“Las misericordias, sobrina, son las que en este instante ha usado Dios conmigo, a quien, como dije, no las impiden mis pecados.".
Ido el médico, Don Quijote, con ánimo sosegado, rogó que lo dejasen solo, porque quería dormir un poco.
¡“Hiciéronlo así y durmió de un tirón, como dicen, más de seis horas: tanto, que pensaron el ama y la sobrina que se había quedado en el sueño. Despertó al cabo del tiempo dicho y, dando una gran voz, dijo: ¡Bendito sea el todo poderoso Dios, que tanto bien me ha hecho! En fin, sus misericordias no tienen límite, ni las abrevian ni impiden los pecados de los hombres”.
Una de las muchas referencias que Don Quijote hace a la Biblia. En el capítulo 3 del libro llamado “Lamentaciones”, escrito por el profeta Jeremías, leemos: “Por la misericordia del Señor no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana”.
La sobrina, pese a ser mujer de misa dominical, como era obligado en aquellos tiempos, mucho más en pueblos pequeños, no entiende el lenguaje del enfermo. No sabe de pecados ni de misericordias divinas. Asombrada por lo que cree nuevos disparates, pregunta:
“¿Qué es lo que vuestra merced dice, señor? ¿Tenemos algo de nuevo? ¿Qué misericordias son éstas, o qué pecados de los hombres?”-
Llega el desenlace final. El momento cumbre de la fábula concebida por Cervantes, el más grande de los escritores que en el mundo han sido, y transmitida por Cide Hamete Benengeli.
Don Quijote vuelve a ser Alonso Quijano el bueno. El loco caballero de la Triste Figura ha desaparecido para siempre. La locura de Don Quijote se ha extinguido al golpe de una enfermedad. La imagen es genial. Acumulando energías, responde a la sobrina con un largo párrafo que vale la pena leer y releer, haciendo esfuerzos por contener las lágrimas que provoca:
“Las misericordias, sobrina, son las que en este instante ha usado Dios conmigo, a quien, como dije, no las impiden mis pecados. Yo tengo juicio ya libre y claro, sin las sombras caliginosas de la ignorancia que sobre él me pusieron mi amarga y continua leyenda de los detestables libros de caballerías. Yo conozco sus disparates y sus embelecos, y no me pesa sino que este desengaño ha llegado tan tarde, que no me deja tiempo para hacer alguna recompensa leyendo otros que sean luz del alma. Yo me siento, sobrina, a punto de muerte: querría hacerla de tal modo, que diese a entender que no había sido mi vida tan mala, que dejase renombre de loco; que, puesto que lo he sido, no querría confirmar esta verdad en mi muerte. Llámame, amiga, a mis buenos amigos, al cura, al bachiller Sansón Carrasco y a maese Nicolás el barbero, que quiero confesarme y hacer mi testamento”.
Sin necesidad de que la sobrina los llame, entran en la estancia los tres amigos citados. Nada más verlos, Don Quijote exclama eufórico:
“Dadme Albricias, buenos señores, de que ya no soy Don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano, a quien mis costumbres me dieron sobrenombre de bueno”.
Ya no es Don Quijote de la Mancha. Ha vuelto a ser quien fue hasta que “del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio”.
La recuperación del juicio perdido, ¿fue obra de la intervención divina? ¿Fue un milagro la transformación de Don Quijote de la Mancha en Alonso Quijano el bueno?
Don Quijote atribuye su curación a “las misericordias que en este instante ha usado Dios conmigo”. Y más adelante dice a sus amigos:
“Ya conozco mi necedad y el peligro en que me pusieron haberlas leído (“las historias profanas de la andante caballería”); ya, por misericordia de Dios escarmentando en cabeza propia, las abomino”.
En el corto espacio que abarcan las conversaciones con la sobrina y con los tres amigos, Don Quijote alude cuatro veces a las misericordias de Dios. Aquí lo sobrenatural aparece de un modo visible, perceptible, milagroso, argumento en el que no se detienen los comentaristas del Quijote, porque son muy pocos los que creen en las misericordias de Dios.
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