Araña

Acabo de descubrir una pequeña araña que no alcanza el centímetro, caminando bocabajo sobre el techo de mi biblioteca. Me he subido a la silla y la he colocado en un vaso para montarle después un escenario adecuado sobre una hoja verde del jardín. Cuando se ha relajado y dejado de moverse, le he tomado algunas instantáneas como ésta.

Hay ciertas personas que padecen aracnofobia y no soportan siquiera ver fotografías como ésta que acabo de hacer. Es un fuerte temor que les genera sudoración, respiración rápida involuntaria, taquicardia y náuseas. No obstante, esta dolencia puede curarse precisamente mostrando a los pacientes imágenes relacionadas con el mundo de las arañas, o de objetos cotidianos que las recuerden, aunque sin enseñarlas directamente a ellas. Existen tratamientos psicológicos, técnicas de relajación, incluso puede ser útil informarse sobre la biología y el comportamiento de las arañas.

¿De dónde proviene este miedo incontrolable que sienten algunas personas hacia las arañas? Hay varias teorías. Un reciente estudio realizado por la Universidad de Columbia (Nueva York) afirma que la aracnofobia se encuentra ya determinada en nuestro ADN desde hace cientos de miles de años, mientras que otros autores, como el profesor de psicología Jon May de la Universidad de Plymouth, creen que el miedo se produce sobre todo por condicionamiento social, más que por determinación genética.

Sea como sea, cada persona debe aprender a controlar sus propios miedos y encontrar la paz en su vida. Afortunadamente el Señor Jesús nos dijo a todos: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Jn. 14:27).