"Lo mío es un humilde tributo de lector aprendiz de poeta: por ello estos versos vivos donde galopan no sólo Alonso Quijano y el señor Panza, sino también Jesucristo y Unamuno; Dulcinea y Jacqueline; Elías y mi padre y mi hijo y yo mismo; mi Salamanca y mi saudosa selva".
Alfredo Pérez Alencart es, sin comparación, el mejor poeta y el de mayor proyección internacional que tiene el protestantismo español y el protestantismo de las otras naciones que hoy se expresan en el idioma de Cervantes.
Pero si Cristo tiene a Alfredo, si lo tiene la Iglesia, si lo tenemos nosotros, se debe a las oraciones y al testimonio personal de su esposa, la también poeta y articulista Jacqueline Alencar, quien “orbitó” junto a su marido “cinco lustros seguidos”.
Jacqueline, quien es cristiana desde su juventud, o desde su niñez, no tengo absolutamente claro este punto, dedicó años a orar por el esposo, indiferente a la religión, hablándole de Cristo a tiempo y a destiempo, hasta que el Galileo, como a él le gusta llamar a Jesús, lo derrumbó de donde fuera, del caballo o de la incredulidad, de una nube o de una pirámide de arena; sonriendo dijo su nombre y en el corazón de Alfredo quedó escrito el más sublime de los poemas. Hasta el día de hoy.
Aunque lo he hecho en otras ocasiones, ahora quiero recordar algunos de los premios con los que ha sido distinguido nuestro poeta peruano-español, profesor del Derecho del Trabajo en la famosa Universidad de Salamanca, que remonta sus orígenes al año 1218: Premio Jorge Guillén de Poesía en España. Premio Humberto Peregrino en Brasil. Premio Internacional de Poesía “Medalla Vicente Gerbasi” en Venezuela, entre otros. Alencart ha publicado 16 libros de poesía, la mayoría traducidos a 25 idiomas.
El pasado mes de mayo Alencart recibió en Salamanca al catedrático en Matemáticas de la Universidad de Oxford, John Lennox, quien vino a España con su último libro en el maletín. La presentación del mismo ante un auditorio selecto e interesado estuvo a cargo de Alencart. El científico inglés tituló su obra “Disparando contra Dios. Por qué los nuevos ateos no dan en el blanco”. En su intervención, Lennox defendió la existencia de Dios como “la base de la moralidad frente a un ateísmo donde todo es posible”. El libro surge “como respuesta a la idea de que la religión es peligrosa en la cultura europea”. El catedrático universitario manifestó que es “el nuevo ateísmo el que ignora los ríos de sangre creados por las sociedades ateas”.
Por iniciativa de Pérez Alencart, el XIX Encuentro de Poetas Iberoamericanos que tendrá lugar en Salamanca entre el 19 y el 20 del próximo mes de octubre llevará por título “Al Hidalgo Poeta” y estará dedicado a Miguel de Cervantes. Anticipamos el lujo cultural y espiritual que supondrá escuchar a poetas de distintos países y de primera fila disertar en torno a las cualidades poéticas de nuestro gran Cervantes, gloria nacional, iniciador y jefe supremo de la novela española.
A pesar del gran interés que han despertado en mí las páginas de “El pie en el estribo”, no puedo, no debo, no quiero renunciar a ofrecer a los lectores de este artículo una muestra de las tiernas frases que Alencart escribe en el prólogo. Pido disculpas por su extensión, pero siento que merecen la pena. Dice el poeta:
“Hace dos lustros escribí estos poemas. Luego los puse a reposar en el arcón, como recomendaba Horacio. Ahora los expongo, no como un homenaje más, de los muchos que inundarán el vasto continente de nuestro idioma. Lo mío es un humilde tributo de lector aprendiz de poeta: por ello estos versos vivos donde galopan no sólo Alonso Quijano y el señor Panza, sino también Jesucristo y Unamuno; Dulcinea y Jacqueline; Elías y mi padre y mi hijo y yo mismo; mi Salamanca y mi saudosa selva. Soy mestizo y, al entrañar la magna obra, no dudé en mezclar lo de aquende con lo de allende, lo del 16 con lo del 21”.
Veintiún poemas componen “El pie en el estribo”. El último trata de su princesa, su musa, su lira, su Jacqueline, “Ven acá, mi salvaora de mis penas y de mis males, que si tú no me las remedias, no las remediará nadie”. Dice él a ella:
Quijoteando voy por el ojo de la aguja
hasta pasar el cielo
por tu jardín donde mis abejas se desatan.
Somos cicatrices de lo que ha sido azul…
Somos una sola carne tomando
altura en lo sagrado”.
Con todo, la principal preocupación de Alencart se centra en el personaje creado por Cervantes, en el gran hombre que tras ser derrotado en las playas de Barcelona por el bachiller Sansón Carrasco, disfrazado como caballero de la Blanca Luna, emprende camino de regreso a su aldea, donde llega con el pie en el estribo, es decir, minuto y medio antes de la llegada de la señora muerte. Los héroes como mi señor Don Quijote no comienzan a vivir sino cuando mueren. Así lo ve el poeta:
El pie en el estribo, frater, enseñando la hermandad
que salva de cetrerías de cacerías de jaurías
hermandad que es pan del horno simple que protege
minuto a minuto del ataque de los franquensteins
Clic clic Desde la grupa fotografío tu corazón amén
del corporio poseso de escrituras amén de sus entretelas
amén de superficies y humaredas Ensopo mi cantar
en tu recreación. Te sostengo para que me sostengas
Bajo para que subas para que pongas tu pie en el estribo
Certidumbre de la hermandad reasignada
El poeta fija su mirada en el noveno capítulo que figura en la segunda parte de la novela cervantina. Don Quijote y Sancho se dirigen al Toboso, buscando el palacio de Dulcinea. Era noche cerrada. Habiendo andado doscientos pasos, el Caballero “dio con el bulto que hacía la sombra, y vio una gran torre, y luego conoció que el tal edificio no era alcázar, sino la iglesia principal del pueblo, y dijo: con la iglesia hemos dado, Sancho”.
El poeta elude los numerosos comentarios anticatólicos escritos en torno a este episodio y transmite a Sancho una esperanza nueva, donde no hay muros ni campanarios, sino claridad, luz y puertas abiertas:
Pongo mi oído sobre la pulpa de unas vocales
que el vulgo no estranguló con vísceras de mercado
Pongo mi oído sobre los escritos de protesta
para conocer lo que allá sucede con mis cuasi hermanos
porteadores de estatuas de sal embrumados
por inciensos que nunca harán taxidermia sangre
nada más que sangre hasta la médula
Sancho que escudas mi ahora ¿qué haremos
si al final del camino damos con la iglesia verdadera?
Pongo mi oído sobre los pliegos de cordel
para no perder mi sombra en la cripta de otro presidio
donde perviven los desalmados vacunados con
azufre con encono con flujos sobrecocinados
de psicosis sin fermosura.
Poeta, gracias por este pequeño gran libro, oportunamente llegado a nosotros cuando recordamos los cuatrocientos años de la muerte de Cervantes, el hombre que supo captar como ningún otro la esencia de la vida, su brevedad, su fragilidad.
Don Alfredo, todos caminamos con un pie en el estribo. ¡Cuantas caras conocidas, algunas de ellas queridas, han desaparecido ya! Para usted y para mí, señor poeta, la muerte es un triunfo, la entrada a una nueva existencia donde nos encontraremos ante el misterio absoluto.
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