O. Cullmann fue desde su juventud un teólogo despierto, de manera que sus primeras obras (de 1925 a 1941) siguen siendo quizá las más significativas desde una perspectiva de investigación y análisis de textos.
Este es un fragmento de "El pensamiento de O. Cullmann. Dios y el tiempo", de Xabier Pikaza (2015, Clie). Puede saber más sobre el libro aquí.
COMIENZOS. UN TEÓLOGO PRECOZ
O. Cullmann fue desde su juventud un teólogo despierto, de manera que sus primeras obras (de 1925 a 1941) siguen siendo quizá las más significativas desde una perspectiva de investigación y análisis de textos. Así lo indicaré en estas reflexiones de tipo introductorio, organizadas de un modo cronológico.
1. El Cristo de la fe, más allá de la historia (1925)
Como he dicho, Cullmann fue un teólogo precoz, y publicó su primer trabajo importante a los 23 años, y su tesis a los 28, interesándose de un modo especial por el método exegético, con fondo teológico[1]. Pero después mantuvo un gran silencio, de manera que a lo largo de once años (de 1930 a 1941) sólo publicó dos trabajos sobre escatología (1936 y 1938), que citaré más adelante. En ese contexto se sitúa su crisis y replanteamiento teológico. Cullmann empezó interesándose por la exégesis bíblica, en la línea de Bultmann, pero después centrará su pensamiento en la visión del cristianismo y de la teología como historia.
Para entender mejor su camino posterior debemos empezar recogiendo las aportaciones de su primer trabajo, de 1925, con 22/23 años (sobre la Historia de las Formas). Fue un trabajo ejemplar, por su capacidad de síntesis, y por su forma de situarse ante los temas centrales de la revelación cristiana. Desde ese fondo fijaré su relación con Bultmann, que será decisiva a lo largo de su trayectoria teológica.
a) La Historia de las Formas
Su primera formación teológica fue de carácter liberal, en la línea del protestantismo humanista germano de principios del siglo XX, dominado por la visión de Schleiermacher (actualizada por pensadores como W. Herrmann y A. Harnack): Jesús aparecía como ejemplo de hombre religioso, moralmente perfecto. Por su parte, Dios podía definirse como hondura de ese mismo ser humano, en un esquema de fondo panteísta. El cristianismo aparecía así como expresión de la hondura moral de la historia humana, tal como se estaba interpretando en occidente[2].
Pero pronto descubrió que ese modelo resultaba insuficiente, como pudo comprobar a través de dos descubrimientos básicos, que marcaron su vida de estudiante y sus primeros años de profesor de Nuevo Testamento: (1) La visión escatológica de A. Schweitzer (que iba en contra del racionalismo teológico anterior); (2) las aportaciones de la «historia de las formas» (que le ofrecía un mejor conocimiento del mensaje de Jesús y del origen del Nuevo Testamento).
– Escatología. «Leyendo la obra de mi compatriota A. Schweitzer, me di cuenta de que no sólo la ortodoxia había falseado el estudio de la Biblia...; lo mismo y de un modo aún más claro lo hacía el pensamiento filosófico entonces dominante»[3]. Como buen liberal, Cullmann había supuesto que la «dogmática» oficial de las iglesias (protestante o católica) había desvirtuado el mensaje y figura de Jesús. Pues bien, ahora descubre, por influjo de Schweitzer, que los teólogos liberales (que se jactaban de ser buenos científicos) habían continuado haciendo lo mismo; seguían «inventando» a Jesús a su medida, cada uno a su manera, olvidando su mensaje escatológico.
– Historia de las formas (Formgeshichte). En ese contexto, Cullmann sintió la necesidad de llegar al Jesús histórico, distinguiendo con precisión lo primitivo y derivado dentro de su tradición, pero no para quedarse en la pura historia, sino para descubrir la experiencia profunda (eterna) que se expresa en ella. Para ello le parece básico el método que han empezado a desarrollar en Alemania los nuevos investigadores como R. Bultmann, M. Dibelius y K. L. Schmidt: «Por eso recibí como liberadora su aportación...». Ahora se podrían distinguir las tradiciones primeras de la comunidad apostólica y los añadidos posteriores de las iglesias[4].
Cullmann intenta llegar de esa manera hasta el núcleo de la historia de Jesús, para descubrir al fondo de ella la verdad eterna de Dios, que A. Schweitzer había formulado de manera escatológica. Jesús no habría sido un sabio moralista, promotor y mensajero del sentido divino del alma, sino un profeta de la transcendencia divina, un testigo de su juicio destructor (y de su posible gracia salvadora).
En esa línea, Cullmann empezó vinculando la escatología de Schweitzer con la «historia de las formas», y también con los principios de la teología dialéctica, que empezaba a expresarse en Bultmann y, de un modo aún más fuerte en K. Barth. Para ellos, Jesús no es un simple testigo de lo humano (al modo liberal), ni un puro profeta de la destrucción final (Schweitzer), sino un representante y mensajero de la transcendencia de Dios. De esa forma quiso retomar la experiencia y teología de los primeros discípulos de Jesús, en el trabajo ya citado del año 1925 (cuando Cullmann sólo tenía 22/23 años), dedicado a la Historia de las Formas:
Si los testigos oculares han visto en Jesús al ser divino, la vida y muerte de ese Jesús ha debido tener para ellos un elemento misterioso que les ha llevado a una adoración... Sólo por eso ha nacido el gran problema que ocupa al teólogo cristiano hasta el día de hoy: ¿Cómo se puede compaginar ese elemento misterioso (que está en el origen del culto cristiano a Jesús) con la contingencia histórica de la vida de ese Jesús? Hablando en lenguaje de dogma eclesiástico: ¿Cómo se combinan las dos naturalezas de Cristo?[5].
Como podemos observar, Cullmann apela al modelo del dogma de la iglesia (dos naturalezas, divina y humana) para plantear su visión del cristianismo. A su juicio, más que un signo de la hondura misteriosa (divina) de nuestra vida, Jesús es presencia (signo y acción) de un poder supra-humano, es decir, de Dios. Su figura de Jesús ha producido en sus discípulos un impacto de transcendencia, de manera que ellos han podido verle como expresión del ser de lo divino. Desde esta perspectiva pueden y deben distinguirse los dos planos o niveles de la cristología:
– Plano de historia. A este nivel, Jesús puede compararse con muchos profetas y rabinos de Israel, con muchos sabios de Grecia, por citar sólo dos casos de hombres grandes. Ciertamente, él ha sido importante: sus gestos y palabras suscitaron la admiración de sus seguidores y oyentes, llevándoles al entusiasmo y a la oración. Pero esto, en sí mismo, no basta: la historia en cuanto tal resulta insuficiente para explicar el sentido y hondura del Cristo[6].
– Plano de supra-historia. Los mismos testigos oculares de Jesús han visto en su persona algo especial, llamándole Kyrios (el Señor) y sintiéndose impulsados a imitarle. De esa forma han descubierto el plano más profundo de su vida y su figura, como verdadero Hijo del Eterno. Para captar este poder sobrehumano de Jesús «había que despojarle de su carácter contingente, trasladándole al plano supra-histórico»[7].
[1] Este primer trabajo vincula ya la exégesis con la teología: Les récentes études sur la formation de la tradition évangélique (1925): RHPR 5 (1925) 459-477 y 564-579. El siguiente, del que hablaré después, insiste ya más en el método y supuestos de la teología estrictamente dicha: Les problèmes posés par la méthode exégétique de Karl Barth: RHPR 8 (1928) 70-83.
[2] En este momento, Cullmann quiere llegar por medios filológico-críticos al sentido y actualidad de la «imagen» de Jesús, a quien concibe como ejemplo del hombre religioso que sus seguidores deben actualizar, más que como un hombre concreto de la historia. Vive inmerso en la fuerza y entusiasmo del primer Schleiermacher, en su tensión romántica hacia el sentido «eterno» y antropológico de la realidad, su conciencia del Dios que está presente en todo.
[3] Cf. O. Cullmann, Autobiographische Skizze (1960), en Id., Vorträge und Aufsätze (1925-1962), Mohr, Tübingen 1966, 683-684.
[4] Ibid., 684: «Bultmann me saludó como aliado (Bundgenosse)». La Historia de las Formas no es para Cullmann un mero método literario, sino que encierra una profunda visión teológica. Más que en la vida concreta, los hechos y palabras del Jesús de la historia, este método quiere descubrir la primera confesión de fe de los cristianos. De esa forma, en este momento (1925), Cullmann quiere superar la historia y alcanzar la fe (que se expresó en las primeras comunidades cristianas y que permanece siempre). Pero ya entonces plantea de alguna manera el problema que definirá toda su investigación posterior: El sentido y aportación de la historia. Los años que siguen estarán marcados, sobre todo, por el diálogo constante con la Escuela de Barth y con los métodos de R. Bultmann, en el contexto de la «teología dialéctica», interesada en descubrir las implicaciones del Cristo de la fe, la eterna y salvadora palabra del Altísimo. Sin embargo, a lo largo de su búsqueda irá descubriendo que la palabra eterna de Dios no puede desligarse de la historia de los hombres. En este momento, Cullmann está buscando los dos momentos de su pensamiento teológico: El sentido de la historia y de la suprahistoria, los hechos que suceden y las verdades que no pasan.
[5] Les récentes, 576.
[6] Ibid., 473-475; 573-574.
[7] Para eso hay que «soustraire Jésus aux contingences de l’histoire»..., hay que trasladarlo «dans un plan supra historique», Ibid., 575.576.
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