Aquellos que disfrutamos de una relación personal con Dios no por nuestros méritos sabemos hasta qué punto faltan palabras para poder exaltar adecuadamente la alegría inefable de percibir en nuestras existencia el amor de Dios.
Para aquellos que creen que por sus obras, sus méritos o su sometimiento a ceremonias y ritos les queda abierto el camino del cielo, Dios suele ser, en la práctica, un ente pequeño.
A fin de cuentas, se limita a reconocer lo buenos que han sido y a premiarlos por ello. Incluso hasta puede que ese dios esté encantado de que en Su paraíso exista un lugar para gente tan buena y justa. Dado que esa conclusión – siquiera inconsciente – resulta punto menos que ineludible, esas personas también suelen dirigirse con preferencia a otros seres en sus oraciones en lugar de a Dios.
Por el contrario, para los que creen en lo que enseña la Biblia, Dios resulta inmensamente indescriptible. Saben que cuando comparan su vida con la ley de Dios sólo pueden callar reconociéndose culpables (Romanos 3: 19-20); que por las obras nadie puede justificarse ante Dios (Romanos 3: 20) y que sólo se es justificado por pura gracia, amor y bondad inmerecida de Dios, a través de la fe en el sacrificio expiatorio de Jesús en la cruz (Romanos 3: 22-25). Dios es justo y justifica al pecador y lo hace por “fe sin las obras de la ley” (Romanos 3: 25-26).
El que sabe esto y se lo ha apropiado siendo justificado por la fe en el sacrificio de Cristo contempla a Dios en Su grandeza porque conoce su pequeñez como ser humano. De esa grandeza y de ese amor que nunca se mereció, de esa salvación obtenida por Jesús y no por nuestras obras, de ese regalo de Dios que no compra nuestra se deriva un gozo y una alegría que no puede cantarse con una sola lengua.
Aquellos que disfrutamos de una relación personal con Dios no por nuestros méritos sabemos hasta qué punto faltan palabras para poder exaltar adecuadamente la alegría inefable de percibir en nuestras existencia el amor de Dios. Es lo mismo que expresa este magnífico himno escrito por el genial e inspirado Charles Wesley, posiblemente, junto a Juan Sebastián Bach, el mejor y más extraordinario autor de música religiosa de la Historia. (Lo lamento por los que no lo conozcan). Su letra habla de que serían necesarias mil lenguas para poder cantar lo que Dios ha hecho en nosotros a través de Cristo. Es además una de las composiciones más hermosas al respecto escrita para utilizar de manera armoniosamente bella las voces masculinas y femeninas.
He encontrado una versión clásica en inglés, pero, lamentablemente, no he dado con una cantada en español y es pena porque es un himno extraordinariamente popular. Con todo les acompaño una versión instrumental en la que aparece la letra en español. Espero que disfruten tan bello poema cantado. ¡Que Dios los bendiga!
Ésta es una versión original en inglés…
Y aquí tienen una instrumental con la letra en español:
Este artículo ha sido republicado con permiso, desde el sitio CesarVidal.com
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