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Dale Ralph Davis
 

Ninguna palabra faltó, de Dale Ralph Davis

Aun en las victorias que Dios concede acechan tentaciones para su pueblo. Un fragmento de "Ninguna palabra faltó", de Dale Ralph Davis (2009, Editorial Peregrino).

FRAGMENTOS 02 DE MARZO DE 2017 18:15 h
Detalle de la protada del libro.

Un fragmento de "Ninguna palabra faltó", de Dale Ralph Davis(2009, Editorial Peregrino). Puede saber más sobre el libro aquí



 



JOSUÉ NO PELEÓ LA BATALLA DE JERICÓ



Léase Josué 5:13—6:27



 



En cierta ocasión, una revista cristiana muy conocida publicó un chiste en el que se veía, al fondo, una ciudad de altas murallas —probablemente Jericó— y, en el primer plano, a dos jefes militares antiguos deliberando sobre un plan de batalla. Entonces, uno de ellos se vuelve hacia el otro y le pregunta: “¿Qué haría Jesús en esta situación?”.



El remate de ese chiste expresa probablemente la opinión de muchas personas acerca de la conquista bíblica: ¿acaso no es contrario al pensamiento y el espíritu de Jesús el mandamiento de Dios a Israel de invadir Canaán y acabar con todos los que se resistan? (independientemente de lo que se quiera decir con el término “espíritu” —la mayoría de las personas suele dejarlo convenientemente indefinido—, aunque por regla general parece querer decir “sin la dureza y aspereza del Dios del Antiguo Testamento”).



No siento celo alguno por hacer apología de la conquista de Canaán, pero creo que es importante para nosotros comprender la perspectiva que de ella tiene el Antiguo Testamento mismo. En Génesis 15:16, Yahveh había explicado a Abraham que sus descendientes no heredarían inmediatamente la tierra, sino que volverían allí en la cuarta generación: “Porque —le dice Dios— aún no ha llegado a su colmo la maldad del amorreo hasta aquí”. Esto implica que Yahveh está siendo paciente con los habitantes de Canaán de aquel entonces, pero que cuando los pecados de estos hayan alcanzado su límite, utilizará a los descendientes de Abraham para ejecutar el juicio sobre ellos.



 



Portada del libro.

Esta idea se confirma en el resto del Pentateuco: Yahveh expulsa a los habitantes de Canaán a causa de las flagrantes perversiones sexuales de estos (Lv. 18:24-25) y de su celo por la magia, la adivinación y todos aquellos tejemanejes paganos (Dt. 18:12). De ahí que Israel no deba adoptar una actitud de superioridad moral, porque Yahveh no va a introducir a su pueblo en la tierra porque sean justos y lo merezcan, sino, como dice: “Por la impiedad de estas naciones Yahveh las arroja de delante de ti” (Dt. 9:4-5). La conquista no tiene que ver con una banda de merodeadores ansiosos de tierra que aniquilan —a instancias de su deidad cruel— a cientos de personas inocentes y temerosas de Dios. Según la Biblia, Yahveh utiliza a un Israel no demasiado justo para llevar a cabo su juicio contra un pueblo que se había deleitado porfiadamente en su iniquidad. Tal vez eso no solucione todos nuestros dilemas ante aquella conquista, pero debemos comprender cómo ve las cosas el Antiguo Testamento: la conquista de Canaán no es una terrible injusticia, sino la mayor —y más paciente (Gn. 15:16)— demostración de justicia1. Más tarde retomaremos el asunto de la conquista.



Nos ocuparemos ahora de la enseñanza de esta sección, incluyendo las consideraciones literarias que convenga hacer.



 



LA APARICIÓN DE LA AYUDA DE YAHVEH (5:13—6:5)



En 5:13-6:5, el autor describe la aparición de la ayuda de Yahveh. Estos versículos deberían tomarse como una unidad, pasando por alto la división que hace de ellos el capítulo y considerando 6:1 como un comentario parentético2. 6:2 reanuda, pues, el relato de 5:15. Según esta opinión, 6:2-5 contiene las instrucciones del capitán del ejército de Yahveh: capitán que, de hecho, se identifica con Yahveh mismo (6:2a).



 



Dale Ralph Davis.

Hay algo a la vez apropiado y extraño en el aspecto del visitante de Josué (5:13-15): es apropiado porque aparece como un guerrero. Esto queda claro por el hecho de que esgrime una espada (5:13) y por su forma de identificarse: el “Príncipe del ejército de Yahveh” (5:14). ¡Qué gran estímulo debió de ser para un hombre y un pueblo a punto de lanzarse a la lucha armada! ¡La responsabilidad final no descansa en los hombros de Josué, ni son las doce tribus el único ejército que pelea por esa causa!3. El Dios de la Biblia tiene la habilidad de adaptar las revelaciones de su carácter a las diversas necesidades particulares de su pueblo.



Pero el capitán en cuestión resulta también extraño: no encaja en ninguna de las categorías de Josué; sin embargo, cuando este recibe la orden de quitarse las sandalias (5:15), empieza sin duda a percibir quién es ese soldado tan poco convencional.



Haríamos bien en reflexionar acerca de la trascendencia de este encuentro. Por lo menos, su función principal no era la de dar instrucciones específicas, sino producir una sumisión reverente. A veces necesitamos entender que Yahveh no es tanto un guerrillero como un soberano: que resulta más importante reconocer la posición de Dios que estar al corriente de sus planes. “Es muy fácil para nosotros interesarnos más en la guía particular que en una relación correcta con el Guía”4.



Pero simplemente porque 6:1 sea un comentario parentético ello no significa que carezca de importancia. Ese versículo nos dice que “Jericó había cerrado la puert a, y es taba tan completament e cerrada para los is raelitas, que nadie podía salir ni ent rar” (traducción de Woudstra). “El propósito de este versículo —sigue diciendo Marten Woudstra— es describir la situación aparentemente desesperada a que se enfrenta Israel: un pueblo sin experiencia en la clase de guerra que ahora se requería”5. Esto hace tanto más sorprendente y alentadora la declaración de Yahveh: “Mira, yo he entregado en tu mano a Jericó”(6:2). Así sucede a menudo con la metodología de Dios: cuando su pueblo se enfrenta a obstáculos más grandes, estos conjuran su poderosa ayuda; aunque debamos admitir que, a veces, nada parece tan improbable como el decreto del Señor (6:2, en vista de 6:1).



 



LO EXTRAÑO DEL MÉTODO DE YAHVEH (6:6-15)



No podemos por menos de reparar en el extraño método que Dios utiliza: hombres armados, siete sacerdotes haciendo sonar unos cuernos de carnero, el Arca, la retaguardia… tal era la caravana que rodeó Jericó todos los días, y siete veces en el día séptimo. Pero, como en el caso del cruce del Jordán, es el arca de Yahveh la que ocupa el lugar principal. Este capítulo hace diez veces referencia al Arca; nueve de las cuales en estos versículos: es la presencia de Yahveh en medio de su pueblo lo que cambia todo. Al pueblo no se le permite gritar (6:10) hasta la señal convenida. Esta breve sección destaca, pues, lo importante que es la presencia de Yahveh y la pasividad del pueblo. En esta ocasión, el pueblo de Dios —aunque participe en el combate y el trabajo de limpieza posteriores (6:20-21)— no contribuye en la tarea de derribo. Da la impresión de que, a veces, Dios insiste en dejar de lado la actividad de su pueblo para realzar su propia gloria entre ellos: si lo único que hace Israel es marchar y gritar, no habrá duda de quién es el que golpea a Jericó y la derriba. Y Dios aún actúa de esa manera. Por regla general Él se sirve de su pueblo como instrumento; pero, puesto que tenemos la tendencia a oscurecer el esplendor divino y a robarle la alabanza, a veces deja a un lado nuestra contribución. Así, tanto nosotros mismos como otros, podemos percibir que “la extraordinaria grandeza del poder [es] de Dios y que no viene de nosotros” (2 Co. 4:7, BJ).



 



LA EXIGENCIA PARA EL PUEBLO DE YAHVEH (6:16-21)



Ya que estamos considerando los elementos extraños, deberíamos reparar también en lo que Dios exige a su pueblo. Examinemos, pues, la estructura de esta breve sección.



Ya sabemos, tanto por las instrucciones de Yahveh (6:5) como por la orden de Josué (6:10), que durante el recorrido del séptimo día —y solo cuando se diera la orden específica— el pueblo tenía que gritar. Después de leer los versículos 10 y 16b —“Josué dijo al pueblo: Gritad […]”., esperaríamos oír gritar al pueblo hacia el versículo 20. En realidad, en vista del versículo 10, la secuencia más natural sería que el versículo 20 sucediera inmediatamente al versículo 16. Cuando Josué dijo: “Gritad” (v. 16), el pueblo gritó (v. 20). Tras el versículo 16b el lector está ciertamente impaciente por saber el resultado. Sin embargo, el autor nos hace esperar: retrasa el clímax, incorporando las instrucciones y advertencias de Josué (vv. 17-19) entre su orden de gritar y la respuesta a su mandato6.



Si, tal como asevera el versículo 10, el pueblo había de gritar cuando Josué lo ordenara, resulta un poco difícil suponer que, después del “gritad” del versículo 16b, el pueblo se refrenase calladamente y escuchara con atención a Josué explicando pormenorizadamente la ley del anatema7, el procedimiento para tratar a Rahab y compañía, y la prevención contra la apropiación personal del botín de Jericó. En caso de haber estado a la espera del “gritad” de Josué, seguramente el pueblo hubiera ahogado obedientemente la homilía de este con su griterío.



¿Qué estoy insinuando entonces: que los versículos 16c a 19 no son históricos? ¿Que Josué nunca dijo aquello? No, sostendría que Josué dio aquellas instrucciones a Israel; pero, más probablemente, en una ocasión anterior. Sin embargo, al referir las palabras de Josué, el autor las inserta después de la orden “gritad” (v. 16b), aplazando así el clímax por alguna razón especial. Esto lo hizo porque las palabras de Josué en los versículos 17 al 19 son más importantes que la caída de los muros de Jericó (v. 20). Mediante este estilo literario, el autor resalta la prioridad de la obediencia a los mandamientos de Yahveh por encima de la victoria misma. En el capítulo 7 (Acán) veremos la importancia crucial que tiene esto; ya que aun en las victorias que Dios concede acechan tentaciones para su pueblo.



Y esta preocupación debería ser también la nuestra: como aquel discípulo, podemos estar más interesados en conservar una experiencia agradable en lo alto del monte, que en someternos al dominio del escogido de Dios. Así que nuestro Padre debe amonestarnos: “Este es mi Hijo […]; a él oíd” (Lc. 9:35 y su contexto).



Indudablemente, si alguien estuviera haciendo una película acerca de Josué 6, filmaría muchas escenas del asalto a la ciudad, escenas de combate dentro de ella, etc.; pero nuestro autor no siente tanto interés por el celuloide, ni quiere mostrar las bravatas de los guerreros israelitas, sino que hace solo una breve mención —casi una relación puramente factual— del triunfo mismo (vv. 20b-21), el cual ocupa un versículo y medio. Eso debería ser un indicio para nosotros de que sus intereses están en otra parte.



 



LA SALVACIÓN EN EL JUICIO DE YAHVEH (6:22-25)



Por último, nuestro autor quiere hacernos ver la salvación que incluye el juicio divino (6:22-25). Entre las referencias a la destrucción de Jericó (vv. 21,24), tenemos un relato de rescate y salvación (vv. 22-23,25)8: Rahab y sus seres queridos son rescatados y empiezan una nueva vida unidos al pueblo de Dios9. Rahab temía tanto la amenaza de Yahveh que huyó a refugiarse en su misericordia. Ahora recibía misericordia de parte suya. Aquella pagana gentil y su familia se hallan ahora dentro del círculo del pueblo escogido. ¿Por qué debería, entonces, asombrarnos que el Dios de ella tomara un día a los que estaban lejos y los hiciera “cercanos por la sangre de Cristo” (Ef. 2:13)?



 



 



1 Cf. además Oehler, Gustav Friedrich: Theology of the Old Testament, 8ª ed., pp. 81-82 (Nueva York y Londres, Funk and Wagnalls, 1883).



2 También Keil, C.F.: Joshua, Judges, Ruth, Biblical Commentary on the Old Testament, pp. 63-64 (Grand Rapids, Eerdmans, 1868, reimpr. 1950). Se pueden encontrar otros ejemplos parecidos de notas parentéticas en 3:15b y Jueces 20:27b-28a.



3 Probablemente, el “ejército de Yahveh” (o sus huestes; heb. saba’, vv. 14-15 ) se refiera a sus legiones angélicas: como en 1 R. 22:19; Sal. 103:21; 148:2).



4 Ellison, H.L.: Scripture Union Bible Books: Joshua-2 Samuel, pp. 6-7 (Grand Rapids: Eerdmans, 1966).



5 Woudstra, Marten H.: The Book of Joshua, The New International Commentary on the Old Testament, p. 108 (Grand Rapids, Eerdmans, 1981).



6 Ibíd., p. 112



7 Ser “anatema” (RV60) o estar “destinada al exterminio” (NVI) —heb. herem—, significaba que se trataba de personas, de lugares y de materiales que estaban prohibidos para Israel, y que debían ser “dedicados” (cf. LBLA) únicamente a Yahveh mediante destrucción; o —en el caso de ciertos artículos— incorporándolos al tesoro de Yahveh. Cf. Wiseman, D.J.: “Ban”, IBD, 1:171; Gordon, R.P.: “War”, IBD, 3:1629; y Wood, Leon J., TWOT, 1:324-325. La aplicación de la ley del anatema demuestra que aquella conquista fue primordialmente una campaña religiosa, una verdadera guerra santa, y no meramente una mina de botín para enriquecer a Israel.



8 Con respecto al problema de la arqueología de Jericó, cf. Bimsom, John J.: Redating the Exodus and Conquest, Journal for the Study of the Old Testament/Suplement Series 5, pp. 115-145 (Sheffield, 1978). Bimson defiende su propia sugerencia, pero también hace un buen análisis del problema y de otros trabajos anteriores sobre Jericó. En relación con las formas, los problemas y la historicidad de la conquista, cf. los comentarios posteriores en este volumen.



9 Ellison: Joshua-2 Samuel, p. 7, señala que “el caso de Rahab […] demuestra que cualquier cananeo hubiera podido salvar la vida aceptando


 

 


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