“Mary Magdalene” se divide en tres actos. Los personajes principales son el tribuno romano Lucius Verus, el filósofo Annceus Silanus, Appius y Coelius.
Este episodio evangélico sobre María Magdalena constituye una pieza dramática en tres actos. Aunque estrenada en 1913, fue escrita tres años antes.
Al igual que la novela, el teatro es también una definición de acciones. Cuando un autor quiere escribir teatro parte de una idea, crea unos personajes y luego inventa una situación.
Es lo que hace Maeterlinck en la obra que estoy comentando.
Maurice Maeterlinck nació el 29 de agosto de 1862 en Gante (Bélgica) y murió en Orlamonde (Suiza) el 5 de mayo de 1949. Estudiante con los jesuitas, abandonó pronto la profesión forense, a la que le indujera la tradición familiar, y se dedicó por completo a la literatura.
Escribió poesía, ensayo, novela y obras de teatro, en mayor número que los géneros anteriores. Su estudio sobre el dolor humano le sumergió en una crisis existencial. Ello dio lugar a partir de 1896 a tres libros sobre el sufrimiento.
Ese mismo año abandonó Bélgica y se instaló en Francia, en la región de Normandía. Escribió siempre en francés. Aún así, no quiso ingresar en la Academia Francesa por no verse obligado a renunciar a la nacionalidad belga. En 1911 fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura.
Su “Mary Magdalene” se divide en tres actos. Los personajes principales, además de María Magdalena son el tribuno romano Lucius Verus, el filósofo Annceus Silanus, Appius y Coelius.
También intervienen, con menos presencia, José de Arimatea, Marta, María y Lázaro, los tres hermanos de Betania, Nicodemus y un amplio grupo de hombres que fueron curados por Jesús de diferentes enfermedades en el curso de su ministerio.
Aunque en la obra de Maeterlinck hay invención y alguna fantasía, normal en un drama teatral, a su favor cuenta el respeto a las narraciones evangélicas y el horizonte que existe entre su obra y las actuales novelas que lo trastornan todo, la Biblia, la Historia, la Geografía, la Moral, las relaciones entre seres humanos, la diferencia sin medida entre lo humano y lo divino.
El drama del Premio Nobel no hace de tres mujeres, María de Betania, la supuesta pecadora de Lucas capítulo 7 y la Magdalena una sola y misma mujer, como ocurre en otros libros sobre la primera persona que vio al Jesús resucitado.
El drama del Premio Nobel hace diferencia clara entre María de Betania y María de Magdala. Por un instante, en conversación con el filósofo Silanus, Magdalena parece sentir celos de la hermana menor de Marta.
El drama del Premio Nobel no empareja sentimentalmente a Jesús con María Magdalena. Ni una palabra en torno a la supuesta boda que se inventó Dan Brown en 2004 con su “Código Da Vinci”, ni el nacimiento de una hija o de un hijo, como inventan otros.
El drama del Premio Nobel no envía a la Magdalena a Marsella ni a otro lugar de Francia, haciéndola morir en tierras europeas. La última vez que Maeterlinck la menciona, en las páginas finales de la obra, María Magdalena llora su dolor en Jerusalén.
Una licencia que se toma el autor belga es situar a María Magdalena viviendo en un palacio en Betania, con mucho lujo, valiosas joyas, caros vestidos, rodeada de esclavos.
Desde tiempos primitivos del Cristianismo se ha escrito que el apellido Magdalena le venía de su lugar de nacimiento, Magdala. Esta era una aldea de pescadores en la ribera occidental del Mar de Galilea.
La Magdalena era judía, galilea. El autor del drama pone en su boca frases de desprecio hacia los judíos y sus libros sagrados. Dice al filósofo Silanus:
“No me hable usted de libros sagrados. Los detesto, como detesto todo lo que proviene de esa sórdida, codiciosa y malvada nación”.
Lars Muhl y otros autores presentan a María Magdalena enamorada de Jesús. José María Vargas Vila dice que lo estuvo de Judas. Para Maeterlinck, el primer gran amor de la Magdalena fue el tribuno romano Lucius Verus.
Ella y él se conocieron en Antioquia. Cuando se reencuentran en Jerusalén, Verus le confiesa que siempre estuvo enamorado de ella, muy enamorado, hasta los límites del corazón. La amaba y la deseaba. En conversación con Silanus, le dice:
“La deseo, aún la deseo, como nunca he deseado a otra mujer”.
Confundida, debatiéndose en un mar de dudas y dejándose abrazar por Verus en la casa de Silanus, Magdalena afirma que no conoce la dirección de sus sentimientos:
“He vivido entre amores falsos de los que otros se han aprovechado… En vano buscaba mi corazón e ignoraba mis sentimientos. Ahora no me conozco a mí misma. No sé quién soy”.
Su primer contacto con Jesús es simplemente visual. Magdalena se encuentra en casa del filósofo Silanus. A través de la ventana abierta en la sala que ocupan llegan de la calle ruidos, voces que gritan, palabras que cada vez se hacen más positivas y precisa:
“Por aquí, ven pronto, hacia la derecha, está ahí, sale de la casa de Simón, guía al ciego, dicen que va hablar…”.
Magdalena: “todas las calles están llenas de gentes que corren como locas”.
Appius: “se diría que salen de las piedras”.
Coelius: “pero ¿qué pasa? Muchos desaparecen tras los olivos”.
No se ve a Cristo. Sólo se escucha La Voz. “Bienaventurados los pobres de espíritu”. La Voz completa las bienaventuranzas que se encuentran en el capítulo 5 del Evangelio escrito por San Mateo.
Magdalena: “Quiero ir donde está la multitud”. Baja. Se une a la gente. La reconocen. Le gritan. La insultan. Quieren pegarle. Se escucha de nuevo La Voz: “el que de vosotros no tenga pecados que le arroje la primera piedra”.
Jesús la mira fijamente un instante, sin hacer caso a la multitud, Magdalena permanece erguida ante Él. Las miradas se encuentran. En la de Él hay una forma de lenguaje. En la de ella se advierte una especie de súplica.
A partir de este incidente la vida de María Magdalena se transforma. Cuerpo y alma adquieren una dimensión espiritual.
Vende sus posesiones, las reparte entre los pobres y ella misma vive en la pobreza. Se une al grupo de personas que siguen a Jesús. Pronto se convierte en una líder. En un largo párrafo con Verus le dice que ha nacido de nuevo a través de Jesús. Y añade:
“Me preguntas por lo que Él me ha dado. Lo que me ha dado es mucho más que su vida. Vive más en nuestros corazones de lo que vive en sí mismo. No sé nada más. No veo nada más. No entiendo nada más… Si no fuera Él, si se tratara de algún otro, no tendría esta fuerza que mi espíritu posee”.
El tercer acto de la obra transcurre en casa de José de Arimatea. Jesús ha sido detenido y lo llevan a la cruz. Magdalena está decidida a liberarlo por la fuerza, pero no encuentra más que almas timoratas que tienen miedo.
Sólo espera ayuda de Verus. Este le dice que liberando a Jesús se arriesga a las iras de César. Pero está dispuesto a hacerlo a cambio del amor de ella. Tiene que elegir entre su amor o la muerte de Jesús. Responde al tribuno:
“No me pidas lo imposible. Yo seré tu esclava, viviré a tus pies, te serviré de rodillas por el resto de mis días. Pero dame su vida sin destruir la mía, sin manchar mi nueva vida”.
El drama de la cruz se cumple hasta el final. El tribuno romano no cede. Llegan a la casa hombres y mujeres que fueron beneficiados por Jesús. Insultan a la Magdalena. La llaman traidora. La acusan de estar de parte de los romanos.
“Ella lo vendió –gritan unos. Estaba con Judas”. “¿Cuánto dinero recibiste?”, pregunta otro. “¿Dónde está el dinero?”. El hombre a quien Jesús curó de una mano seca se alza sobre los demás y grita: “Nosotros sufrimos; ella también debe sufrir. No saldrá de aquí con vida”.
Arrecian los insultos contra Magdalena. Ella permanece acurrucada en un rincón. Sin pronunciar palabra.
Cae el telón que marca el final de la obra dramática.
“MARY MAGDALENE”, por Maurice Maeterlinck, Dodd, Mead y Compañía, Nueva York 1910, 180 páginas. (El material empleado en la redacción de este artículo ha sido traducido de la edición inglesa por el autor del mismo).
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