El fiel Judas

El Señor vio que su fin estaba próximo. Para asegurar la continuidad de su comunidad se dedicó a dar forma a lo que sería la iglesia tras su partida.

De todos es sabido que sus discípulos, mayoritariamente, habían sido personas de mala vida, pecadores, publicanos, rameras, comedores y bebedores. Efectivamente, había venido a buscar pecadores. Así que emprendió la ardua tarea de darles dignidad ética.

—Pasaréis un año de prueba antes de ser llamados discípulos míos.

—Tras ese año de prueba os someteréis a la instrucción doctrinal, condición previa para recibir mi bautismo.

—Mi iglesia estará jerarquizada, en primer lugar gobernarán los apóstoles, seguido de ancianos que vivan con una esposa, diáconos de vida intachable, y al final los que, a pesar de su dudoso pasado, muestren pruebas fehacientes de haberse reformado.

—Se reactivará la bolsa con que actualmente se ayuda a los pobres, para construir la primera iglesia.

—Necesitamos gente preparada doctrinalmente de entre los escribas y fariseos, la evangelización irá dirigida primeramente a ellos.

—La asistencia a la iglesia, la puntualidad y el diezmo serán reconocidos como meritorios.

—Las gentes os conocerán por vuestro arrepentimiento compulsivo y perdón instantáneo.

—Vuestra motivación principal no será la libertad sino los límites.

—Daremos comienzo a la disciplina eclesial, ningún indigno participará de mí a riesgo de enfermar.

Tras estas instrucciones, convocó el día de los tabernáculos a todos los candidatos en Getsemaní para dar inauguración formal a lo que sería la primera comunidad cristiana.

Llegó ese día, pero sorpresivamente no se presentó nadie. Bueno, uno sí, Judas Iscariote.