Tillich representa uno de los más notables desarrollos del pensamiento cristiano de los últimos tiempos, sobre todo por la manera en que articuló la teología con la filosofía existencialista.
No se alcanza a Dios por obra y gracia de la rectitud del pensamiento, ni mediante el sacrificio del intelecto, ni en virtud de una sumisión a poderes extraños, como lo son las doctrinas de la iglesia y de la Biblia. Tampoco se pide al hombre que intente hacerlo. Ni las obras piadosas, ni las morales, ni tampoco las del intelecto permiten establecer la comunión con Dios. Las obras serán consecuencia de esa comunión, no la procurarán sino que nacerán de ella.1 P.T.
El 20 de octubre de 2015 se cumplieron 50 años del fallecimiento de Paul Tillich, uno de los principales teólogos protestantes del siglo XX, al lado de Karl Barth, Rudolf Bultmann y Dietrich Bonhoeffer. Al igual que Barth (1962) y Reinhold Niebuhr (1968), su fotografía apareció en la portada de la revista Time en 1959.
Nacido en agosto de 1886 y de tradición luterana, Tillich representa uno de los más notables desarrollos del pensamiento cristiano de los últimos tiempos, sobre todo por la manera en que articuló la teología con la filosofía existencialista, además del diálogo que emprendió con la cultura, sin olvidar la elaboración del “principio protestante”, concepto con el que resumió el espíritu contestatario de la Reforma.
En sus años de formación experimentó “vivamente la separación que existía entre el ambiente cristiano y de la sociedad laica o secularizada; este sentimiento de estar en la frontera de dos mundos separados dominará su vida y su reflexión”.2
Esa sensación no lo abandonaría nunca, pues la plasmó en una de sus últimas obras, titulada precisamente En la frontera (1966), auténtica suma de su trayectoria.
Después de ejercer como capellán militar durante la Primera Guerra Mundial, comenzó su carrera universitaria como profesor en 1919, en Berlín, y después de 1924 en Marburgo, Dresde y Frankfurt.
Al fin de esa guerra colaboró en la organización de un movimiento religioso socialista como resultado de sus ideas sobre la relación entre religión y cultura, lo que finalmente lo obligaría a salir de Alemania, al ser identificado como enemigo del régimen.
Su obra más conocida, por mucho, es la Teología sistemática (3 vols., 1951-1963) en la que expuso de manera singular las bases trinitarias de la doctrina cristiana desde un enfoque existencialista y mediante la aplicación del “método de correlación”, otra de sus grandes aportaciones.
Esa obra la publicó en el exilio estadunidense que eligió muy temprano, en 1933, en los inicios del nazismo, cuando ya era un profesor reconocido y había dictado entre 1925 y 1927 un curso de Dogmática, en Dresde, antecedente directo de aquélla.
Fue profesor en el Seminario Union, de Nueva York, y en las universidades de Harvard y Chicago. Fue gracias a Niebuhr que decidió trasladarse a ese país, en medio de las tribulaciones que se aproximaban.
Su estancia en América le permitió modificar profundamente su perspectiva, al grado de que con el paso de los años fue considerado prácticamente como un teólogo estadunidense, aun cuando nunca abandonó su estilo tan germánico de hacer teología.
Las actuales generaciones de estudiantes bien harían en acercarse directamente a sus libros a fin de encontrarse con un pensamiento teológico vigoroso y que nunca dudó en acercarse a las realidades del momento que le tocó vivir.
De ahí surgió su énfasis en una sólida “teología de la cultura”, capaz de reconocer en los productos humanos valiosos (novela, arte, ciencias) importantes aportaciones para discutir en los términos del espíritu.
El libro que lleva ese título es un collage que evidencia su enorme curiosidad así como la gran capacidad para dialogar con diversos autores y formas de pensar.
En uno de los más recientes resúmenes (coordinado por Xabier Pikaza), Pedro Castelao escribe sobre este teólogo alemán: “Su teología está marcada por la búsqueda del sentido del cristianismo, en diálogo con la vida concreta de los hombres y mujeres de su tiempo. Así podemos presentarle como un teólogo de la correlación o analogía entre Dios y el hombre, y entre cultura y religión. […] Pues bien, dando un paso más, Tillich está convencido de que la revelación de Dios se encuentra vinculada también con la historia de las religiones y de un modo aún más concreto con el despliegue de la cultura humana”.3
La era protestante (1948) es otro de sus grandes trabajos y en el que expone con amplitud de miras lo esencial sobre su descubrimiento del “principio protestante”, lado a lado con las exigencias que el ambiente estadunidense le planteó, pero sin olvidar su origen ni su formación, más clásica en términos de un protestantismo ciertamente eurocéntrico y bastante conservador.
Por ello es que sorprende más la forma en que desarrolla la visión del “protestantismo” como un valor universal, más allá de las épocas posteriores al surgimiento de la Reforma e incluso superando las expresiones históricas del mismo:
El protestantismo es entendido como una encarnación histórica especial de un principio universalmente significativo. Este principio, en el cual se expresa una de las fases de la relación entre lo divino y lo humano, tiene vigencia en todos los periodos de la historia; aparece en las grandes religiones de la humanidad; fue proclamado vigorosamente por los profetas judíos; se pone de manifiesto en la imagen de Jesús como el cristo, fue redescubierto una y otra vez en la vida de la Iglesia e instaurado como único fundamento de las iglesias de la Reforma; y desafiará a estas iglesias cada vez que abandonen este principio fundamental.4
Predicador impactante, los volúmenes que recogen algunas de sus homilías, en cuya exposición causaba gran impacto, sobre todo en el ambiente estudiantil, se convirtieron en verdaderos best-sellers.
Es el caso de The eternal now (El eterno presente), publicado originalmente en 1963 y que, gracias a una editorial comercial mexicana circuló 15 años después en espacios poco dados a la reflexión religiosa.
Suerte similar tuvieron Se conmueven los cimientos de la tierra (1948; en castellano, 1968) y El nuevo ser (1955; en castellano, 1973). Se recuerda cómo, en la Universidad de Berkeley, se reunieron para escucharlo cerca de siete mil estudiantes.
El profesor francés Louis Racine se ocupó, en El Evangelio según Paul Tillich (1971) de examinar algunos sermones para mostrar su coherencia teológica y metodológica, y su afán por actualizar el mensaje cristiano para el presente.
Para Racine, es en los sermones donde aparece la sustancia de la teología de Tillich, en acto, por lo que afirma: “…el predicador Tillich, desembarazado del examen de las cuestiones académicas, menos ligado a la estructura necesariamente rigurosa de su teología sistemática, ha dado en sus homilías la plena medida de su genio teológico.
En ellas encontramos una correlación más viva que en sus obras sistemáticas, así como una actualización muchos más accesible del mensaje cristiano”.
2 Jean Bosc, “Paul Tillich: cristianismo y cultura”, en J, Bosc et al., Teólogos protestantes contemporáneos. Salamanca, Sígueme, 1968 (Diálogo, B-9), p. 111.
3 Pedro Castelao, “Tillich, Paul”, en X. Pikaza, Diccionario de pensadores cristianos. Estella, Verbo Divino, 2012, pp. 882, 883.
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