateo 6: 19-20.
Antiguamente, los zoólogos clasificaban a los insectos llamados Lepidópteros (literalmente, alas cubiertas de escamas) en dos grandes grupos, el de las mariposas diurnas y el de las polillas nocturnas.
Aunque dicha clasificación fue modificada posteriormente, lo cierto es que hasta hoy vulgarmente se sigue llamando “polilla” a toda mariposa nocturna de esas que se ven revolotear alrededor de las farolas u otros puntos de luz. A este grupo pertenece también la doméstica polilla de la ropa.
Tales insectos aparecen en la Biblia hasta en diez ocasiones distintas, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento (Job 4:19; 13:28; 27:18; Sal. 39:11; Is. 50:9; 51:8; Os. 5:12; Mt. 6-19-20; Lc. 12:33 y Stg, 5:2).
Siempre considerados como una plaga capaz de destruir ciertos materiales valiosos que se guardan en las viviendas humanas, como tejidos, pieles, papel, restos orgánicos, etc.
En realidad, se trata de una familia cosmopolita de pequeñas mariposas que presentan la cabeza cubierta de minúsculos pelitos, con una espiritropa de reducido tamaño y largos palpos maxilares.
Las orugas -llamadas gusanos en el libro de Isaías (51:8)- protejen su frágil cuerpecillo mediante una vaina hecha de seda y fragmentos de su entorno, como puede apreciarse en la imagen que tomé.
Son muy pequeñas, ya que miden entre 11 y 25 milímetros de longitud, pero, a pesar de este reducido tamaño, son las verdaderas causantes de su mala fama, ya que perforan la ropa y hacen considerables estropicios en las vestimentas humanas. De ahí la necesidad de colocar productos químicos antipolillas en los armarios.
Diversas especies de estas mariposas han acompañado al hombre desde tiempos prehistóricos. Les gusta instalarse en casas, almacenes, establos y también en los nidos de las aves. Suelen ser más abundantes en ambientes donde habitualmente falta la limpieza.
Como la temperatura de dichos hábitats es más o menos constante, allí pueden reproducirse en cualquier época del año. Su color blanquecino y pequeño tamaño hace que sea difícil observarlas ya que pasan fugazmente miestras vuelan.
Es más fácil descubrir las larvas o sus vainas en los tejidos afectados o colgando de techos y paredes. Fue precisamente así como encontré esta polilla blanquecina posada en el techo, durante una cálida noche de verano. Me subí a una escalera y le tomé unas cuantas instantáneas.
Sin embargo, no todas las polillas o mariposas de la noche presentan colores blanquecinos y apagados. Algunas, como por ejemplo esta espectacular Samia cynthia, cuya oruga se conoce como el gusano de seda del ricino, posee bellos colores.
Sus alas son grandes ya que pueden superar los doce centímetros. Aunque es originaria de China y Corea ha sido introducida por los cinco continentes. El dibujo de sus alas que recuerda un ojo de vertebrado le resulta muy útil.
Al agitarlo temblorosamente simula la cabeza de una serpiente, con lo que intimida a posibles depredadores. Las hembras pueden poner hasta 300 huevos.
Las antenas plumosas de los machos son capaces de detectar las feromonas de las hembras dispersas en el aire hasta varios kilómetros de distancia para localizarlas en plena oscuridad nucturna.
El ejemplo bíblico de las polillas sigue siendo muy significativo hoy, en esta sociedad materialista que nos estimula continuamente para atiborrarnos de objetos que verdaderamente no necesitamos.
Sin embargo, frente al consumismo desbocado, el ser humano debe plantearse cuál es el verdadero sentido y el valor de su vida. Para el creyente, acumular tesoros en la tierra como único fin de la existencia, es algo básicamente necio, según la perspectiva del Señor Jesús.
Primero, porque pueden perderse. Una minúscula oruga es capaz de acabar con el papel de cualquier billete bancario, de la misma manera que perfora un vestido. Pero también, una crisis económica global o algún desequilibro político y social en el país, tienen el mismo resultado.
En segundo lugar, los tesoros contribuyen a comprometer nuestra lealtad al Evangelio porque tienden a ocupar ese lugar del alma que sólo le pertenece a Dios.
Y, en fin, pueden perjudicar la salud ya que en ocasiones aceleran nuestro pulso produciéndonos estrés y ansiedad del alma.
No es sabio adorar tesoros terrenales. Es mucho mejor depositar nuestro auténtico tesoro, la propia vida, en el más allá, donde no existe oxidación ni polilla alguna capaz de destruirlo.
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