Aunque no era tema principal, el Congreso planteó el problema religioso en la vida y en la obra de Ortega y Gasset. ¿Fue Ortega católico o anticatólico? ¿Creía o no creía en Dios? ¿Religioso o anticlerical? ¿Agnóstico o ateo?
Entre el 4 y el 5 del pasado mes de febrero tuvo lugar en Madrid un Congreso Internacional sobre José Ortega y Gasset. El tema general del Congreso, que tuvo lugar en la sede de la Fundación Ortega-Marañón, giró en torno a “los epistolarios de Ortega y las redes culturales europeas y norteamericanas”.
Participaron especialistas en la obra del filósofo español representando a Universidades de Argentina, Brasil, Italia, Perú, Polonia y Portugal, además de otros ponentes de universidades e instituciones académicas españolas. Según dijo el director del Centro de Estudios Orteguiano, Javier Zamora Bonilla, en el Congreso se demostró “con datos, con cartas, la idea de Ortega como catalizador de la cultura, mediando entre España, Europa y América”.
Los ponentes presentaron la imagen de un Ortega íntimo, “relacionado con sus discípulos, con historiadores alemanes, con pensadores portugueses, destacando la amistad que mantuvo con María de Maeztu, la pedagoga que dirigió la Residencia de Señoritas, el centro pionero que fomentó la educación universitaria en España”. Pieza fundamental de esta Residencia fue Zenobia Camprubí, esposa del poeta Juan Ramón Jiménez, Premio Nobel de Literatura en 1956.
En el Congreso se analizó parte de la correspondencia que Ortega mantuvo con otros escritores españoles. Con Azorín intercambió unas 70 cartas, desconocidas hasta tiempos recientes. La amistad entre Ortega y Azorín se mantuvo con altibajos y polémicas en la prensa. Con Unamuno mantuvo agrias polémicas literarias y políticas. De Pío Baroja decía que escribía mal y que sus obras no tenían estructura. De esta relación se aportaron otras 17 cartas inéditas. Javier Zamora Bonilla, ya citado, afirmó: “las reseñas literarias de Ortega hoy no se publicarían. Eran muy duras, políticamente incorrectas”.
El Congreso se enmarcó en el proyectoque ha puesto en marcha la Fundación Ortega-Marañón en colaboración con el Ministerio de Economía para editar todos los epistolarios cruzados entre Ortega y sus amigos, así como con otras personalidades. “Tenemos catalogadas 2.124 cartas escritas por él y unas 8.900 que recibió”, dijo el director de la Fundación. Además –añadió Javier Zamora- “están los documentos de interés biográfico, otros 8.320 textos, en correspondencia con editoriales, trámites….”.
Aunque no era tema principal, el Congreso planteó el problema religioso en la vida y en la obra de Ortega y Gasset. ¿Fue Ortega católico o anticatólico? ¿Creía o no creía en Dios? ¿Religioso o anticlerical? ¿Agnóstico o ateo?
En los libros escritos sobre el filósofo faltan referentes a estas importantes cuestiones. Francisco Goyenechea, en un tiempo profesor de Filosofía en la Universidad Pontificia Salesiana de Roma, asegura que “Ortega conocía bastante bien la Sagrada Escritura y recitaba de memoria en griego capítulos enteros del Evangelio de San Juan. Su artículo “la forma como método histórico” confirma su interés por los estudios bíblicos” (1). En “Ideas y creencias” Ortega sostiene que la esencia del cristianismo se halla en la fe en Dios y en la Biblia (2).
En su infancia y juventud Ortega tuvo profesores católicos. Cursó el bachillerato en el colegio Miraflores, de Málaga, dirigido por religiosos jesuitas. De allí pasó a la Universidad católica de Deusto. Al abandonar el Instituto y la Universidad abandonó también la Iglesia católica, pero sin caer en el anticlericalismo. Así lo confiesa en uno de sus escritos: “Como ustedes saben, yo, que no soy católico, no tengo un solo pelo de anticlerical” (3). Y en otro lugar añade: “Yo, señores, no soy católico y desde mi mocedad he procurado que hasta los humildes detalles de mi vida privada queden formalizados acatólicamente; pero no estoy dispuesto a dejarme imponer por los mascarones de proa de arcaico anticlericalismo” (4).
Ortega siempre estuvo en la orilla blanca de la fe. Como otras eminencias del pensamiento, creía que la religión es la más elevada manifestación de la naturaleza humana. Eleva al hombre sobre la vida vulgar y lo obliga a poner su mirada en la eternidad, de tal manera que la religión sólo desaparecerá cuando haya desaparecido la muerte. En su breve ensayo sobre “El Santo”, dice Ortega: “Yo no concibo que ningún hombre, el cual aspire a henchir su espíritu indefinidamente, pueda renunciar sin dolor al mundo de lo religioso; a mí, al menos, me produce enorme pesar sentirme excluido de la participación en ese mundo. Porque hay un sentido religioso como hay un sentido estético y un sentido del olfato, del tacto, de la visión” (5). En diciembre de 1915 el filósofo publica un interesante artículo que titula “La guerra, los pueblos y los dioses”. Aquí escribe una frase que, con otras palabras, el apóstol Pablo expuso la misma verdad, esencial a la fe cristiana, hace más de veinte siglos. Dice Ortega: “el pensamiento fundamental del hombre primitivo no es la aritmética o la física, es su noción de Dios sobre el mundo y del mundo bajo Dios” (6).
Uno de los textos claves para interpretar el pensamiento religioso de Ortega es su artículo de noviembre 1926 titulado “Dios a la vista”. El filósofo empieza puntualizando que en la órbita de la tierra hay “un tiempo de máxima aproximación al sol y un tiempo de alejamiento”. A continuación, aplicando la imagen al ser humano, añade: “algo parecido acontece en la órbita de la historia con respecto a Dios. Hay épocas de “odium Dei”, de gran fuga lejos de lo divino, en que esta enorme montañade Dios llega casi a desaparecer del horizonte. Pero al cabo vienen sazones en que súbitamente, con la gracia intacta de una costa virgen, emerge a sotavento el acantilado de la divinidad. La hora de ahora es de este linaje, y procede gritar desde la cofa: “¡Dios a la vista!”(7).
En estas palabras de Ortega podemos leer sustancialmente la admisión de la existencia de ultratumba, Dios presente y trascendente. Dios ha estado a la vista del hombre desde la creación del mundo. Estuvo en la generación que vivía Ortega cuando habló así de él en 1926, hace exactamente 90 años, está presente en la mirada perdida del hombre de hoy y estará hasta que pierda su luz la última estrella.
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