¿Cómo, pues, vamos a recibir de la Escritura la verdad que Dios tiene para nosotros, si no podemos concentrarnos lo suficiente; si no podemos dedicar el tiempo necesario, para recibir tal verdad?
Un fragmento de Dios en el torbellino, de David F. Wells (2016, Publicaciones Andamio). Más información sobre el libro, aquí.
En este libro estamos haciendo un viaje. Nuestro destino es un lugar muy conocido. Se trata del carácter de Dios. Estamos emprendiendo un viaje al “corazón del Padre”, en palabras de A. W. Tozer. Es ahí en donde encontramos nuestro hogar, nuestro lugar de descanso, nuestro gozo, nuestra esperanza y nuestra fuerza.
El objetivo de la redención de Cristo fue, definitivamente, que pudiéramos conocer a Dios, amarle, servirle, disfrutar de él y glorificarle para siempre. Ese es, verdaderamente, nuestro principal propósito en la vida. Fue para tal finalidad que Cristo vino, se encarnó, murió en nuestro lugar y fue resucitado para nuestra justificación. Fue para que conociéramos a Dios. Antes, éramos parte de ese mundo que no conoció a Dios (1 Corintios 1:21). Pero ahora conocemos a Dios (Gálatas 4:9). Conocemos “al que es desde el principio” (1 Juan 2:13) porque conocemos “el amor de Cristo”, y el objetivo de la redención es que seamos “llenos de la plenitud de Dios” (Efesios 3:18, 19). Y este conocimiento de Dios, esta experiencia de su bondad, es lo que nuestra experiencia en la vida ha reducido a veces. Y por esta razón debe constantemente ser renovado.
Esta es nuestra meta en la vida: que en Dios estén centrados nuestros pensamientos y que Dios también ponga en nuestro corazón su temor reverente, según palabras de J. I. Packer. Debemos honrar a Dios en todo lo que hacemos. ¿Y cómo va a ocurrir esto, si nunca consideramos, o lo hacemos solo fugaz o irregularmente, el destino al que viajamos, y a quien también camina con nosotros a través de la vida por el camino que lleva a este destino?
Los más grandes en el reino de Dios, a lo largo de los siglos, siempre han encontrado aquí un lugar habitable. Aquí han encontrado su sostenimiento, su delicia y regocijo. “¡Cuán hermosas son tus moradas, SEÑOR Todopoderoso!” (Salmo 84:1), exclamó el salmista. “Mi alma quedará satisfecha como de un suculento banquete, […] En mi lecho me acuerdo de ti” (Salmo 63:5-6). Conocer a Dios es precisamente lo que hizo que la sed de David de conocerle más, se agudizara. Y siempre ha sido así.
Conocer a Dios nos llena de un hambre de más de aquello que ya conocemos. “Cual ciervo jadeante en busca del agua, así te busca, oh Dios, todo mi ser” (Salmo 42:1). David conocía a Dios en aquel momento, pero su deseo de Dios le llevó de nuevo al gran y glorioso centro de toda realidad: conocer aun más. Esto es, y siempre ha sido, el clamor de aquellos que conocen bien a Dios. Y esta sed de Dios está conectada con un profundo deleite en él. Es un deleite que vemos en muchos de los salmos, un deleite robusto y viril, como dijo C. S. Lewis, y uno que hoy a veces tenemos que contemplar con “envidia inocente”. Así que, ¿cómo podríamos conocer lo que los salmistas habían experimentado? ¿De qué manera podríamos, nosotros también, aprender a deleitarnos en Dios?
En este libro, no podré considerar todos los atributos de Dios. En una generación anterior, Stephen Charnock hizo esto con su clásico, The Existence and Atrributes of God, ¡pero ocupan más de mil cien páginas! Aquí, deberé limitarme, de modo que voy a reflexionar solo sobre el carácter de Dios. Esto, según explicaré, lo resumo yo en términos de su “santo-amor”. Ese es nuestro destino principal. A medida en que pensamos en este lugar, también pensaremos en las consecuencias de todo esto para la existencia en el siglo XXI.
En el mismo comienzo, sin embargo, quiero destacar dos desafíos con los que nos encontraremos. Voy a volver al primero de estos en varios de los capítulos siguientes. El segundo lo mencionaré aquí, y después, a partir de aquí, simplemente tendremos que ser conscientes de ello. Hemos de pensar en este libro acerca de estos desafíos porque ya nos los hemos encontrado a ambos en nuestras vidas más veces de las que podemos siquiera contar. Estamos tan familiarizados con ellos que no podríamos reconocer completamente lo importantes que son.
El primero de estos desafíos podría provocarte una fuerte sensación de extrañeza. Voy a identificar el desafío cultural más importante que encontraremos a medida que intentamos entrar en un conocimiento más profundo de Dios. Puede desconcertarte que quiera presentártelo desde el principio. ¿Acaso no estaremos partiendo del lugar equivocado? ¿Acaso no estamos de acuerdo en que si queremos conocer el carácter de Dios, entonces todo lo que necesitamos hacer es abrir nuestras Biblias? En definitiva, la verdad bíblica es el fundamento de nuestro conocimiento de Dios. Es la sola Escritura la que ha sido inspirada por Dios y, por lo tanto, es la fuente de nuestro conocimiento de Dios. ¿Acaso no es enteramente suficiente, por tanto, para todo lo que necesitamos saber acerca de Dios y de su carácter?
La respuesta, por supuesto, es que la Escritura es verdaderamente suficiente. Sin embargo, aquí hay un aspecto condicionante. La Escritura demostrará su suficiencia si somos capaces de recibir de ella todo lo que Dios ha puesto en ella. Sin embargo, no es tan sencillo como suena. La razón se encuentra en lo que Pablo dice en otro pasaje. Hemos de “se[r] transformados mediante la renovación” de vuestra mente –lo cual es seguramente lo que ocurre cuando nos apropiamos de la verdad que Dios nos ha dado en su Palabra– pero también dice que no debemos “amold[arnos] al mundo actual” (Romanos 12:2). El molde de nuestra vida debe proceder de la Escritura, y no de la cultura. Debemos ser personas en quienes la verdad sea el motor interno, y no los horizontes y hábitos del mundo. Siempre se trata de sola Scriptura y nunca debería ser sola cultura, según ha dicho Os Guinness. Es esta una práctica con dos planos: “sí” a la verdad bíblica y “no” a las normas culturales si estas dañan nuestro caminar con Dios y nos roban lo que él tiene para nosotros en su Palabra. Ser transformados también significa estar disconformes.
¿Y esto por qué? La respuesta es que nuestra experiencia de la cultura nos puede haber afectado en el modo en que vemos las cosas. Dada la intensidad con la que somos expuestos a nuestro mundo hipermodernizado, necesitamos estar alerta frente al modo en que puede moldear nuestra perspectiva y comprensión. A lo largo del camino, retomaremos esto, pero brevemente deseo explicar lo que considero que es su desafío central.
¡El segundo desafío que voy a mencionar es posible que lo hayas experimentado incluso en el breve tiempo desde que abriste este libro! Se trata del hecho de que nuestra mente está siendo sujeta a un extraordinario y diario bombardeo, desde miles de fuentes diferentes que nos deja distraídos, y con nuestras mentes dirigiéndose simultáneamente en direcciones múltiples. ¿Cómo, pues, vamos a recibir de la Escritura la verdad que Dios tiene para nosotros, si no podemos concentrarnos lo suficiente; si no podemos dedicar el tiempo necesario, para recibir tal verdad? Cada época tiene sus propios desafíos. Este es uno de los nuestros. Es el mal de la distracción.
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