Consideraremos el modo en que la iglesia presenta a Cristo y asimismo la influencia de Cristo sobre la iglesia. Un fragmento de “Cristo, el incomparable”, de John Stott (Andamio, 2009)
Un fragmento de “Cristo, el incomparable”, de John Stott (Andamio, 2009) Puedes saber más sobre el libro aquí.
La centralidad de Jesús
“Al margen de lo que pueda creerse o pensarse acerca de él, Jesús de Nazaret ha sido la figura dominante de la historia y la cultura occidental durante casi veinte siglos.” Son palabras de Jaroslav Pelikan al comienzo de su extenso libro Jesus through the Centuries.
Parecía, por tanto, apropiado que las Conferencias de Cristianismo Contemporáneo de Londres (London Lectures in Contemporary Christianity) se ocuparan de Jesucristo en este año del nuevo milenio, puesto que, a fi n de cuentas, es su “cumpleaños” (al margen de cual sea la fecha exacta de su nacimiento) lo que hemos venido celebrando.
Consideremos su importancia en tres esferas.
En primer lugar, Jesús es el centro de la historia. Al menos una gran proporción de la raza humana sigue dividiendo la historia entre antes y después de Jesucristo: En el año 2000 la población mundial llegó a los 6.000 millones y el número de cristianos era de unos 1.700 millones, es decir el 28%. De modo que casi una tercera parte de la raza humana profesa seguirle.
En segundo lugar, Jesús es el centro de atención de la Escritura. La Biblia no es una colección aleatoria de documentos religiosos. Como dijo el propio Jesús , “Las Escrituras ... dan testimonio de mí” ( Juan 5:39). Y los eruditos cristianos siempre lo han reconocido. Jerónimo, por ejemplo, el gran Padre de la iglesia de los siglos IV y V, escribe que “la ignorancia de la Escritura es ignorancia de Cristo.”
Es muy interesante que en el siglo XVI, tanto Erasmo, el humanista del Renacimiento, como Lutero, el reformador, subrayaron la misma centralidad de Cristo. La Biblia “te dará a Cristo –escribió Erasmo– en tan cercana intimidad que éste te sería menos visible si estuviera ante tus ojos.”
Asimismo, Lutero, en sus Charlas en Romanos, deja claro que Cristo es la clave de la Escritura. En su nota explicativa de Romanos 1:5 escribió: “Aquí se nos abre de par en par la puerta para el entendimiento de las Santas Escrituras, a saber, que todo ha de entenderse en relación con Cristo.” Y más adelante escribió: “la totalidad de la Escritura se ocupa en todas partes, solamente, de Cristo.”
En tercer lugar, Jesús es el corazón de la misión. ¿Cuál es la razón por la que algunos cristianos recorren cielo y tierra, continentes y culturas, para trabajar como misioneros? ¿Qué es lo que los impulsa? No lo hacen con el objetivo de promocionar una civilización, una institución o una ideología, sino a una persona: Jesucristo; y lo hacen porque creen que es único.
Esto es especialmente obvio cuando se trata de misiones cristianas a países islámicos. “Nuestra tarea – escribió con erudición el obispo misionero Stephen Neill– consiste en seguir diciéndole al musulmán con infinita paciencia, “señor, considere a Jesús”. No tenemos otro mensaje... Lo que sucede no es que el musulmán haya visto a Jesús de Nazaret y le haya rechazado; es que nunca lo ha visto...”.
Sin embargo, quienes sí ven a Jesús y se entregan a él reconocen que éste se encuentra en el centro mismo de su experiencia de conversión. Tomemos por ejemplo a Sadhu Sundar Singh. Nació en 1889 en el seno de una acomodada familia sikh de la India y se educó en el desprecio del cristianismo por tratarse (en su opinión) de una religión extranjera.
A los quince años de edad, llegó al punto de expresar su hostilidad quemando públicamente un evangelio. Sin embargo, tres días más tarde se convirtió por medio de una visión de Cristo, y más adelante, siendo todavía adolescente, decidió convertirse en un Sadhu, un predicador santo y errante.
En una ocasión, Sundar Singh visitó una escuela hindú y fue abordado con agresividad por un profesor que le preguntó qué era lo que había encontrado en el cristianismo que no tuviera en su antigua religión. “Tengo a Cristo”, respondió. “Sí, ya lo sé,” continuó el profesor con impaciencia, “pero ¿qué principio o doctrina en concreto has encontrado que no tuvieras ya antes?” “Lo que he encontrado en concreto –replicó Sundar Singh– es a Cristo”.
¿Pero de qué Jesús estamos hablando? Porque es un hecho que, en las saturadas estanterías de los mercados religiosos del mundo, encontramos muchos “Jesuses”. Antes ya del término del primer siglo D.C., había comenzado la tendencia de que cada maestro se formara su propia imagen de Jesús según sus propios deseos e imaginación.
Por ello, Pablo ha de recordar a los cristianos corintios que han sido desposados “con un solo esposo... Cristo”, para ser presentados a él “como una virgen pura”. Sin embargo, tenía temor, añadió, de que sus sentidos fueran extraviados de “la sincera fidelidad a Cristo” (2 Corintios 11:2).
Mi propósito es, por tanto, investigar (en las Partes I y IV de este libro) al Cristo del que da testimonio el Nuevo Testamento; considerar cómo le han presentado algunos, a la luz de la historia de la iglesia (Parte II), para, finalmente, analizar el modo en que otros han sido influenciados por él (Parte III).
Para elaborar estas cuestiones, mi preocupación será plantear y responder cuatro preguntas básicas acerca de Cristo.
Primero, ¿qué testimonio da de él el Nuevo Testamento? Espero demostrar que su testimonio de Jesús, aunque manifiestamente diverso, es, al mismo tiempo, una manifiesta unidad. He titulado la Parte I: “El Jesús original”.
En segundo lugar, ¿cómo ha presentado la iglesia a Jesucristo a lo largo de los siglos? La Parte II la he titulado “El Jesús eclesiástico”, ya que quiero considerar el modo en que la iglesia ha presentado a Cristo al mundo, algunas veces fielmente y otras no.
En tercer lugar, ¿qué influencia ha tenido Cristo en la historia? Esta tercera parte complementa a la segunda, puesto que implica pasar del modo en que la iglesia presenta a Cristo a la manera en que Cristo desafía a la iglesia.
Sin embargo, nuestro enfoque no consistirá en abordar las sucesivas etapas de la historia de la iglesia, sino más bien las sucesivas etapas de la trayectoria de Cristo, y el modo en que cada etapa (cada una con su acento diferente) ha inspirado a diferentes personas. Esta parte la he titulado “El Jesús influyente”.
En cuarto lugar, ¿qué debería significar Jesucristo para nosotros hoy? En la Parte IV recordaremos que Jesucristo no es solamente un personaje histórico (sin duda, es una fi gura de la historia antigua), sino asimismo eterno (de hecho, es “el mismo ayer, hoy y por los siglos”) y, por tanto, es también nuestro contemporáneo. Jesús desafía a cada nueva generación, siglo y milenio en sus papeles de Salvador, Señor y Juez.
El contexto de este cuarto y último estudio será el último libro del Nuevo Testamento, el libro del Apocalipsis, ya que, según dice su primer versículo, no pretende ser principalmente una profecía, sino “la revelación de Jesucristo”. Nuestra atención se centrará en las diez principales visiones de Cristo del libro de Apocalipsis.
Este libro será, por tanto, una mezcla de Biblia e historia. Consideraremos el modo en que la iglesia presenta a Cristo y asimismo la influencia de Cristo sobre la iglesia, con el trasfondo del Nuevo Testamento en general y del libro de Apocalipsis en particular. De este modo, estimaremos el retrato bíblico de Cristo como normativo: él es el auténtico Jesús y el criterio por el que han de ser valoradas todas sus equívocas imágenes humanas.
Espero que estos estudios de la Biblia y la historia de la iglesia demuestren lo apropiado del título, el Cristo incomparable. No existe nadie como él; nunca ha existido y nunca existirá.
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