Denunciar o convencer

—Este mundo necesita conocer que anda equivocado y alguien se lo ha de decir. Hemos de denunciar cada conducta que la Palabra considera pecado. Biblia en mano hay que acusarles para que se arrepientan y conviertan. ¿De qué otro modo podrán presentarse ante Dios? ¿De qué otro modo accederán a la Gracia divina? Si no saben el mal que hacen, ¿cómo se arrepentirán? Es de valientes acusarles, tal como hizo Juan el Bautista cuando reprendió a Herodes. Quienes sí lo hacemos, colaboramos con el Espíritu Santo, tal como dijo el Señor Jesús en Juan 16:8. El predicador más osado, el que actúa con más coraje, el que cumple la voluntad de Dios, es el que no tiene pelos en la lengua y tiene en poco su vida terrena que pone al servicio de Dios —dijo un apasionado creyente.

— ¿Y qué dice el texto en cuestión? —preguntó su amigo.

—“Y cuando venga el Espíritu Santo, acusará al mundo de pecado, de justicia y de juicio”.

—Espera, creo que mi Biblia dice otra cosa.

—No puede ser, tenemos la misma.

—Mi Biblia dice “convencerá”, no “acusará” —dijo el amigo.

—Ah, pues lo habré leído mal. Pero no cambia el sentido de lo que digo —reconoció el creyente.

—En absoluto. Acusar no es convencer. Si quieres que alguien no se convenza de su error, acúsalo. El acusado enseguida busca su exculpación cuando se ve acorralado, y generalmente no se siente culpable de las cosas concretas de que se le acusa. En cambio, el convencer del Espíritu es una tarea interna, reflexiva, sin tensión, asentida en ausencia de señaladores. Ahí no podemos entrar—explicó el amigo.

—Si es así como dices, cuando ese trabajo está avanzado ya debe ser más fácil traer la esperanza y consolación del Evangelio —dijo el creyente dando un giro brusco.

—Pienso que sí, evangelizar no es acusar—dijo el amigo.

—Te confieso que a veces juzgo a otros de cosas que tienen más que ver conmigo que con ellos. Me has quitado un peso de encima —dijo el creyente sincerándose.