La crianza con ternura, propuesta y afirmada con singular pasión en este libro de Anna Christine Grellert, pediatra y asesora regional de desarrollo de la Niñez en World Vision durante 11 años.
La carencia de la ternura y del amor, tienen consecuencias no solo para la niñez sino también contundentes consecuencias en la salud del adulto. El mundo requiere un nuevo paradigma de salud para contrarrestar los efectos de la violencia y del abuso en la vida tanto de los niños como de los adultos. No se curan heridas profundas e históricas con píldoras y parches sino con ambientes demarcados por la ternura y amor.[1]
A.C.G.
La crianza con ternura, propuesta y afirmada con singular pasión en este libro de Anna Christine Grellert, pediatra y asesora regional de desarrollo de la Niñez en World Vision durante 11 ños, es un gran paso adelante que, como práctica humanizadora, se está fomentando en un subcontinente urgido de superar las mentalidades y acciones dominadas por una comprensión sumamente limitada de lo que significa ser padre y madre. Hay que reconocer, ciertamente, que los énfasis liberadores del pensamiento cristiano en décadas recientes dejaron casi siempre de lado el aspecto emocional y afectivo en aras de una voluntad transformadora del ámbito social que se veía como lo más exigente para esas épocas. No obstante, nunca faltaron voces de advertencia, como las de Paulo Freire y otros, quienes desde ese espectro ideológico señalaron la necesidad de compensar y complementar con el sano ejercicio del amor y el cuidado, las terribles circunstancias que se vivieron (y en buena medida se siguen viviendo) en amplios sectores de la población latinoamericana.
Se trata de hacer visible y rotundamente viable esta propuesta, formalizada y respaldada por alguien tan confiable como el teólogo y pedagogo peruano Alejandro Cussiánovich, quien en 2015 celebró 50 años de su ordenación sacerdotal, y cuya labor en el campo de las políticas sociales y promoción de la infancia ha sido reconocida durante largo tiempo (su “pedagogía dela ternura” viene desde fines de los años 70). Sus palabras del prólogo son precisas: “Crianza con Ternura deviene en un paradigma bioético, bio-político, bio-espiritual, bio-social y bio-cultural. Como tal, es portador de una potencialidad crítica frente a los modelos de humanidad que se derivan de las nuevas formas de colonialidad, de ocupación de las conciencias de la que son portadoras políticas económicas, comunicacionales y culturales y de los antivalores que encarnan, etcétera”.[2]
Precisamente: este nuevo paradigma de actuación paterna/materna busca encarnar no los ideales de una sociedad de hiperconsumo o simplemente los valores tradicionales sino de ahondar en el esfuerzo liberador encaminado a la creación y consolidación de una humanidad nueva, —lo que planteó siempre el Evangelio, dicho sea de paso, por lo que Cussiánovich debe agregar al respecto: “Crianza con Ternura es recordar que la lógica del Padre que Jesús nos revela es la del paradigma de la ternura, de profunda significación para las pautas de crianza en el seno de las familias, muy en particular cuando se pretende justificar un trato punitivo y castigador como garantía, cuando adultos, de ser personas correctas, derechas”.[3]
Veo en Grellert a otra educadora venida a América Latina para convertirse a la causa de la niñez sufriente, como en otras épocas hubo notables maestras y maestros que consagraron sus vidas a lo que se ha conocido como “educación cristiana”, aunque muchos de sus objetivos civilizatorios finalmente serían muy cuestionados. También la asocio con aquellos proyectos pedagógicos que, en el inicio tan incierto de las naciones de la región, contribuyeron a formar personas en medios sociales totalmente desprotegidos. Su perfil está más cerca de la educación popular auto-gestiva, eminentemente comunitaria y que estimula participación de las familias en su desarrollo y avance escolar, pero sobre todo afectivo y emocional. La estructura de la obra es todo un programa de trabajo a desarrollar dentro y fuera de las comunidades cristianas, pues su visión propositiva ve la misma importancia en pasar revista, primero, a los desarrollos anteriores (Berta Ares, Manolo Florentino, Fernando Devoto, Diana Maffla, Freire mismo, Maturana y una larga lista) de donde brotaron pistas para aplicarse en la actualidad; los aspectos duros no se ocultan en el diagnóstico estructural: debilitación de la familia, abandono y orfandad, un Estado que institucionaliza y hiere a la niñez y a la juventud, delincuencia juvenil, las demandas del mercado laboral y la violencia institucional; segundo, el elemento bíblico, desde una serie de relecturas (una de las más esperadas y complejas, la del profeta Oseas); tercero, la crianza con ternura como vocación pastoral; y cuarto, la inevitable, la impostergable “revolución de la ternura”, todo ello puntuado por la exigencia marcada en uno de los apartados: “El contexto histórico del amor y del desamor de la niñez latinoamericana y caribeña”. Nunca se había dicho mejor, pero sin las limitaciones del discurso de la autoayuda superficial y ahistórica. Las preguntas básicas del primer principio, el relacional, son comprometedoras y profundamente críticas: “¿Cómo saben nuestro hijos e hijas cuanto los amamos? ¿Qué palabras expresamos para comunicar nuestro amor a nuestros hijos e hijas? ¿Cuándo decimos a nuestros hijos e hijas cuanto los amamos?”.[4]
Salta a la vista el notable giro de World Vision (Visión Mundial, como se presentó durante años), pues se ha sumado, de una manera más humilde y consecuente, un tanto lejos del debate ideológico, a este proyecto de reconstrucción humana, ante el cual no puede uno más que alegrarse y buscar la manera de sumarse. Vaya contraste con los postulados de las familias evangelicales y fundamentalistas de los estados del sur en la Unión Americana. No cabe duda de que la afirmación práctica del Evangelio atraviesa por caminos insospechados y, en ocasiones, profundamente contradictorios. ¿Qué le espera a nuestras sociedades, si aún queda fe entre ellas, con una formación así? No solamente violenta sino proclive al rencor, al odio racial, al rechazo y la exclusión en nombre de una tradición religiosa que cierra los ojos al cambio. Y mucho de ello lo hemos importado en México y otros países, y se ha aplicado a rajatabla, sin ninguna piedad. Porque como bien afirma uno de los postulados: “Jesús es el paradigma de la ternura” (p. 51).
Termino con unos versos del chileno centenario Nicanor Parra, hablando de su propia madre, “Clara Sandoval”, quien crió nada menos que a este poeta y a su hermana Violeta:
mientras más sufrimiento
más energía para seguir en la rueda
para que el Tito pueda ir al Liceo
para que la Violeta no se muera
y todavía le queda tiempo para llorar
esta viuda joven y buenamoza
que pasará a la historia
como la madre menos afortunada de Chile
y todavía le queda tiempo para rezar[5]
Participemos sin reproche en esta iniciativa, en los hechos, los ideales y los conceptos, y busquemos canales efectivos para su aplicación, tan urgente como necesaria.
[1] A.C. Grellert, Crianza con ternura. México, Casa Unida de Publicaciones-World Vision-Comunidad Teológica de México, 2016, p. 140.
[4] Cf. , “Principio 1 de la Crianza con Ternura: Relacional”, en World Vision, www.wvi.org/es/CcTRelacional.
[5] N. Parra, “Clara Sandoval”, de Hojas de parra (Santiago, Ganímedes, 1985), en sitio dedicado por la Universidad de Chile a Nicanor Parra, www.nicanorparra.uchile.cl/antologia/hojas/clarasandoval.html.
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