La visión dualista, explica Egido, fue una muestra de análisis con contornos bien definidos, sin la capacidad de advertir aspectos positivos en el lado opuesto debido a sus simplificaciones y prejuicios.
Teófanes Egido es, sin lugar a dudas, uno de los conocedores españoles más profundos de la Reforma Protestante. Sus múltiples obras de análisis y divulgación, así como las ediciones que ha hecho de la obra de Martín Lutero hacen de él un especialista confiable y muy digno de atención. Nacido en Gajates (Salamanca) en 1936, es sacerdote carmelita y licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Valladolid en la que desempeña la cátedra de Historia moderna. Especializado en el siglo XVIII, ha investigado temas como la opinión pública, Santa Teresa y San Juan de la Cruz o las relaciones Iglesia-Estado. Entre sus obras se cuentan: Prensa clandestina española del siglo XVIII: El Duende Crítico (1968), Sátiras politicas de la España moderna (1973), El linaje judeoconverso de Santa Teresa (1986) y Carlos IV (2001).
De 1977 es la primera edición de las Obras, de Lutero (reimpreso en 2001), de 1991, Las claves de la Reforma y la Contrarreforma, 1517-1648, y de 1992, Las Reformas protestantes. Además, su interés en divulgar los temas relacionados con las heterodoxias religiosas lo llevó a publicar una serie de fascículos de la serie Cuadernos Historia 16, que se han incorporado a sus obras mayores: La Reforma Protestante, La Reforma en Europa y La Reforma en Inglaterra. Algunos de sus ensayos sueltos son: “Religiuosidad erasmista y crítica a las reliquias” (2000), “Martín Lutero, el monje más rebelde” (2005), “La protesta: Martín Lutero frente a Roma” (2005), “Pablo y Lutero: antiguas y nuevas perspectivas” (2008) y “Los libros de Lutero: contenidos y contextos” (2016).
Aquí nos ocupamos de Las claves de la Reforma y la Contrarreforma, 1517-1648, un volumen profusamente ilustrado a colores, que apareció como número 16 en la colección Las claves de la historia, de la Editorial Planeta. Un ingrediente extra de esa edición fue la colaboración del poeta José María Valverde (1926-1996), catedrático de la Universidad de Barcelona, autor de los pies de imagen de todo la colección, puesto que la selección iconográfica es de primer orden al incluir pinturas, gráficos y grabados sumamente representativos de la época aludida. En este caso, el interés es doble, pues las aportaciones de Valverde son magníficas, dado que cada texto suyo se convierte en un insumo adicional al tema expuesto, manifestando un amplio conocimiento estético, histórico e ideológico.
Si en una primer acercamiento podría quedar la impresión de que, por tratarse de una obrita de divulgación (de apenas 118 páginas), se quedaría únicamente en la superficie de un asunto tan vasto, al avanzar en la lectura es preciso abandonar tal sospecha. Sus ocho capítulos sintetizan las diversas etapas de los movimientos religiosos del siglo XVI: las causas y el ambiente de la Reforma, Lutero y el luteranismo, la reforma de Zwinglio, Calvino y los calvinistas, el anglicanismo, las reformas radicales, y la Contrarrefroma, de manera ágil y amena, sin incurrir en disquicisiciones farragosas o dogmatizantes, libre como está el autor de un catolicismo apologista o intolerante. A pesar del tiempo transcurrido desde su publicación, el librito se deja leer todavía como una excelente introducción y como un resumen Con este texto, Egido se preparó ampliamente para una obra de mayor envergadura, como lo es Las reformas protestantes, aparecido un año después.
En la introducción, acompañada de uno de los cuadros más significativos en cuanto al simbolismo de la época de las luchas religiosas europeas, La pesca de las almas (1614), del pintor holandés Adriaen Pietersz van de Venne (1589-1562), que se encuentra en el Rijksmuseum, de Ámsterdam, Egido afirma que ambos términos, “reforma” y “contrarreforma”, deben ser redefinidos debido a su fuerte carga ideológica y confesional. Ambas denominaciones “no gustaron a los historiadores católicos en general” porque “se resistieron a que se mirase la de Lutero como la única de las reformas religiosas, iniciadas ya en el seno de la Cristiandad mucho antes, desde la Baja Edad Media” (p. 3). A esos estudiosos les incomodaba, además, que “las inquietudes posteriores se redujesen sólo a la reacción contra el luteranismo y sus derivaciones”. Como el enfrentamiento no se redujo únicamente al campo de la teología, sino que abarcó todas las dimensiones, desde los más personales hasta los intereses de los Estados, el autor considera que es válido aún, a pesar de los convencionalismos, asociar el amplio movimiento surgido de Lutero con la Reforma y, por otra parte, la Contrarreforma “con la característica que identifica menos incorrectamente la vida, la acción y la reacción del otro frente, el de la Iglesia católica” (p. 4).
El abordaje que hace Egido sobre las causas de la Reforma está presidido por la mención de un par de obras antagónicas que intetaron explicar dicho fenómeno histórico: las Centurias de Magdeburgo (Basilea, 1559-1574, www.mgh-bibliothek.de/digilib/centuriae.htm), por el lado protestante, concebida por Matthias Flacius Illyricus (1520-1575), quien dirigió a un grupo de investigadores,[1] y los Anales eclesiásticos (1558-1596), del cardenal César Baronio (1538-1607), por el lado católico. La primera, suma histórica luterana, “vio a la Reforma como el aura purificadora de una Iglesia que había acumulado corrupción hasta los tuétanos” (p. 5). La segunda, “ofrece el panorama insano que desembocó, como en su cloaca máxima, en el protestantismo de Lutero en contraste con los valores preservados en el catolicismo”. Vehículos de simplificaciones, ambas publicaciones representaron en su momento el ardor con que se buscó establecer cierta claridad dogmática mediante la descalificación radical del adversario. Esa visión dualista, hoy superada, explica Egido, fue una muestra de análisis con contornos bien definidos, seguros en sus apreciaciones, pero siempre cargados hacia una sola vertiente, sin la capacidad de advertir aspectos positivos en el lado opuesto debido a sus simplificaciones y prejuicios.
Actualmente se está en condiciones de precisar el punto de partida, o sea, “el presupuesto de la degeneración de la piedad medieval, vapuleada […] por predicadores apocalípticos enpeñados en acentuar los tonos negros de su sociedad conforme a las exigencias del género” (p. 6). Se trataba de un obligado cambio de sensibilidad espiritual expresado en el surgimiento de algunas órdenes religiosas. Otro factor fue el retorno a las fuentes, en el cual, subraya Egido, forzosamente se encontraba “el protagonismo de Cristo” (p. 10). Todas las mediaciones serían puestas en entredicho, entonces. Incluso la vida monástica, como ideal cristoano, fue cuestionado por Erasmo de Rotterdam. El recurso a la Biblia, en ese esquema de cambio, establecía el diálogo directo con Dios para encontrar la palabra auténtica. El desprestigio del papa y los vaivenes políticos ligados a él se conjugaron para explicar el surgimiento de la Reforma, además del detonante que representaron las indulgencias que atenazaron a Lutero y lo lanzaron al ruedo de la historia desde su más remota oscuridad.
Finalmente, la Reforma le debería al monje agustino alemán su carácter original, aun cuando después se disgregara. Todo el proceso sería incomprensible, concluye Egido, “sin la personalidad del reformador por más que la última historiografía no oculte su alergia a otorgar excesiva importancia a las personalidades” (p. 19). Queda expuesta, de esa manera, la plataforma histórica, ideológica y cultural que posibilitó el empuje de una serie de cambios religiosos y políticos que transformarían para siempre el rostro de la Cristiandad europea y de sus extensiones geográficas.
Valverde aporta, a su vez, observaciones sobre los cuadros, como en el caso de Erasmo (pintado por Hans Holbein, el Joven), acerca del cual, escribe: “Para entender la Reforma es especialmente significativo el encontronazo entre Erasmo y Lutero: un verdadero diálogo de sordos, entre el espíritu conciliador, diplomático y renacentista de la religiosidad ‘moderna’ de erasmo y la radicalidad, toda ella tensión y paradoja, de la mente luterana, en cierto sentido medieval y en cierto sentido proyectada hacia nuestra propia época. ‘No eres piadoso’, grita el reformador al humanista” (p. 10).
[1] Cf. Eckehart Stöve, “Centuriadores de Magdeburgo”, en Walter Kasper et al., eds., Diccionario enciclopédico de la época de la Reforma. Barcelona, Herder, 2005, pp. 361-362.
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