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René Girard (1923-2015): De la antropología a la fe cristiana

La obra de Girard debe ser leída, según el teólogo Xabier Pikaza, como un “lugar de cruce entre exégesis bíblica, búsqueda antropológica y programa utópico de reconciliación social”.

GINEBRA VIVA AUTOR Leopoldo Cervantes-Ortiz 25 DE DICIEMBRE DE 2015 07:10 h
René Girard

Si la acusación de Jesús hubiera llegado hasta el final, si este chivo expiatorio hubiera concitado, como los otros, la unanimidad definitiva contra él, los evangelios no serían más que un mito. Pero la acusación fracasa y los cuatro relatos de la Pasión ponen claramente de manifiesto este fracaso. La Cruz de Cristo tiene, efectivamente, el poder universal de desvelamiento proclamado por San Pablo.1 R.G.



El pasado 4 de noviembre falleció en Stanford, Estados Unidos (donde vivió desde 1974), de cuya universidad era profesor retirado (desde 1995), el antropólogo y crítico literario francés René Girard. Nacido el día de Navidad en Aviñón, y formado en filosofía e historia medieval, se doctoró en la Universidad de Indiana, fue profesor en Duke, Johns Hopkins (Baltimore) y Nueva York, y luego de varias publicaciones sobre crítica literaria, incursionó en el campo de los estudios antropológicos.



En 1972 dio a conocer La violencia y lo sagrado (español: 1983), que lo colocaría como promotor de la teoría mimética y catapultaría la relación entre religión y violencia como uno de sus temas más conocidos.



En esa misma línea publicó: El chivo expiatorio (1982: español, 1986), La ruta antigua de los hombres perversos (1985; español: 1989), Veo a Satán caer como el relámpago (1999; español: 2002), Aquel por el que llega el escándalo (2001, español: 2006) y El sacrificio (2003, español: 2012), además de otros títulos sobre literatura. Destacan también El misterio de nuestro mundo. Claves para una interpretación antropológica (1978, español: 1982) y Sobre ídolos y sacrificios.



René Girard con teólogos de la liberación (1991), volumen que recoge su participación en la reunión de 1990 con varios teólogos latinoamericanos, en Brasil, organizada por Hugo Assmann. En 2005 ingresó a la Academia Francesa, pues aunque nunca rompió los lazos con su país, se consideraba un tanto incomprendido.



En 2013 fue nombrado comendador de número de la orden de Isabel la Católica. El sitio www.rene-girard.fr contiene mucha información sobre él.



Girard capturó la atención del mundo intelectual con sus agudos análisis sobre el sacrificio y la violencia, que lo llevaron a afirmar que el mito fundador de Occidente se basa en el asesinato del chivo expiatorio.



A propósito de su muerte, Carlos Mendoza-Álvarez, dominico mexicano, escribió una magnífica semblanza en la que resume sus aportaciones desde los inicios de su trabajo intelectual: “A lo largo de cincuenta años [su] intuición de escudriñar el deseo le llevó a caracterizar los mecanismos de la imitación hasta postular una teoría original: todo deseo es una mímesis de apropiación, pero no tanto del otro como objeto de deseo, cosa que ya había señalado Platón, sino como apropiación del modelo que persigue esa relación de alteridad indiferenciada”.2



Más adelante, se centra en el análisis específico de la teoría del sacrificio como fundamento social y señala los pasos que dio, sucesivamente, hasta asumirse como un pensador netamente cristiano, sobre todo en sus libros más recientes:



En sus obras sucesivas La violencia y lo sagrado […], Las cosas ocultas desde la fundación del mundo […] y El chivo expiatorio […], el pensador nacido en Aviñón siguió indagando en la mitología de culturas diversas de la humanidad, incluida la bíblica, el papel del asesinato fundador como origen de la cultura.



 



El antopólogo René Girard



Pero fue hasta sus últimas obras Veo a Satán caer como el relámpago (París, 1999), Evolución y conversión. Sobre los orígenes de la cultura (Milán, 2003) y Clausewitz en los extremos (París, 2007) que Girard, junto con sus interlocutores, cerró el círculo hermenéutico para explicar el mecanismo del chivo expiatorio, proponiendo una conclusión que dejó boquiabiertos a la mayoría de los estudiosos de lo social y lo político: la inocencia absoluta de la víctima en todo proceso de violencia como verdad antropológica fundacional y la correlativa mentira del proceso victimario que justifica el sacrificio de algunos para la pervivencia del resto.3



Ante la fuerza interpretativa de esta teoría, el teólogo mexicano ha planteado una pregunta crucial que ha servido como base para varios estudios: “¿cómo interpretar la praxis de resistencia de movimientos sociales, de género, de pueblos originarios y otros colectivos, en la lógica del deseo mimético?”.



Finalmente, Mendoza-Álvarez se sitúa en la actual coyuntura mundial y observa: “La aportación de René Girard a la cultura contemporánea es crucial para comprender la espiral de violencia que vivimos en la aldea global, sea a escala micro en procesos intersubjetivos de pareja, familias o aldeas, o bien a escala macro en las redes de injusticia, impunidad y violencia sistémica del país, la región y el mundo globalizado.



Enfrentar la violencia requiere la comprensión del proceso victimario, la fuerza de las resiliencias y la potencia del perdón como complejo y difícil horizonte de libertad”.



Catalogado por Xabier Pikaza como “el más significativo de los conversos cristianos del siglo XX”,4 la obra de Girard debe ser leída, tal como sugiere el teólogo vasco, como un “lugar de cruce entre exégesis bíblica, búsqueda antropológica y programa utópico de reconciliación social”.5



A continuación, Pikaza ofrece un balance de la trayectoria creativa del antropólogo francés, en innegable correspondencia con las perspectivas bíblicas y cristianas:



a) El misterio de nuestro mundo […] ofrece una visión de conjunto de su pensamiento y su lectura del judeocristianismo; b) El chivo expiatorio […] analiza el tema de la persecución y la superación de la violencia en diversas perspectivas que culminan en el Nuevo Testamento cristiano; c) La ruta antigua de los hombres perversos […] presenta a Job como el perseguido (caído) que sigue declarándose inocente, en contra de los héroes trágicos de Grecia que terminan declarándose culpables.6



Esos estudios lo llevaron a recuperar la fe cristiana, aun cuando no de un modo convencional, como explica Pikaza: “Su cristianismo (catolicismo) está vinculado a una interpretación no sacrificial de la historia israelita y de la vida (nacimiento, muerte, pascua) de Jesús”.7



Como recuerda Francesc Arroyo: “Su padre era de tendencias socialistas, pero su madre fue una mujer de hondas convicciones católicas e incluso partidaria del retorno de la Monarquía”.8



 



Portada del libro de Girard

Esa influencia seguramente pesó también al momento de su retorno a la fe, a mediados de los años 50, “antes del Concilio Vaticano II”, como subrayó en una entrevista, “para marcar que lo que verdaderamente influyó en él fue la idea tradicional de la religión, desprovista de la pátina de progresismo que adquirirá en ciertos ambientes en los años sesenta”.



Su retorno a la fe, comenta Pikaza, no fue “por rechazo de la modernidad sino todo lo contrario: por fidelidad a la modernidad. Su recuperación del cristianismo no ha sido resultado de una prueba científica sino efecto de una ‘revelación’ de la novedad teológica del evangelio, que es capaz de iluminar y resolver la trama de violencia del mundo. No ha sido un retorno sino un paso adelante en el proceso cultural de nuestro mundo”.9



Arroyo no teme aventurarse en la síntesis de esta obra tan singular, sobre todo en la caracterización de la violencia como componente de las sociedades antiguas y modernas:



La violencia tiene una función unificadora de la sociedad. En momentos de crisis, el conjunto es capaz de encontrar elementos a los que acusar del mal. Es el chivo expiatorio, perfectamente reseñado en los libros bíblicos. Cristo mismo es una víctima. Pero es también, en la visión de Girard, el mecanismo que posibilita la superación de esa culpa, hasta el punto en que propone que imitar a Cristo consiste en evitar ser imitado. Cristo es, sostenía, la víctima inocente, de modo que hace evidente que el mal no se halla en la víctima sino en la sociedad. La verdad está de parte de la víctima, no en el acto del sacrificio. Y eso se puede ver en la Biblia, pero también en la literatura, por ejemplo, en el mito de Edipo.10



Uno de los mejores lectores e intérpretes de la obra de Girard ha sido precisamente Mendoza-Álvarez, profesor de la Universidad Iberoamericana, posiblemente el principal teólogo mexicano de la actualidad, quien lo entrevistó luego de la publicación de Clausewitz en los extremos. Política, guerra y apocalipsis en 2007 (español: Katz, 2010). Girard respondió frontalmente los cuestionamientos sobre los alcances de la teoría mimética en diálogo abierto con la teología.



A la interrogante expresa sobre la casi omnipresencia de la violencia en países como México (“¿las masacres como Acteal en México y tantas en el mundo pueden tener otro sentido que el solo equilibrio de rivalidad mimética entre rivales con el deseo de aniquilación de unos contra otros? ¿No es predicar a las víctimas una resignación ante sus verdugos? ¿Qué memoria cristiana es posible hacer de esas víctimas que no signifique pasividad ante la injusticia, la violencia y la muerte?”), respondió con firmeza:



Solamente es posible recuperar esa memoria de la masacre sin atribuirle un sentido sacrificial arcaico. Frente al sufrimiento del inocente no nos queda sino la indignación. Este tipo de acontecimientos trágicos no me es ajeno, aunque debo decir que tampoco es parte de mi problemática inmediata en la que he construido mi pensamiento. Pero hay que insistir en la importancia de actuar para superar las causas de ese sufrimiento y muerte, sin ceder al resentimiento que se expresa como deseo de venganza.11



Definitivamente, es mucho lo que aún puede decirse y escribirse sobre este autor imprescindible en el esfuerzo por clarificar el papel de la religión de la fe en este mundo que siegue siendo tan convulso y violento. Las pretendidas respuestas cristianas, desde su baratura y superficialidad, poco aportan al debate y a la praxis responsable. Girard ayuda, y mucho, a superar la facilidad con que a veces se despachan las relaciones entre fe, cultura y sociedad.



 



 




1 R. Girard, Aquel por el que llega el escándalo. Trad. de Ángel J. Barahona Plaza. Madrid, Caparrós, 2006 (Esprit, 53), p. 47. Barahona Plaza es autor de René Girard: entre la ciencia y la fe. Madrid, Encuentro, 2014.





2 C. Mendoza-Álvarez, “Un tren llamado deseo”, en El País, Madrid, 6 de noviembre de 2015, http://cultura.elpais.com/cultura/2015/11/06/actualidad/1446822333_008508.html.





3 Ídem.





4 X. Pikaza, “René Girard”, en Diccionario de pensadores cristianos. Estella, Verbo Divino, 2010, p. 342.





5 Ídem.





6 Ídem.





7 Ídem.





9 X. Pikaza, op. cit., p. 346.



10 Ídem.





11 “La esperanza como apocalipsis”, conversación de René Girard con Carlos Mendoza-Álvarez, en blog de Letras Libres, 5 de abril de 2008; en Iglesia Viva, núm. 234, junio de 2008, p. 88, www.iglesiaviva.org/234/234-21-CONVER.pdf.



 

 


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