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“Los éxodos, los exilios”, de Alfredo Pérez-Alencart

En este su último libro, Alfredo Pérez-Alencart incluye 124 poemas que le han llevado veinte años de trabajo, desde 1994 al 2014.

EL PUNTO EN LA PALABRA AUTOR Juan Antonio Monroy 17 DE JULIO DE 2015 20:40 h
Nostlagia La poesía de Alencart transmite las necesidades espirituales de todo ser humano. Foto: Patrick Machado (Flickr,CC)

La hemeroteca de Protestante Digital debe tener en sus archivos más de diez artículos, como poco, que he escrito comentando libros de Pérez Alencart. Y continuaré. No sólo porque soy crítico literario; más que eso. La poesía de éste hispano-peruano, profesor del Derecho del Trabajo en la Universidad de Salamanca, me fascina. Como el norteamericano Thomas Stearns Eliot, Premio Nobel de Literatura en 1948, Alencart transmite en sus versos el pensamiento filosófico, la angustia del hombre moderno y la búsqueda de las necesidades espirituales.



En este su último libro el autor incluye 124 poemas que le han llevado veinte años de trabajo, desde 1994 al 2014. No exagero, pero creo que aquí Alencart ha llevado el verso castellano hasta la perfección. Mi opinión es compartida por otros escritores que reconocen y confiesan el talento creador del poeta Alencart. Como muestra de lo que escribo ofrezco unas cuantas opiniones de quienes admiran el trabajo de éste doctor en Derecho devenido poeta o poeta devenido en profesor del Derecho.



Luisa Escudero, en Culturabase: “Magnífico poeta. No lo conocía, pero buscaré su obra”.



Jorge Arturo Tarantirú, en Las miradas en Lationamérica: “Un poeta a tener en cuenta. Me han encantado los poemas. Felicitaciones, poeta Alencart”.



Miguel Aguilar Carrillo, en Pingúina: “Querido Alfredo, tus poemas son difícilmente sencillos y muy profundos. Muchas gracias por tu creación”.



Rodolfo, en La mirada actual: “Eres como Carlos Gardel: él canta cada vez mejor y tu escribes cada vez con mayor economía de lenguaje y mucha densidad en el decir” (6 de junio 2015).



Los reconocimientos a la poesía de Alencart podrían llenar muchas páginas. Estos y centenares más que han sido publicados en distintos medios hacen justicia a la persona y a la obra de un poeta que ha sido traducido a más de 20 idiomas y ha recibido prestigiosos premios, entre ellos el Premio internacional de Poesía “Medalla Vicente Gerbasi” y el Premio “Jorge Guillén de Poesía”. En una ceremonia que tuvo lugar el pasado mes de junio en la Universidad de Salamanca, la Asociación de Escritura Creativa venezolana le tributó un homenaje en reconocimiento a su labor como escritor y promotor cultural.



Las páginas de Los éxodos, los exilios se abren con dedicatorias entrañables: “En memoria de Alfredo Pérez Fernández, español de Asturias y Pedro Alencart, brasileño de Ceará, mis abuelos inmigrantes en Perú. Para Jacqueline, conmigo tantos años lejos de su patria: ella me dio a José Alfredo”. Al abuelo asturiano dedica Alencart un largo poema cargado de sentimientos, recuerdos y corazón:



                        I



De aquí se fue el abuelo.



 



Vanos anclajes tuvo ese hombre



cuya obligación fue emigrar.



 



Sus pasos por el muelle



siguen sonando en mi cabeza.



 



De él traigo bastante: un caudal



de nostalgias rozándome las vértebras



y esta sangre donde desembocan



éxodos de cualquier edad.



 



Como no oí su voz en la otra tierra,



vuelvo al valle de donde salió



tan desesperado.



 



Es posible que en las montañas



quede sembrado algo suyo,



huellas que dejaron sus madreñas…



 



Antes



debo escarbar túneles,



traspasarlos por la grieta del olvido,



quitarles su lecho de musgo



para que así aparezca el paisaje,



 



sol o niebla sobre el precipicio



mortal de mis emociones, tan antiguas



como la decisión de regresar



al rastro del principio;



 



niebla o lluvia que me encierren en sus manos



hasta humedecerme



 



sin menguar mi piel crecida



en latitudes de delirio;



 



lluvia o frío que me acojan del todo



para que no sucumba



en el camino y respire lento



o enmudezca



con la pupila pegada



a la memoria de cuanto pasara;



 



frío o carbón, que sostengan mis caídas



a orillas del pesebre en blanco y negro



donde durmieron los sueños



del adiós en mí sobreviviente;



 



carbón o viento arrastrándose



dentro de uno



para que queme (o no)



la ausencia.



 



II



 



Luego estrenaré la mirada.



 



Antes debo escarbar túneles,



traspasar lo oscuro



de las cosas calcinadas, avanzar



por atajos



de la imaginación.



 



Destreza de quien dejó atrás



el océano para hacer conteo



de otros latidos,



 



linajes que supe



estaban todavía por aquí,



guardando ayeres



para que no falte morada



de pura lealtad



a quien llegue de algún lugar



de una tierra que no es de leyenda.



 



Pretendo abrir un túnel



en línea recta



a eso que llaman vivencias



que ya no se recuerdan.



 



III



 



De tanto palpar voy abriendo túneles,



como un heraldo



al que desembarcaron en Castilla



y necesita quemar distancias



con el fondo germinal



de sus anhelos.



 



Cavo túneles en la estatura



de estas piedras, para



así pasar de largo al valle



más profundo



donde el tiempo sumergido



se confiesa.



 



Por el vientre de las cumbres blancas



mis cavilaciones reúnen



lo disperso.



 



Heme aquí propiciando rituales



que apresuran el final



 de un destierro.



 



Si Ulises volvió a Penélope,



yo vuelvo con la pulpa



de tres generaciones.



 



IV



 



Me digo otra vez



si es puro latido lo que ahora canto, si



por altas montañas voy cavando



vetas de mi sangre primitiva,



humedeciéndome



de tristezas y puntuales marchas,



mamando aires que bailan



en silencio, sintiendo que el corazón



se desvive por raíces



de otra mocedad, de otros



ojos soñolientos que también



vieron hórreos



cubiertos de ocaso.



 



La siento así de necesaria,



hermosa en su dolor bajo lentas nubes.



Aquí, entre maderas persistentes,



me arrimo



y acopio tonadas vagabundas



o asombros goteando en mi génesis



un día y otro



mientras feliz voy sangrando.



 



Hondeo árboles con piedras



de un río de frías aguas



y me alojo en recordable poblado,



igual que cuando el abuelo



vivía.



 



Volteando el rastro, volviendo



por la huella estoy.



 



En la poesía de Alencart hay un lago de dos orillas: verso y prosa. Octavio Paz dice que “desde Baudelaire las fronteras entre la prosa y el verso son más fluctuantes”.



El cubano-norteamericano Humberto López Cruz, de la Universidad Central de Florida, escribe: “no es de sorprender que Los éxodos, los exilios termine con una serie de interrogantes que corresponde a los lectores, si fuere posible, dar respuesta… Es obligación de cada individuo averiguar dónde reside su propio espacio e identificarse con su nueva geografía. Esto, por supuesto y tal como lo propone el poeta, sin olvidar su esencia ni la procedencia de su estirpe”.


 

 


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