La verdad y el poder del evangelio son tales que la Iglesia se puede reavivar, renovar y restaurar para que vuelva a ser una fuerza renovadora en el mundo.
Este es un fragmento del libro "Renacimiento", de Os Guinness (Publicaciones Andamio, 2016). Puede saber más sobre el libro aquí.
¿Pudiera ser que después de dos mil años la frase “También esto pasará” se haya escrito asimismo sobre la fe cristiana? ¿Está acabada la Iglesia cristiana y se encamina la fe cristiana al gran museo de la historia, como afirman ahora los enemigos de la fe y parecen indicar determinadas tendencias en Occidente?
“El gran Pan ha muerto”, escribió en otro tiempo Plutarco, describiendo el lamento de quienes navegaban junto a la costa occidental de Grecia. El dios de los pastores y de los rebaños había muerto y la fe cristiana había triunfado sobre el paganismo. Pero ahora los críticos de la Iglesia le devuelven el cumplido.
Desde el famoso clamor de “Dios ha muerto”, de Friedrich Nietzsche a finales del siglo XIX, hasta las estridentes afirmaciones del “fin de la fe” procedentes de los nuevos ateos al principio del siglo XXI, escuchamos el anuncio, una y otra vez, de que la mejor época de la fe cristiana ya ha concluido. También ella se acerca a su fin en el mundo moderno y avanzado que ha contribuido a crear.
Entonces, ¿es que quienes se apartan de la fe tenían presciencia, y nosotros, los que quedamos, no somos otra cosa que partisanos empecinados de causas perdidas y barcos que se hunden? ¿Ha conseguido por fin la modernidad lo que no pudo hacer ningún enemigo o perseguidor de la fe, reduciendo la autoridad de las Escrituras a una veleta mudable y la Iglesia a la impotencia balbuciente?
Y si la Iglesia se encuentra en un estado tan lamentable en el avanzado mundo moderno, ¿ha llegado la hora del triunfo final del ateísmo o del auge victorioso en la resurgencia del islam? La Iglesia que ahora vibra en el Sur Mundial, ¿caerá́ en el cautiverio a su vez cuando se enfrente al desafío de la modernidad, de modo que el triunfo del diablo sea completo?
Estas preguntas se funden para crear un interrogante agudo para los cristianos en la era mundial: en el mundo moderno y avanzado, ¿puede la Iglesia cristiana renovarse y ser restaurada incluso en nuestros tiempos, y transformarse lo suficiente como para tener la esperanza de cambiar de nuevo el mundo por el poder del evangelio? ¿O esta idea no es más que el acto de silbar en la oscuridad, algo sin sentido, ingenuo e irresponsable?
No vacilemos en responder. La verdad y el poder del evangelio son tales que la Iglesia se puede reavivar, renovar y restaurar para que vuelva a ser una fuerza renovadora en el mundo. No cabe duda de que en el pasado las buenas noticias de Jesús han introducido cambios poderosos, tanto personales como culturales.
Tampoco cabe duda de que siguen haciéndolo en muchos lugares del mundo actual. Por la gracia de Dios, volverán a realizarlo incluso aquí, en el corazón del mundo moderno avanzado, donde la Iglesia cristiana se halla hoy sumida en un caos lamentable.
Pero, por supuesto, no podemos afirmar osadamente algo así y dejarlo ahí. Eso sería un triunfalismo barato y de pacotilla. La respuesta afirmativa exige una explicación más profunda y un estilo de vida que la respalde. Toda respuesta sólida debe ser tan considerada como confiada, de modo que, en medio de lo que es una época genuinamente tenebrosa para la Iglesia, nuestra confianza en el evangelio sea una garantía justificada, no un tarareo en la oscuridad.
G. K. Chesterton escribió́:
Al menos cinco veces... según todas las apariencias, la Fe ha sido echada a los perros. En cada una de esas cinco ocasiones, quien murió fue el perro.
La idea de este gran escritor cristiano es cierta y constituye un recordatorio ingenioso y estimulante para los abatidos. Sin embargo, también hemos de estar seguros de entender por qué es cierta y por qué podemos vivir y trabajar teniendo una confianza sólida como una roca en el evangelio, y la certidumbre en la posibilidad de que se produzca un verdadero renacimiento cristiano por muy tenebrosos que sean los tiempos que vivimos.
Pero, primero, alcemos la vista al horizonte y reflexionemos sobre el momento extraordinario en el que vivimos y en el tremendo desafío que representa.
(…)
Cambiar el mundo
Estos dos debates de posguerra volvieron a levantar la cabeza hace poco, cuando en el mundo angloparlante se inició una polémica parecida, incitada por libros como To Change the World, de James Davison Hunter, y Culture Making, de Andy Crouch. ¿De verdad los cristianos pueden cambiar el mundo? ¿Lo están haciendo hoy?
Por un lado estaban los optimistas, algunos serios y otros casi alborozados. Durante toda una generación, incontables líderes y escritores cristianos habían sazonado generosamente sus discursos, sermones y libros con frases como “marcar la diferencia”, “dejar un legado”, “transformar la cultura” y “cambiar el mundo”. (Una universidad cristiana de Estados Unidos proclama con orgullo su eslogan “Donde comienza el cambio mundial”, y en algunos entornos cristianos los oradores se dirigen al público ¡con el apelativo “queridos transformadores del mundo”!).
Pero por cada mil personas que han usado estas expresiones como reflejo de una verdad indiscutible, ha habido unos pocos que han preguntado si realmente estaba teniendo lugar ese cambio, y por qué y cómo creían que podría producirse.
En el otro lado estaban los realistas sobrios, por no decir adustos. Repetían la evidencia de que, por mucho que se hablase, el tan cacareado “cambio mundial” no tenía lugar. Algunos incluso sostuvieron que no podía tener lugar, considerando la manera en que los oradores enfocaban este concepto. A menos que los cristianos descubriesen mejor cómo influyen las ideas en una cultura, toda esa expresión bien intencionada de ideas cristianas, de la mente cristiana y de “pensar cristianamente” no produciría otra cosa que aire caliente y desencanto.
Yo defiendo firmemente la primera postura, aunque insuflándole una dosis ineludible de la visión realista de la segunda. Como recordaba ásperamente san Pablo a los cristianos de la gran ciudad cosmopolita de Corinto, las buenas noticias de Jesús no solo se expresan en palabras, sino con poder. Tienen el historial demostrable de ser la fuerza que ha cambiado a más personas y ha transformado más el mundo en toda la historia. “El pensamiento del cristianismo era quererlo cambiar todo”, escribió Søren Kierkegaard.
Doce hombres, unidos por ser cristianos, han recreado el aspecto del mundo.
Ciertamente, este poder transformador se encuentra en la esencia del genio occidental y es un don directo del evangelio, que pone su énfasis en la transformación de la vida. Diciéndolo con las palabras de Christopher Dawson:
La civilización occidental ha sido el gran fermento del cambio en el mundo, porque la transformación del mismo se convirtió́ en parte integral de su ideal cultural.
Pero este poder transformador es precisamente lo que hay que comprender de nuevo, lo que hay que experimentar otra vez y demostrar una vez más en nuestra época. El dinamismo del evangelio y su relación con la cultura debe comprenderse y vivirse según sus propios términos, sean cuales fueren los retos actuales. Si queremos demostrar a los críticos y a los cínicos que se equivocan, hay que hacer siempre la obra de Dios a su manera, para ver resultados que sean dignos de la realidad y de la grandeza divinas. El momento actual nos acucia y no hay tiempo que perder.
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