El ateísmo está en auge en el mundo occidental. Haciendo mucho ruido. Algunos siguen intentando de manera concertada alinear a los ateos fieles, animarlos a no avergonzarse de su ateísmo sino a levantarse y luchar como un ejército unido. El enemigo es Dios.
Este es un fragmento de “Disparando contra Dios. Por qué los nuevos ateos no dan en el blanco” de John C. Lennox (Publicaciones Andamio, 2016). Puede saber más sobre el libro aquí.
El ateísmo está en auge en el mundo occidental. Haciendo mucho ruido. Algunos siguen intentando de manera concertada alinear a los ateos fieles, animarlos a no avergonzarse de su ateísmo sino a levantarse y luchar como un ejército unido. El enemigo es Dios. Están disparando a Dios. La pistola más grande, también conocida como antiguo profesor de Comprensión Pública de la Ciencia en Oxford, ha sido Richard Dawkins. En 2005 la revista Prospect UK votó por él como uno de los tres principales intelectuales del mundo. Su libro El espejismo de Dios, publicado en 2006, ha encabezado las listas de ventas con más de dos millones de copias vendidas tan solo en inglés.
Sin embargo, en la actualidad existe una pistola aun más grande en lo que a las credenciales científicas se refiere, el físico teórico de Cambridge Stephen Hawking. Durante años pareció que Hawking dejaba abierta la cuestión de Dios. Al final de su éxito de ventas Brevísima historia del tiempo escribió: “Si descubriésemos una teoría completa... sería el triunfo definitivo de la razón humana, porque entonces conoceríamos la mente de Dios”. Sin embargo, en su obra más reciente, El gran diseño, escrita en colaboración con Leonard Mlodinow, declara que no hay lugar para Dios. Richard Dawkins se regocija, por supuesto, y hablando de Dios dice: “Darwin lo echó de la biología, pero la física seguía manteniendo la duda. Ahora Hawking le ha dado el golpe de gracia”.
Detrás de Dawkins encontramos una falange de francotiradores de menor calibre pero de gatillo fácil. En primer lugar, el elocuente Christopher Hitchens, nacido en Reino Unido pero con base en Estados Unidos, escritor y profesor de Estudios Liberales en Nueva York, autor de Dios no es bueno. Después, un científico, Daniel Dennett, que escribió Romper el hechizo: la religión como un fenómeno natural. Se describe como “un filósofo sin dios”. Finalmente, el más joven, Sam Harris, graduado en Neurociencia, que ha escrito El fin de la fe, Carta a una nación cristiana y, más recientemente, El paisaje moral.
La adrenalina antiDios no solo corre por las venas del mundo anglosajón. En Francia, el activista más prominente es, como era de esperar, un filósofo y no un científico. Se trata del prolífico autor Michel Onfray, que ha escrito Tratado de ateología. Vestido de negro de pies a cabeza, se dirige habitualmente a grandes multitudes de atentos oyentes. En Italia, el matemático Piergiorgio Odifreddi ha despertado controversias con su ensayo Por qué no podemos ser cristianos y menos aún católicos. El Vaticano no está nada contento con su parodia de la bendición latina, en la que sustituye a la Trinidad por Pitágoras, Arquímedes y Newton.
Dawkins espera poder orquestar un reavivamiento del ateísmo, aunque siente que la tarea es tan complicada como la proverbial reunión de gatos: “Incluso aunque no pueda juntarse en una manada, un número suficiente de gatos puede hacer mucho ruido y es difícil de ignorar”. Él, como pastor en jefe de los gatos, y sus colegas sin duda están mostrando cómo hacer mucho ruido. Ahora bien, que dicho ruido pueda traducirse en un lenguaje inteligible es otro asunto totalmente diferente.
Uno de sus intentos de dar a conocer su mensaje es anunciándolo en la parte lateral de los autobuses. Durante un tiempo los autobuses fueron el medio que difundía el mensaje ateo. Circulaban por las principales ciudades británicas con un mensaje destacadamente decepcionante: “Probablemente Dios no existe, deja de preocuparte y disfruta de la vida”. Aparte del de una cerveza muy conocida, existen pocos anuncios que contengan la palabra “probablemente”. Después de todo, ¿podemos imaginarnos atraídos por anuncios como: “Esta medicina probablemente no tenga efectos secundarios...; este banco probablemente no se arruine...; este avión probablemente le lleve a su destino”? No obstante, Richard Dawkins estuvo dispuesto a ayudar a financiar la campaña de su propio bolsillo.
Para no ser menos, los ateos alemanes, tras no conseguir permiso de las autoridades locales para llevar a cabo una campaña parecida en los autobuses públicos, alquilaron uno con el fin de que llevase el mensaje. En un grandioso estilo teutón, anunciaba cuidadosamente: “Dios no existe (la probabilidad es ya una certeza). Una vida realizada no necesita fe”. Mientras el autobús circulaba por Alemania, otro empezó a hacerle sombra, parecido, alquilado esta vez por cristianos. Con más modestia, simplemente planteaba una pregunta: “¿Y qué pasa si Él existe?”. Los medios se deleitaban con la visión de ambos vehículos aparcados uno al lado del otro, ciudad tras ciudad. ¿El resultado neto? Dios estaba firmemente a la orden del día.
Imagino que la palabra “probablemente” bien pudo haberse incluido por razones legales, para evitar un enjuiciamiento bajo la legislación de la descripción comercial. Los ateos son conscientes de que no podrían reunir pruebas suficientes que convenciesen a un tribunal de que la probabilidad de que Dios existiese fuera cero; y si esta no es cero, entonces su existencia es posible. Si lo pensamos bien, la probabilidad a priori de la existencia de Richard Dawkins es muy baja. La suya, como la del resto de los humanos, es improbable. A pesar de ello, quién lo iba a decir, Richard Dawkins, usted y yo, somos reales. El mensaje del autobús no es relevante. La verdadera pregunta no es: “¿Cuán probable es Dios?”, sino más bien: “¿Existen pruebas de que Dios es real?”.
Si aún no nos hemos subido al autobús ateo, bien podríamos preguntar qué tipo de Dios es ese cuya existencia se considera improbable. El lema nos informa con soberbia de que es un Dios cuya existencia se asocia (al menos en la mentalidad atea) con las preocupaciones y la ausencia de diversión, sin duda con la implicación de que el ateísmo es la fuente de gozo que echará a ese Dios sombrío y aliviará todas las preocupaciones de la vida.
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Mi objetivo es ofrecer uno de esos ángulos, con la esperanza de que servirá de ayuda. Este libro no es simplemente un producto del análisis pasivo, aunque este es importante. También es un producto de la implicación pública con los nuevos ateos y sus ideas. He aparecido en la escena pública a fin de sumar mi voz a la de aquellos que están convencidos de que el nuevo ateísmo no es la posición automática y por defecto de las personas que piensan y que tienen la ciencia en alta estima. Como yo, existen muchos científicos y profesionales de otros ámbitos que consideran que el nuevo ateísmo es un sistema de creencias que, irónicamente, es un ejemplo clásico de la fe ciega de la que abiertamente acusa a otros. Me gustaría aportar mi humilde contribución para aumentar la conciencia pública sobre este hecho.
Sin embargo, tengo una razón más para escribir. El debate inevitablemente ha dado prominencia a los argumentos ateos y a las reacciones contra ellos, lo que significa que la presentación positiva de la alternativa tiende a quedarse corta. Quizá sea por esta razón que los nuevos ateos entonan incesantemente el famoso mantra de Bertrand Russell acerca de que no existen suficientes evidencias. A la luz de esto, en este libro propongo no solo tratar de forma reactiva las objeciones ateas al cristianismo, sino presentar también evidencias detalladas de la verdad del cristianismo.
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La carga de la brigada brillante
Los nuevos ateos se consideran hijos distinguidos y dignos de la Ilustración y, en un intento de abandonar la imagen negativa que sienten que ha tenido el ateísmo hasta ahora, se han bautizado consecuentemente como “los Brillantes”. Christopher Hitchens merece elogio por oponerse a semejante “vergonzosa sugerencia”. Imaginemos tan solo cuál hubiese sido la reacción si los cristianos se hubiesen definido de forma igualmente necia y condescendiente como “los Inteligentes”.
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Como si la Ilustración nos hubiese elevado del barbarismo a la paz, en lugar de dar paso a una revolución violenta tras otra hasta alcanzar las profundidades de la maldad humana en el siglo XX, el siglo más sangriento hasta la fecha. En su precipitada carga, la Brigada Brillante no parece querer detenerse y considerar tales cosas. Sin embargo, nosotros debemos hacerlo, y lo haremos.
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