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Manuel Pérez Lourido
 

Cero K: la muerte congelada

Como ha hecho en otras ocasiones, el autor trata de indagar las formas en que ciencia y religión han llegado a chocar y a converger en un mundo atemorizado por el terrorismo y la guerra y que busca soluciones y salvación mediante la tecnología.

PREFERIRíA NO HACERLO AUTOR Manuel Pérez Lourido 28 DE OCTUBRE DE 2016 05:00 h
Don DeLillo.

El concepto de cero absoluto o cero Kelvin corresponde a una temperatura de -273'15 ºC (-459.67 ºF) y, según la termodinámica, señala la temperatura más baja posible. Sólo recientemente ha sido posible superarla empleando campos magnéticos y láseres que actuaban sobre un gas cuántico especial formado por átomos de potasio.



En todo caso, Cero K representa todavía un límite establecido científicamente para las más bajas temperaturas. Y es también el título de la última novela del neoyorquino Donald Richard DeLillo.



 



Algunas de las obras del autor.

Como en muchas otras, aunque esta vez con mayor protagonismo, DeLillo aborda el significado de la muerte y el desafío que plantea al hombre. Lo hace construyendo una novela casi tan fría como su título indica: fría en su envoltura y en su contenido, como frío acostumbra a ser el estilo literario de esta ya octogenaria leyenda de las letras y persistente aspirante al Nobel. Un escritor que ha convertido a la presencia de la tecnología y su capacidad alienadora en una presencia constante en sus obras. Tal vez por eso se cuenta de él que escribe en una anticuada Olympia, lee prensa en papel, ve las noticias en la televisión y carece de móvil y de acceso a internet.



Parapetado en sus viejas costumbres, De Lillo se dedica a radiografiar la angustia existencial del ser humano, su insignificancia ante el Universo (que no ha creado) y ante la tecnología (de la que sí es responsable). El De Lillo radiólogo no emplea para su tarea una complicada maquinaria sino la sencilla combinación de la reflexión aguda, la inteligencia y el lenguaje. Y todo lo plasma en una serie de placas a las que comunmente denominados novelas, y a las que solo hay que prestar un poco de atención para discernir el proceso y el resultado.



La muerte ronda a los personajes de DDL con diversos disfraces: terrorismo, la bomba atómica, el asesinato, el suicidio, guerras, terremotos, cultos sanguinarios, ataques químicos... para conjurar el miedo a la muerte esos personajes recurren a diversas estrategias: sistemas de creencias, drogas, aficiones, rituales domésticos, principios organizadores (deportes, historias, ecuaciones matemáticas). En cierto momento el narrador de White noise (“Ruido de fondo”, 1985) dice: “todas las tramas tienen tendencia a avanzar hacia la muerte”. “Cero K” tiene cierta relación con Ruido de fondo, pero donde esta exhibe el humor negro y tintes satíricos, Cero K se muestra sombría y fríamente futurista.



Dos de los principales protagonistas de Cero K (el tercero es el propio narrador) se enfrentan con la muerte entregándose a ella. Desean que los “induzcan químicamente a expirar” y los congelen en un moderno y ultrasecreto compejo criogénico para resucitar en el futuro, cuando una técnica aún sin desrrollar permita la regeneración celular aplicando nanotecnología. La novela arranca de un modo parecido a Cosmópolis (2003), El hombre del salto (2007) y Punto Omega (2010), en las que predominan las reflexiones casi abstractas sobre la identidad propia y su destino. DeLillo desarrolla una sucesión de acontecimientos y un entramado emocional que produce cierta sensación de angustiosa enajenación en el lector. Sentimientos que pueden acercarse a conceptos como “vacío” o “vértigo” son suscitados de forma magistral por el novelista, que se toma su tiempo en la creación de atmósferas y descripción de lugares en los que atrapar al incauto visitante, de la mano de su “alter ego” Jeff Lockhar, el personaje narrador. La tesis que plantea Cero K, la posibilidad de sortear la angustia existencial dando un rodeo en brazos de la ciencia es contestada por el autor mediante las reflexiones que, a modo de conclusión de la peripecia vivida, comparte Jeff al final de la novela.



DeLillo hace una constación, otra más, que podemos verificar en diversos ámbitos de nuestra existencia: el hombre se entrega a la ciencia, confiándole todos sus temores, como si en lugar de una herramienta para cartografiar su entorno fuese el principio creador del mismo. Confunde a un mecanismo para desentrañar un sistema con el sistema en sí, en un absurdo engaño metonímico.



No es esta una novela fácil, ni en el fondo ni en la forma. Como ha hecho en otras ocasiones, el autor trata de indagar las formas en que ciencia y religión (aquí sobre todo la primera) han llegado a chocar y a converger en un mundo atemorizado por el terrorismo y la guerra y que busca soluciones y salvación mediante la tecnología.



 



Portada del libro.

Cero K levanta muchas barreras que el lector debe saltar para llegar a sentirse cómodo: una atmósfera opresiva, exenta de referentes (las frases con las que el narrador describe los lugares comienzan con frecuencia con “como si”, “como un”), un paisaje emocional en el que se impone la frialdad y la asepsia de lo tecnológico y un argumento que avanza en círculos que no se sabe muy bien donde terminan.



Al márgen de la trama y al mismo tiempo imbricada en ella, en Cero K las palabras se disocian de aquello que designan. Jeff Lockhart suele practicar un divertimento desde su juventud. Se trata de intentar definir una palabra. Pero una definición le lleva a fijarse en otra palabra y a intentar definir esta, que a su vez le lleva a una nueva. El objeto real se queda atrás. Esta fractura entre significante y significado es algo que DDL ha explorado siempre. En Cero K, Jeff se acostumbra a observar y definir a sus semejantes más que a tratar de conocerlos.



En las obras de DeLillo la reflexión es tan importante como la peripecia. Preguntado en cierta ocasión si sabía qué lo hizo escritor, respondió que tal vez quería aprender a pensar. Y dejó una de sus frases de hemeroteca: “la escritura es una forma concentrada del pensamiento”. Es algo que acostumbra a hacer en sus novelas: salpicarlas con una especie de aforismos que salen a la superficie como ofreciéndoselos a los lectores más atentos. Veamos: “los hechos son cosas solitarias” (Libra, 1988 ); “El futuro es de las multinacionales” (Mao II, 1991); “los californianos inventaron el estilo de vida. Solo eso ya garantiza su destrucción” (Ruido de fondo, 1985). No huye del sarcasmo, como se puede comprobar. Recientemente dejó esta perla, en relación con el asunto principal en Cero K: “Bueno, la situación ideal sería que Donald Trump se pagara una criogenización, pero que lo hiciera ya”.



Sobre la forma en que abordó esta novela declaró lo siguiente: “Normalmente, nunca me doy cuenta cuando empiezo a teclear cuál va ser el estilo de mi novela. Las palabras van apareciendo. Pero en esta diseñé un estilo antes de ponerme a escribir: frases cortas, declarativas, directas”. En realidad este es su modelo narrativo por antonomasia, el que exhibe a lo largo de su ya amplia obra: un lenguaje entrecortado y abrupto que atomiza ideas y pensamientos filosóficos y se aparta de la tradición novelística norteamericana de descripciones minuciosas y exposición de las emociones de los personajes. Esto llama la atención en una persona la que todos sus interlocutores describen como un observador inquieto. Es como si DeLillo escogiese pensar el mundo antes que inventariarlo. El se define como un constructor de frases, su trabajo consiste en oír el ritmo de una frase y acomodar esa cadencia a un determinado número de sílabas: una sílaba de más y busca otra palabra. Si no hay otra palabra que mantenga el significado, entonce se plantea alterar el sentido de la frase para preservar el ritmo silábico. Confiesa que le seduce que las palabras le marquen el camino de la escritura y dice que escribe a máquina en lugar de a mano porque le gusta el aspecto de las palabras y de las letras cuando saltan de los martillos hasta la página, “terminadas, impresas, hermosamente formadas”.



 



El autor.



DeLillo es un autor tardío, comenzó a escribir con treinta años. Se aficionó a la lectura con dieciocho, durante un verano que pasó trabajando de vigilante en un aparcamiento al aire libre. Allí leyó a Faulkner (Mientras agonizo y Luz de agosto) y luego a James Joyce. Dice que en Joyce aprendió a ver algo en el lenguaje que le hizo sentir “la belleza y el fervor de las palabras” la sensación de que una palabra “tiene una vida y una historia”. DeLillo decidió un buen día emplear las palabras para exorcizar sus temores: “Las historias no tienen razón de ser si no absorben nuestros miedos” escribió en Mao II. Como hemos apuntado más arriba, uno de los asuntos recurrentes en sus novelas es la muerte. En CeroK es omnipresente. DeLillo es honesto con sus miedos: no los esconde ni los sublima. Su enfoque es existencialista, ni religioso ni espiritual. Aborda la muerte con fría serenidad, como un problema (más en el sentido de enigma que en el de adversidad). En esa reflexión que decíamos que realiza el Jeff-narrador-alter ego del autor al final del libro, expone este su punto de vista sobre la pretensión de vencer el temor a la muerte venciendo a esta. “Aquello que olvidamos es lo que nos revela quiénes somos”, advierte en estas páginas el escritor norteamericano.


 

 


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