Zaragoza significaba para Don Quijote un mítico destino que cambia en el capítulo LIX de la segunda parte.
Veintisiete capítulos ocupa la historia de los duques en la segunda parte del Quijote, desde el XXX al LVII. A tan continuadas aventuras se les ha dado en llamar el Quijote de los duques.
El castillo de los duques, donde el bueno de Don Quijote padeció crueles humillaciones, y la isla Barataria, ofrecida de mentira a Sancho abusando de su candidez, estaban ambas en territorio de Aragón, exactamente al norte de la localidad de Pedrola, en la provincia de Zaragoza.
“Este pueblo –escribe Cesar Vidal- estaba construido sobre un saliente del terreno que se internaba en el Ebro, lo que podía dar aspecto de ser una isla o ínsula ya que cuando se producían crecidas en el Ebro el istmo que unía al lugar con la orilla quedaba bajo el agua convirtiéndose en una isla verdadera, aunque temporal”.
Al verse libre del castillo, del duque, de la duquesa, y de su impertinente doncella Altisidora, Don Quijote se dirige a Zaragoza. Las burlas que hubo de soportar no afligieron su noble espíritu. Antes bien, en presencia de aquellos personajes vacíos, demostró poseer una aristocracia superior.
Dice Cide Hamete: “Cuando Don Quijote se vio en la campaña rasa, libre y desembarazado de los requiebros de Altisidora, le pareció que estaba en su centro y que los espíritus se le renovaban para proseguir de nuevo el asumpto de sus caballerías”, (Segunda parte, capítulo LVIII).
Superadas las mofas y rechiflas, liberado de la esclavitud sufrida en la casa de los duques, Don Quijote pronuncia inmediatamente después del texto anterior un canto encendido a la libertad, “uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos”.
La intención de ir a Zaragoza era porque quería estar presente en las fiestas de Arnés que iban a tener lugar en la capital maña: “Cuenta Cide Hamete que estando ya Don Quijote sano de sus aruños, le pareció que la vida que en aquel castillo tenía era contra toda la orden de caballería que profesaba, y así, determinó de pedir licencia a los duques para partirse a Zaragoza, cuyas fiestas llegaban cerca, adonde pensaba ganar el arnés que en las tales fiestas se conquista” (Segunda parte, capítulo LII).
Las fiestas eran concursos literarios sobre temas propuestos por los miembros del jurado para celebrar algún acontecimiento.
Zaragoza significaba para Don Quijote un mítico destino que cambia en el capítulo LIX de la segunda parte. La culpa de este cambio la tuvo Avellaneda y su espurio Quijote, también conocido como “Quijote aragonés”, al creer algunos cervantistas que Avellaneda nació en Aragón.
El citado capítulo LIX es fundamental en la segunda parte del Quijote. La idea de ir a Zaragoza era una obsesión para el hidalgo manchego. Lo repite varias veces: Quería ganar en las fiestas del Arnés. No llegó a participar.
Ya fuera de palacio, señor y criado entran a cenar a una venta. Puntualiza Cervantes: “Digo que era venta porque Don Quijote la llamó así, fuera del uso que tenía de llamar a todas las ventas castillo”.
A través de una pared, Don Quijote y Sancho escuchan a dos hombres, Don Jerónimo y Don Juan, que se disponen a leer un capítulo del falso Quijote. Aluden al caballero desamorado y la desaparición de Dulcinea. Atento a la conversación, a Don Quijote le sube la fiebre, le hierve la sangre. “Lleno de ira y de despecho, alzó la voz y dijo: Quienquiera que dijere que Don Quijote de la Mancha ha olvidado, ni puede olvidar, a Dulcinea del Toboso, yo le haré entender con armas iguales que va muy lejos de la verdad; porque la sin par Dulcinea del Toboso ni puede ser olvidada, ni en Don Quijote puede caber olvido: su blasón es la firmeza, y su profesión, el guardarla con suavidad y sin hacerse fuerza alguna” (Segunda parte, capítulo LIX).
Así era Don Quijote y con tal fiereza reaccionaba cuando alguien ponía en duda su amor y fidelidad a Dulcinea.
Al escuchar tales palabras, los dos caballeros pasan a la habitación que ocupaban Sancho y Don Quijote. Prorrumpen en exclamaciones de alegría al hallarse en presencia del auténtico Don Quijote, lo abrazan y le entregan un ejemplar del falso libro. “Le tomó Don Quijote, y sin responder palabra, comenzó a ojearle, y de allí a un poco se lo volvió, diciendo: “En esto poco que he visto he hallado tres cosas en este autor dignas de reprensión”.
Los dos caballeros piden a Don Quijote y Sancho que pasen a su estancia a cenar con ellos, a lo cual acceden de buen grado. La conversación transcurre sobre temas relacionados con la vida y aventuras de Don Quijote. Preguntándole que adónde se dirigían, Don Quijote responde que a Zaragoza, a participar en las fiestas del Arnés.
Comentan los caballeros que según Avellaneda, su Don Quijote ya había estado allí y había tenido una actuación muy pobre, habiendo ganado sólo una sortija.
Aquí vino la explosión.
La decisión clave.
El cambio de rumbo.
Don Quijote, para ridiculizar a Avellaneda, no entraría a Zaragoza. Lo dice a sus anfitriones: “Por el mismo caso no pondré los pies en Zaragoza, y así sacaré a la plaza del mundo la mentira de este historiador moderno, y echarán de ver las gentes cómo no soy el Don Quijote que él dice”.
“Hará muy bien –dijo Don Jerónimo-; y otras fiestas hay en Barcelona, donde podrá el señor Don Quijote mostrar su valor. Así lo pienso hacer –dijo Don Quijote” (Segunda Parte, capítulo LIX).
Siempre en defensa de Aragón, Moragas observa que en la decisión de ir a Barcelona no hay ningún tipo de desprecio hacia Zaragoza y sus gentes, sólo un cambio de destino final.
Así debió ser, efectivamente.
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