Lo que llegó a la América hispano-católica, explica la autora, fue una caricatura del reformador.
En la primera sección de su amplio documento (“La necesidad de comprender a Lutero en América Latina”), la doctora Alicia Mayer González explica sólidamente las razones por las que el conocimiento de Lutero es importante para esta región del mundo:
El conocimiento de Lutero es aún más importante en América Latina hoy en día, ahora que está conectado con el mundo entero y necesita de entendimiento y discernimiento de la tradición luterana en desarrollo, la cual ha reflexionado sobre cuestiones teológicas, éticas y políticas de una manera distinta del catolicismo. Esto es particularmente crucial en un hemisferio cada vez más marcado por la pluralidad confesional, diversas denominaciones cristianas, iglesias pentecostales, grupos carismáticos e influencias mixtas hispanas, indígenas, asiáticas y afroamericanas. América Latina es un espacio donde la expresión “multiplicidad reconciliada” tiene sentido. La verdad del Verbo Divino se presenta de diferentes maneras y experiencias en muchas iglesias que se enriquecen mutuamente. (p. 2, traducción propia)
Y precisamente esta pluralidad aludida tan directamente es una de las causas por las que el reconocimiento de la influencia de Lutero debe ser ampliamente explorada, a fin de colocarla en su justa dimensión como parte de una serie de procesos de transformación que se hicieron más visibles durante la segunda mitad del siglo XIX. Mayer comenta que, en efecto, las diferentes interpretaciones de la figura del reformador en el subcontinente obedecieron a circunstancias históricas. El enorme rechazo de que fue objeto fue resultado de una gruesa capa religiosa situada en el bando contrario de la Reforma Protestante:
Los países colonizados por España y Portugal en el siglo XVI cargan ahora con 500 años de un bagaje espiritual católico en el que por periodos largos la naturaleza agresiva de la llamada Contrarreforma fomentó aún más el odio contra el “heresiarca incorregible”. Lutero fue para los católicos latinoamericanos sinónimo del mal, la transgresión, el desafío y la inmoralidad y se le responsabilizó de causar desorden e inestabilidad en Europa. La interpretación tridentina de Lutero que prevaleció en América Latina trató de neutralizar su capacidad de dañar la conciencia católica convirtiéndolo en el archienemigo por excelencia de todo lo que es propiamente católico. Esto fue hecho mediante calumnias, no por compromiso con cuestiones doctrinales. (pp. 2-3)
Lo que llegó a la América hispano-católica, puntualiza la autora, fue una caricatura del reformador. La negación de su persona y de su labor teológica iba a la par con ataques directos a todo lo que oliera a cambio religioso. La fuerza que alcanzó la Contrarreforma en estos países fue arrasadora, pues todo lo que estuviera relacionado con el protestantismo era visto como contrario a la identidad religiosa y espiritual impuesta por los conquistadores españoles y portugueses. Si hoy los historiadores, teólogos (católicos y protestantes, por igual), filósofos, científicos sociales, entre otros estudiosos, estudian a Lutero, eso se debe a la importancia que adquirió con el paso del tiempo.
La segunda sección, “La reputación de Lutero antes del siglo XX”, explora el hecho de que el ex fraile agustino no estuvo nunca ausente de la historiografía latinoamericana, a pesar de los embates en contra de su trabajo intelectual y religioso. Así, desde el mismo siglo XVI, especialmente en lo que serían México y Perú, fue visto como el culpable de la ruptura de la unidad de la iglesia occidental. El franciscano Jerónimo de Mendieta, en su Historia Eclesiástica indiana (1559), “observa que el gran héroe de la conquista de México, y el ex monje Lutero nacieron el mismo año (Mendieta afirma que en 1483, aunque se ha establecido que Cortés nació en 1485), aunque para propósitos radicalmente diferentes. Mientras que Lutero sería el responsable de la fractura religiosa en Europa que produjo la pérdida de muchas almas de la iglesia católica, Cortés llevó incontables nativos indígenas, presas de las sombras y el olvido, a la fe verdadera”. Posteriormente, el también franciscano Diego Valadés, en su Rhetorica Christiana (1579), “se complació en conferir a Lutero el ominoso título de ‘Archihereticus Maledictus in Germania’”.
Esa misma línea se siguió durante varios siglos, hasta llegar al XIX, en el que, no obstante, Lutero fue un tema secundario. En el periodo de las luchas de independencia y, posteriormente, al surgir las nuevas naciones, el catolicismo que las cobijó continuó en su rechazo del reformador y hereje. En 1811, en plena guerra de independencia en México, la Inquisición apresó a un hombre que expresó: “Lutero, a pesar de ser un heresiarca, tuvo algunas buenas críticas” (énfasis agregado). Con todo, el estereotipo en que se le ubicó, no desapareció, aunque algunos intelectuales como el argentino Juan Bautista Alberdi lo reconocieron como “heraldo del gobierno representativo”. Las comunidades que se trasplantaron a los nuevos países contribuyeron a modificar la percepción que se tenía del reformador alemán, además de que grupos religiosos protestantes entraron como parte de la expansión comercial, sin detrimento del catolicismo conservador que predominaba por todas partes.
Incluso en la literatura fueron apareciendo referencias a Lutero, en obras de autores conservadores o liberales. Es el caso del positivista mexicano Porfirio Parra (1854-1912), con Lutero: cuadro dramático en un acto y en verso, de Tomás Carrasquilla (1858-1940), con su novela Luterito (1899), que identificó al personaje heterodoxo con la atmósfera ideológica de la guerra civil en Colombia “encarnado” en el Padre Casafús.[1] Por su parte, a inicios del siglo XX, el reformador atrajo la atención de escritores de primer nivel: Rubén Darío, José Martí y Amado Nervo. Este último lo describió como “ese hombre de cara redonda y plácida, el enamorado de Katharina Bora, el formidable reformador” (Cuentos y crónicas. México, UNAM, 1993, p. 266), como parte de una crónica dedicada a Zúrich, la ciudad de Ulrico Zwinglio. Allí encuentran su lugar otras obras como la del alemán Federico Fliedner, Martín Lutero: emancipador de la conciencia, publicada en España en 1878 y en 1913, y en México en 1949 y 1956.[2] Al fin se podían comenzar a superar los estereotipos diseminados por historiadores alemanes como Heinrich S. Denifle y Hartmann Grisar. No obstante, O Diabo, Lutero e o Protestantismo (1937), del sacerdote belga-brasileño Júlio Maria de Lombaerde, persistió en la reiteración de calumnias, en esa fecha tan posterior.[3]
Se abría, entonces, la posibilidad de reinterpretar a Lutero con otros criterios religiosos, teológicos y culturales, lo cual se llevaría a cabo hasta el siglo XX, cuando comenzaron a circular sus obras en castellano y portugués, y nuevos analistas intentaron comprender mejor su persona y su legado.
[1] Cf. la tesis de maestría en Filosofía, de Juan Esteban Londoño, Casafús era rojo: un malvado, un hereje”. identificación político-religiosa en Luterito, de Tomás Carrasquilla. Medellín, Universidad de Antioquia, 2013, www.academia.edu/10284899/_CASAFÚS_ERA_ROJO_UN_MALVADO_UN_HEREJE_._IDENTIFICACIÓN_POLÍTICO-RELIGIOSA_EN_LUTERITO_DE_TOMÁS_CARRASQUILLA.
[2] En España existe una fundación que lleva el nombre de Fliedner: www.fliedner.es. Ha publicado algunas obras relacionadas con la Reforma Protestante.
[3] Cf. el sitio Obras do Pe. Júlio Maria de Lombaerde, http://obraspejulio.blogspot.mx/p/quem-foi.html.
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