Dios se complace al ver que lo adoramos y que no tiene en cuenta la modestia de aquello que podamos ofrecerle.
Cuando todavía se emitía aquel maravilloso programa – sí, era maravilloso y no tengo la menor intención de ocultarlo – que se llamaba Camino del sur, primero, y Regreso a camino del sur, después, solía dedicar al menos dos emisiones al año a música sureña relacionada con la Navidad.
El resultado era excepcional y muy variado, tan variado, a decir verdad, que rara vez repetí canciones en los distintos programas. Sólo me permitía dos o tres excepciones. La primera era Navidades blancas y la segunda, otro tema conocido inicialmente como la Canción del tambor y luego como El pequeño tamborilero. Su autora, Katherine Kennicott Davis, era una piadosa evangélica sureña que confesaba que la inspiración para el tema le había venido en el curso de una siesta. Se había echado un rato a descansar cuando la melodía le surgió en la cabeza y, al parecer, cuando se levantó apenas tuvo que dedicar unos minutos a terminar de escribirla. Doy la historia por cierta no sólo porque me fío del testimonio de su protagonista sino también porque, en ocasiones, he experimentado fenómenos semejantes.
La canción no está relacionada con ningún pasaje bíblico – lejanamente con la adoración de los pastores – pero sí presenta, bajo su historia, una enseñanza netamente cristiana, aquella que afirma que Dios se complace al ver que lo adoramos y que no tiene en cuenta la modestia de aquello que podamos ofrecerle. Para los que se han pasado siglos levantando templos escandalosos semejante afirmación puede resultar hasta ridícula, pero es una gran realidad. Estamos en tiempos de Navidad. No pensemos en lo que podemos gastar, ostentar o mostrar. Más bien ofrezcamos y demos humildemente lo que tengamos, sea poco o mucho, en la seguridad de que el Dios que sólo busca un corazón contrito y humilde no lo rechazará (Salmo 51: 17).
Les incluyo tres versiones de esta canción extraordinaria. La primera – una de mis preferidas – es la entonada por John Denver, la malograda figura de la música country; la segunda es – sorpréndase ustedes – es la cantada por Frank Sinatra y la tercera – que no podía faltar – es la archipopular del español Raphael. Apartados como estábamos de la música espiritual de otros lugares, millones de españoles creyeron hace ya medio siglo que la canción era tan de Raphael como Yo soy aquel o Digan lo que digan. Se equivocaban de medio a medio, pero aún así esa versión estará para siempre en nuestros corazones. Disfrútenlas. ¡Que Dios los bendiga!
Aquí esta John Denver:
Nada menos que Frank Sinatra cuyo centenario ha sido esta semana:
Y - ¿cómo no? – la version de Raphael:
Tomado con permiso de CesarVidal.com.
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