“No hay definiciones de la poesía en mis poemas, puedo decir así de inmediato, como respuesta, que me salga muy espontánea, y porque siento que lo que hay es una vivencia de la poesía y no definición de ésta”.
No existe la muerte, no ha existido nunca.
Aunque bajo su amenaza haya vivido el hombre,
en su mentira, no existe la muerte, no existe,
y si adivináis tras la luna el exacto rostro
de la ausencia, si con olvido miráis
la pupila oscura de la espera
entenderéis que no existe, que de verdad no existe
y que cómo iba a existir ella y qué nombre
hubiéramos podido darle entonces a esta tierra.1
S.M., “El teólogo disidente”
Fue gracias a la poeta, narradora y ensayista Angelina Muñiz (española nacida en el exilio en el emblemático año de 1936) que entré en contacto hace varios años con Santiago Montobbio, poeta barcelonés (1966), a propósito de la revista elpoemaseminal, en la que ha colaborado con entusiasmo y con quien se ha tenido una estrecha comunicación y amistad: ha enviado a México la mayor parte de sus libros publicados. Licenciado en Derecho y en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona, es profesor de Teoría de la Literatura y Crítica literaria en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED). Publicó por primera vez en la Revista de Occidente, en mayo de 1988. El impacto causado por su libro El anarquista de las bengalas (recibido en 2006) fue instantáneo, especialmente la sección y el poema “El teólogo disidente”. Recientemente se han traducido a otros idiomas algunos de sus volúmenes (acaba de enviar, en neerlandés y castellano: Desde mi ventana oscura / Vanuit mijn donkere raam, en versión de Klaas S. Wijnsma). A propósito de la aparición de Sobre el cielo imposible (Málaga, El Bardo) aceptó amablemente esta entrevista que, aunque prolongada, deja ver muy bien las entrañas de su labor lírica. (Se puede leer completa en: https://issuu.com/lcervortiz/docs/eps163-164-ene-jun2016.)
Luego de tantos años como poeta, ¿cómo defines tu poética?
Los años no sirven —quizá sí los daños. Al escribir siempre estás en el principio. Así lo sientes. No la definiría de ningún modo. La siento, la vivo —mi poesía, no mi poética, que sería un pensamiento y reflexión sobre ella. Pero a la vez hay y están éstos en los poemas.
Insisto y vuelvo a ello: No hay poética. Hay vida que se realiza. En poesía. A la vez y como he apuntado es característica de mi poesía que sea una poesía que se tiene presente a sí misma. Es algo que puede decirse de diversos modos y a lo que yo me he referido de esta manera, y es un punto que se ha destacado. Luce López-Baralt ha hablado de mis versos autorreferenciales en unas notas sobre mi poesía que se publicaron con motivo de la presentación en Madrid de mi libro Los soles por las noches esparcidos, y lo mencionó Mercè Boixareu en su presentación de este libro allí, en la Asociación de Escritores y Artistas Españoles. Pero puede decirse de otro modo, y también como el propio poeta lo siente y se lo dice a sí mismo. Esta poesía se tiene presente a sí misma. Tiene conciencia de sí misma, y registra su pulso, su latido. Vuelve sobre lo que ha dicho, lo sopesa y lo retoma, lo pone en cuestión, a veces lo prolonga para matizarlo y a veces hasta lo contradice. Pero el poeta vive de contrarios, como afirma un verso, y la poesía esto lo permite. Puede suceder así en los poemas, y así pasa. La poesía está vista como una cacería y un encuentro, como una búsqueda y una sed. “El arte te encuentra y te desgarra” dice un verso, y encontraríamos muchos que la acercaran o definieran, la rodearan en su misterio. También serían muchos los poemas en que suceden extremos o cosas como las que indico, y es que manifiesten conciencia de lo que escriben y dicen, a ellos mismos o en otros con los que enlazan y a los que se refieren. Y esta poesía tiene conciencia de sí, se sabe viva y cómo camina en su temblor y entre lo oscuro, cómo alienta y respira. En el tanteo. En la duda y en el no sé qué de que hablaba San Juan de la Cruz. Pero, con esa realidad -la realidad de que es y se da así, como luz entre las sombras, y temblor y pálpito entre lo oscuro-, tiene conciencia de sí, y es esta cuestión medular de esta poesía, que la distingue y está en ella muy presente. He señalado que puede verse como ejemplo o manifestación de esta conciencia a la primera palabra que escribo después de veinte años de silencio, y es la primera del primer poema de los 942 que escribiré de corrido, es la palabra “escribo”. Pero esta conciencia está presente también de modo muy destacado o manifiesto en mi primer libro: así, el primer verso de mi primer libro es “No es bueno apretar el alma, por ver si sale tinta”, y el del poema que lleva el título del mismo —Hospital de Inocentes— afirma que “El papel en blanco jamás es sólo el papel en blanco” y termina hablando de “la agotadora y muy extraña cacería/ en que soy arma, a la vez presa”.
No defino la poesía, no hay definiciones de la poesía en mis poemas, puedo decir así de inmediato, como respuesta, que me salga muy espontánea, y porque siento que lo que hay es una vivencia de la poesía y no definición de ésta. Pero a la vez sí hay definiciones o acercamientos o rodeos en su misterio. Definición de algo imposible de definir, como es la poesía, inagotable en su misterio y su sentido. Pero estos acercamientos imperfectos e insuficientes definiciones están, y de hecho así podría deducirse y esperarse de una poesía que se tiene presente a sí misma y en la que mucho importa el registro y el latido de la vivencia de sí misma. Son definiciones, rodeos o acercamientos que no bastan y no agotan la poesía, y por tanto no la definen del todo o la acaban de definir, pero pienso que no puede ser de otro modo. Y, a la vez, en la conciencia de que estos acercamientos o definiciones son así, es natural que estén y se pronuncien, se escriban. Hay un poema, el segundo poema del primer libro que contiene poemas de 2009, de mi vuelta a la escritura tras veinte años de silencio, La poesía es un fondo de agua marina, que va diciendo como en una cantinela lo que es el poema –“El poema es erosión y pérdida”, empieza-, pero es obvio que el poema es esto y también es otras cosas, distintas y hasta contrarias, porque como se dice en este poema -que no acaba su definición y su sentido- el poema es todo. No. Lo que dice este poema que el poema es no pretende agotarlo en sus caminos, en sus sentidos, pero aun en la conciencia de que éstos no pueden constreñirse -o definirse- y no terminan es natural que se digan o imaginen, en una labor o intención que me hace recordar una afirmación de Ramón Gaya: “La poesía no acabará de definirse nunca, pero eso no quiere decir que debamos dejar de definirla, sino por el contrario, cada día debemos poder dar de ella una nueva definición o añadir algo nuevo a nuestras definiciones anteriores”.
¿En esta definición qué influencias identificas? En la teoría y en la práctica misma.
Los mismos poemas hablan de sí, se auscultan el pulso, se registran en él, mientras se dan durante un tiempo, y en su ritmo. Lo he dicho cuántas veces he creído oportuno: Pedro Salinas decía que los poemas se explican por sí solos, o no se explican de ningún modo. ¿En la teoría y en la práctica? No hay teoría. Todo es praxis. Todo es poema. También cuando no se escribe. También -quiero decir- lo que lleva a él. Jorge Guillén afirma en aquella célebre poética en forma de carta que no hay más poesía que la realizada en el poema. ¿Pero cómo se ha llegado a él, cómo se ha dado?, cabe pensar o preguntar. Y podemos pensar y contestar que hay poesía también en el silencio, también en el transcurrir callado y subterráneo, tal la del agua del Guadiana, imagen que para mi poesía se ha buscado. Tiene razón Guillén en según qué modo, según desde qué punto de vista lo consideremos, pero requeriría esto una meditación extensa y no creo que sea lo que me pides; pero a la vez diré que es también poesía lo que lleva a ella, lo que hacia ella se encamina y al final se encarna en el fruto que puede producir y es el poema. Da el poema. Hay una serie de hermosos poemas de Guillén que rodean la poesía y también -me gustaría volverlos a leer, quizá lo haga ahora, pero en este momento lo recuerdo de memoria- lo que la rodea y lleva a ella, la anuncia, la presiente y hace posible. El título de esta serie de poemas así parece indicarlo. Es “Hacia la poesía”. La poesía, pues, no sólo es el poema, puede no sólo ser éste y ser también lo que lleva a ella: el camino y el sendero, el riachuelo y el aire que la roza, el aire nuestro en la que vive, los años de gestación y de silencio, el dolor y el amor de los que nace, todo el sufrir y el vivir callado que la causa.
No hay definición, pues, sino vivencia de la poesía. No quiero hurtarme a la pregunta que me haces sobre las influencias, pero se entenderá que se diga y la encaje con lo que afirmo y predico de esta vivencia. He hablado a veces de mis lecturas formativas -los poetas del 27 y los poetas neogriegos de 1930, los grandes poetas catalanes y los grandes poetas hispanoamericanos del siglo XX- y cómo despierto a la poesía con ellos, y me nutro de ellos. Estas lecturas están y pesan y me encaminan a la poesía, me acompañan en mi vocación y me ayudan y alientan en mi primer amor a las palabras. Pero también al referirme a ellos volveré a decir algo parecido, y es que la vivencia de la poesía es espiritual. La poesía no es un acervo de cultura sino de alma, de sangre y de instinto. Las lecturas, por tanto, no son vistas ni están sentidas como pueden conceptuarse o tener sentido para quien tenga otra dedicación -como erudición que sirva a ésta-, sino que lo que cuenta es esta vivencia espiritual de la poesía, a la que se incardinan. Se suman. Alimentan esta vivencia, la acompañan y comparten, y creo que es importante señalar que en mi caso sucede de esta manera. Y así lo ha señalado de hecho con mucho acierto Laurie-Anne Cathala en su trabajo de investigación sobre mi poesía, presentado en la Université Toulouse II-Jean Jaurès el 12 de septiembre de 2014 y titulado Entrelacements paysagers: Les horizons de l’aube (Étude de la poésie de Santiago Montobbio: focus sur la création du 20 mars 2009).
Tengo en mis manos El anarquista de las bengalas (2005), un libro que me parece paradigmático. ¿Qué tanto te sigues reconociendo en él?
El anarquista de las bengalas se publica el año 2005, pero contiene poemas escritos el año 1987, cuando tenía 20 y 21 años. Ayuda a que sea paradigmático el que pueda publicar en mejores condiciones, un libro con mayor extensión, y esto me permite que tengan en él una mayor representación líneas de fuerza y registros de la poesía escrita entonces. Mi primer libro y otros —vg. Tierras— están conformados por poemas escritos en 1987, el mismo año, y El anarquista de las bengalas los completa y redondea, porque tengo la posibilidad de dar a conocer más poemas. El 2011 se publicará otro libro con poemas de 1987, Absurdos principios verdaderos, que dará una final idea de lo que escribí ese año. Preguntas algo que me he preguntado estos días, a raíz de las varias presentaciones de mi último libro con poemas de 2009, Sobre el cielo imposible. Como se sabe, estoy veinte años sin escribir, y el año 2009 escribo en unos meses 942 poemas tras estos veinte años de silencio. Y cabe preguntarse cómo es mi poesía del año 2009 y la del año 1987, qué las hermana y las distingue, qué las separa y diferencia, y también qué relación hay entre la persona de 42 y 43 años y el chico de veinte que escribió esos poemas. Tu pregunta es muy pertinente, y algo a lo que referirse, y de hecho se refieren a ello diversos, muchos poemas del año 2009, y es algo que está especialmente presente en el último libro que reúne a éstos, Sobre el cielo imposible. Así hay poemas en estos cuatro libros que reúnen los 942 poemas escritos en 2009 que emplean un verso o pensamiento de mis poemas de juventud, y así se hace notar: un verso de entonces, a veces de un poema adolescente, o un pensamiento que entonces se tuvo y quedó adentro. Se recuerdan esos versos y se tienen presentes, arranca con ellos un poema y en el poema escrito tantos años después vuelven a estar vivos y en ese poema se glosan y rehacen. A ello se hace referencia, a -digamos- este fenómeno, o sencillamente a que esto pasa. Y se ve como un modo de establecer una relación entre quien escribe esos poemas a los 42 o 43 años, en 2009, y el chico que los escribió en 1987, pero este chico aparece a veces de un modo muy determinado, y lo hace en algunos poemas concretos, y que están, precisamente, en este libro. Así lo hacen, por ejemplo, en los poemas 901 y 902. Se dice en un momento del poema 902: “Pero soy yo ahora/ y también soy mi yo antiguo, el muchacho/ de entusiasmo y amor lleno que con la adolescencia/ derrama sobre el mundo, la adolescencia/ malgastada, como la juventud y la vida,/ y el muchacho herido de los veinte años,/ el pozo profundo de su dolor oscuro./ Entre los dos hay un hilo finísimo,/ con los poemas de ahora a veces entre ellos/ un puente tiendo. Soy yo ahora/ y soy mi yo antiguo”. El poema continúa: “Pero no quiero volver/ a vivir nada, aunque quizá/ debiera”. Porque empieza: “Tendría que volver a leer tantas cosas, tendría/ que volver a vivirlas. Sí. Tendría/ que volver a ser quien he sido./ Fuego, rayo, temblor, abismo. Escombro/ de asombro, acabo de decirlo”. Y soy como lo dicen y actúan respecto a él los poemas, y éste enuncia de modo muy concreto: soy otro y soy el mismo, pero el mismo, como dice uno de ellos, ahora y antiguo –“soy yo ahora/ y soy mi yo antiguo”. En este sentido, el hacer poesía y la pasión de hacerla, de transmitir la vida en ella, nos unifica, o, al menos, hace que se tienda entre esos poemas y adentro de mí mismo -y vuelvo a cómo lo dice el poema- un hilo finísimo. Pero en estos poemas se aborda la relación con este chico, pero también cómo es esta poesía que él escribía tan joven. Mejor que lo diga este poema, que lleva el número 901:
901
EL ESFUERZO TRISTE DE LA CREACIÓN. CUÁNTOS RECUERDOS VIEJOS
que han sido, cómo vuelven y a veces constituyen
los poemas, los conforman, dan vueltas a estos
antiguos pensamientos
versos y palabras y cómo en ellos
vuelve el chico que los tenía,
o los vivía, o en él respiraban
y eran semilla. Podría reconstruirlos.
Pero sería asomarse a un abismo,
a una tristeza esencial, a su verdad
profunda y herida. Esencial, raíz
misma de la vida, el abismo o la sima
al que nos asomaríamos para contemplar o reconstruir
a ese chico de veinte años, violentado su arte,
y la vida por ello oscura. Sintiendo que no puede
y se le veda cumplir con su destino, y toda calle
por la que da sus pasos es una opresión, una angustia.
La creación entonces otra vez sería un esfuerzo triste,
una tensión extrema. Afilada pupila
y tensado arco lo es siempre, pero es
o puede ser en ellos también una alegría,
fuente de vida. Y no sólo tanteo
entre lo oscuro, exploración del infierno,
abismo. Podría reconstruir a ese chico herido,
enhebrar con cuidado sus pensamientos viejos
que entonces no apuntó (la importancia estaba lejos, el arte
era sólo una forma de vida) pero aún así no han muerto
y a veces vuelven, porque verdad eran,
verdad profunda y herida, lo dije,
tristeza y entraña misma de la vida.
Pero no quiero asomarme a ese abismo,
la tensión extrema, el pozo de negrura
y la calle como forma de la angustia, el balcón
como única salida: no quiero la oscuridad profunda y la vida
que en su amor a pesar de todo las palabras trazan, la labor minera
que extrae los destellos de un mineral desconocido y terrible
del ser y sus pozos últimos, el preciso infierno
de los días de un violentado destino.
No quiero sentir otra vez a ese chico
y esos días, las palabras
que de lo más hondo
afloran, y respiran, y trabajan,
el apagado escombro
del asombro. El asombro, el descubrimiento,
el hallazgo que hay en ellas, pero a precio
de mi vida. Su raíz misma.
Ya lo dije y no lo quiero. Quiero
el amor y la vida. Una mañana
en que estés tendida sobre mí como sonrisa.
Aunque eso sea también otra esperanza falsa,
una bella y por completo irreal fantasía.
Porque para mí tú sólo eres lejanía.
Y por ello está lejos la vida.
(Sobre el cielo imposible, pp. 313-315)
Notas
1 S. Montobbio, El anarquista de las bengalas. Barcelona, March Editor, 2005, p. 34.
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