Seremos fuertes para nuestra lucha y trabajo espirituales: Jehová el Señor es mi fortaleza (v. 19), la fortaleza de mi corazón.
Un fragmento de "Habacuc, Sofonías y Hageo", de Matthew Henry (2017, Ed. Peregrino). Puede saber más sobre el libro aquí.
La conquista de Canaán; devota confianza (600 a. C.)
Habacuc 3:16-19
En el compás de estas pocas líneas encontramos al profeta en el grado más alto, tanto de temblor como de triunfo, porque tales son las variaciones del estado y del espíritu del pueblo de Dios en este mundo. En el Cielo ya no habrá más temblor, sino triunfos eternos.
I. El profeta había previsto la prevalencia de los enemigos de la Iglesia y la larga continuación de las aflicciones de la Iglesia; y la visión de esto lo hizo temblar (cf. v. 16). Aquí continúa con lo que antes había dicho: «He oído tu palabra y temí (v. 2). Cuando oí los malos tiempos que venían sobre la Iglesia, se conmovieron mis entrañas, y a tu voz temblaron mis labios (v. 16); las noticias me produjeron tal impresión que sufrí una verdadera convulsión». La sangre se retiraba al corazón para socorrerlo cuando estaba próximo a desfallecer, y las extremidades quedaron sin vigor, por eso temblaron sus labios. Más aún, estaba tan débil, tan incapaz de ayudarse a sí mismo, que era como si la pudrición hubiera entrado en sus huesos (v. 16); no le habían quedado fuerzas, ni para permanecer ni para irse; dentro de mí me estremecí (v. 16), temblaba por todas partes, temblaba en su interior; cedió a su temblor, y se turbó, como lo hizo nuestro Salvador (cf. Jn. 12:27): Mi carne se ha estremecido por temor de ti, y de tus juicios tengo miedo (Sal. 119:120). Se compadeció con un tierno interés por las calamidades de la Iglesia, y tembló por temor de que, al final, acabara en la ruina y fuera borrado el nombre de Israel (Sal. 109:13). No pensó que fuera un menosprecio a sí mismo, ni un oprobio a su coraje, sino que libremente reconoció que era uno de aquellos que tiemblan ante la palabra de Dios (Is. 66:2), pues a ellos Dios los mira con favor. Dentro de mí me estremecí; si bien estaré quieto en el día de la angustia (v. 16). Adviértase: cuando veamos que se aproxima un día de aflicción, debemos proveernos en consecuencia, y tener algo en reserva que nos sirva de ayuda para estar reposados en aquel día; y el mejor modo de tener un reposo seguro en el día de la aflicción es temblar en nuestro interior ante la Palabra de Dios y ante las amenazas de esa Palabra. El que tiene gozo reservado para los que sembraron con lágrimas (Sal. 126:5) también lo tiene para aquellos que tiemblan ante él. La buena esperanza por gracia (2 Ts. 2:16) está fundada en un temor santo. Noé, quien, con temor, tembló en su interior cuando fue advertido por Dios acerca del diluvio que se avecinaba (He. 11:7), hizo del arca su refugio en el día de la aflicción. El profeta nos muestra lo que dijo en su temblor. Su temor es que cuando suba al pueblo, cuando los caldeos suban al pueblo de Israel, lo invadirá (v. 16), lo rodeará, irrumpirá en él, y más aún (como se indica en el margen de la VRJ), lo despedazará con sus tropas. El profeta clamó: «Todos estamos perdidos; la nación entera de los judíos se ha perdido y ha desaparecido. Adviértase: cuando las cosas parecen malas, somos demasiado propensos a agravarlas, y a convertirlas en lo peor.
II. El profeta había mirado atrás, a las experiencias de la Iglesia en épocas anteriores, y había observado las grandes cosas que Dios había hecho por ella, y así se recuperó de su espanto, y no solamente recuperó su temple, sino que cayó en un trance de gozo santo, con un categórico non obstante (no obstante) frente a las calamidades que previó venir, y esto no solamente para sí mismo, sino en nombre de cada israelita fiel.
1. Presupone la ruina de todas sus comodidades terrenales y gozos, y no solamente de las delicias de esta vida, sino aun del necesario sustento (cf. v. 17). La hambruna es uno de los efectos habituales de la guerra, y los que, comúnmente, la sienten primero y en mayor grado son aquellos que permanecen sentados y quietos; el profeta y sus piadosos amigos, cuando venga el ejército de los caldeos, serán saqueados y despojados de todo lo que tienen. O presupone que él mismo se verá privado de todo por la sequía y por una climatología adversa, o alguna otra cosa proveniente de la mano de Dios. O, aunque los cautivos en Babilonia no tengan la abundancia de todas las cosas buenas de su propia tierra.
(1) Presupone que los árboles frutales se secarán y serán esté- riles (cf. v. 17); la higuera (que solía proporcionarles gran parte de su alimento; de ahí que leamos a menudo acerca de tortas de higos: 1 Cr. 12:40) no iba apenas a florecer, ni en las vides habría fruto, el fruto del que obtenían su bebida que alegraba el corazón; presupone que faltará el producto del olivo, el aceite que, para ellos, era como la mantequilla para nosotros; el producto del olivo se caerá (según el margen de la VRJ); sus expectativas serán frustradas.
(2) Presupone que faltará el grano; y los labrados no darán mantenimiento; y, aunque el rey mismo está sujeto a los campos (Ecl. 5:9), si las producciones desaparecen, todos sentirán la carencia de ellas.
(3) Presupone que el ganado perecerá por falta del pienso que el campo debería producir y no lo hace, o por enfermedad, o por ser destruido o arrebatado por los enemigos: Y las ovejas sean quitadas de la majada, y no haya vacas en los corrales (v. 17). Adviértase: cuando tenemos pleno disfrute de nuestras comodidades terrenales, debemos considerar que puede llegar un tiempo en que seamos privados de todas ellas y, por tanto, debemos usarlas en consecuencia, sin abusar de ellas (cf. Gn. 41:28-36; 1 Co. 7:29- 30).
2. Decide deleitarse y triunfar en Dios, a pesar de todo; cuando todo ha desaparecido, su Dios no ha desaparecido: Con todo, yo me alegraré en Jehová (v. 18); lo tengo para regocijarme en él, y me regocijaré en él. Destruye las vides y las higueras, y harás desaparecer todo el gozo de un corazón carnal (Os. 2:11-12). Pero aquellos que, cuando estaban llenos, gozaban de Dios en todo, cuando sean vaciados y empobrecidos pueden gozar de todo en Dios, y pueden sentarse sobre el montón melancólico de las ruinas de todas sus comodidades terrenales, y aun pueden cantar para alabanza y gloria de Dios, como el Dios de su salvación. Este es el fundamento principal de nuestro gozo en Dios, que él es el Dios de nuestra salvación, de nuestra salvación eterna, de la salvación del alma; y, si es así, podemos regocijarnos en él como tal en nuestras mayores angustias, porque estas no pueden obstaculizar nuestra salvación, sino solo promoverla. Adviértase: el gozo en Dios nunca es inoportuno; más aún, es especialmente oportuno cuando nos encontramos con pérdidas y cruces en el mundo, para que entonces se haga evidente que nuestros corazones no están puestos en estas cosas, ni nuestra felicidad ligada a ellas. Véase cómo el profeta triunfa en Dios: Jehová el Señor es mi fortaleza (v. 19). El que es el Dios de nuestra salvación en el otro mundo será nuestra fortaleza en este mundo, para conducirnos en nuestro camino hacia allá, y para ayudarnos a vencer todas las dificultades y oposiciones que encontremos en nuestro camino. Aun cuando las provisiones desaparezcan, para que se haga evidente que no sólo de pan vivirá el hombre (Mt. 4:4), puede que la carencia de pan tenga que ser suplida por las virtudes y los consuelos del Espíritu de Dios y lo que estos nos proporcionan.
(1) Seremos fuertes para nuestra lucha y trabajo espirituales: Jehová el Señor es mi fortaleza (v. 19), la fortaleza de mi corazón.
(2) Seremos veloces en nuestra carrera espiritual: El cual hace mis pies como de ciervas (v. 19), ensanchando el corazón para que pueda correr por el camino de sus mandamientos (Sal. 119:32) y dejar atrás mis aflicciones.
(3) Tendremos éxito en nuestras empresas espirituales: Y en mis alturas me hace andar (v. 19); esto es, lograré mi objetivo, seré restaurado a mi propia tierra, y hollaré las alturas de los enemigos (Dt. 32:13; 33:29). Así que el profeta, aunque comenzó su oración con temor y temblor, la concluye con gozo y triunfo, porque la oración es el alivio del corazón para un alma benévola. Cuando Ana oró, se fue […] por su camino, y comió, y no estuvo más triste (1 S. 1:18). Este profeta, estando en tal situación, publica su experiencia, y la pone en manos del jefe de los cantores para el uso de la Iglesia, especialmente en el día de nuestra cautividad. Y, aunque entonces las arpas se colgaron sobre los sauces (Sal. 137:2), sin embargo, en la esperanza de ser retomadas, y de que su diestra recuperara la destreza que había perdido (Sal. 137:5), compuso su canto sobre Sigionot (v. 1), es decir, sobre diversas melodías, según diferentes sonidos, y sobre Neginot, mis instrumentos de cuerdas (v. 19). El que está […] afligido y ha hecho oración correctamente puede estar tan tranquilo y tan alegre que hasta cante alabanzas (Stg. 5:13).
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