La precisión cuántica de la navegación de las aves, las ballenas o los renos, sólo puede deberse a una inteligencia superior a la nuestra y no a la de la evolución al azar.
Desde siempre el ser humano se ha sorprendido al comprobar el misterioso instinto de ciertos animales.
¿Cómo saben las cigüeñas -como ésta que capté en el Empordà (Girona)- y el resto de las aves migratorias, el rumbo que deben tomar para llegar a sus destinos de invierno?
¿Quién le dice a la mariposa monarca que viaje más de ocho mil kilómetros, desde el territorio mexicano hasta los bosques canadienses, teniendo en cuenta que requerirá hasta cuatro generaciones de descendientes para completar tal periplo?
¿De quién ha aprendido la tortuga marina laúd, que nace en el Caribe y nada sola hasta el norte de América o a las costas de África, sin haber estado nunca allí, para alimentarse de medusas, recorriendo así unos 16.000 kms? Y lo mismo puede decirse del comportamiento de ballenas, renos, gansos, golondrinas, salmones o libélulas.
Hasta hora se sabía que muchos seres vivos carentes de relación, desde las diminutas bacterias hasta los más grandes mamíferos, poseen minúsculas partículas de magnetita en sus organismos.
Los biólogos daban por supuesto que estos pequeños fragmentos de hierro magnetizado eran la clave para explicar el sentido geomagnético de los organismos migratorios. Sus células detectaban tales cristales férricos, cuando se alinean según el norte magnético de la Tierra, y actuaban así como microscópicas brújulas.
No obstante, esta hipótesis puede que sea solamente una parte de la verdad porque recientemente se ha visto que la cosa es mucho más complicada de lo que parece. En efecto, se ha constatado la existencia en dichos animales de ciertas proteínas que poseerían átomos de hierro en sus estructuras.1
Los criptocromos son proteínas fotosensibles presentes en la retinas de ciertos organismos que responden a la luz azul o verde. Se cree que como respuesta a dicha luz forman pares de radicales libres, interactuando con proteínas ricas en hierro. Esto relacionaría la magnetorrecepción con la visión y con los ritmos circadiarios (cambios de conducta según la luz del día o la noche).
De manera que el misterio de las migraciones podría residir, según esta hipótesis, en unas sofisticadas biobrújulas microscópicas formadas por proteínas magnéticas y citocromos especiales.
Pero la cosa no acaba aquí. Otro equipo de físicos teóricos de Oxford apoya este modelo de los criptocromos y dice que la magnetorrecepción de tales animales afecta a la comprensión humana de la mecánica cuántica.2
Al parecer, el ruido electromagnético tiene efectos a nivel cuántico sobre el comportamiento de los criptocromos y esto sugiere que los pares de radicales en dichos criptocromos preservan su coherencia cuántica mucho más tiempo de lo que hasta ahora se creía posible.
Cuanto más penetra el ser humano en los entresijos de la naturaleza, más difícil resulta creer que toda esta complejidad y exquisita sofisticación se generaron solas por evolución casual. A pesar de todo, desde el evolucionismo se sigue creyendo que la selección natural de las mutaciones al azar inventó tales estructuras.
El problema para el darwinismo es que no presenta pruebas de ello. No hay evidencias de mutaciones específicas beneficiosas que apareciesen por casualidad y fuesen correctamente seleccionadas.
Nadie explica, paso a paso, cómo aparecieron estas minúsculas brújulas tantas veces en animales tan diferentes, ni cuántos milagros del azar fueron necesarios para ello.
En cambio, resulta mucho más lógico creer que un agente inteligente, al conocer bien la solución de cada problema, haya aplicado la misma respuesta a diversas circunstancias diferentes, una y otra vez.
De manera que, la precisión cuántica de la navegación de las aves, las ballenas o los renos, sólo puede deberse a una inteligencia superior a la nuestra y no a la de la evolución al azar. El Dios creador se hace cada vez más evidente y necesario.
1 Kenneth J. Lohmann, 2016, “Protein complexes: a candidate magnetoreceptor”, Nature, 15 (22 January 2016): 136-138.
2 James Riordon, 2016, “Cryptochrome protein helps birds navigate via magnetic field”, American Physical Society, (27 Feb 2015).
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