Podemos hablar de orígenes autóctonos del protestantismo español, ya que fue más tarde, en 1517, que Lutero clavó sus 95 tesis en la puerta de la iglesia del palacio de Wittenberg.
El 23 de abril es una fecha festiva literaria de grato sabor cultural popular que ha pasado a conocerse mundialmente como día del libro.
La idea original de celebración partió de Cataluña donde fue definitivamente instaurada el 23 de abril de 1930. Con un 23 de abril se ha asociado también la fecha de los fallecimientos de Miguel de Cervantes, William Shakespeare, William Wordsworth, Garcilaso de la Vega y otros escritores de renombre. De hecho, en el calendario cultural de un pueblo los ‘días del libro’ son muchos. Como instrumentos de transmisión de ideas y conocimientos los libros han sido los ladrillos con los que se ha levantado el edificio cultural y religioso de un pueblo.
Fue en torno y sobre el fundamento y autoridad de un libro: la BIBLIA, que se erigió el edificio espiritual de la Reforma protestante del siglo XVI. Con su traducción de la Biblia, y sus numerosos escritos, Martín Lutero inició en Alemania el movimiento de retorno a las fuentes del cristianismo.
Con los reformadores, púlpito y libro se conjugaron en estrecha vinculación para hacer llegar el mensaje de la Biblia al pueblo. Y así fue también con Juan de Valdés, Casiodoro de Reina, Antonio del Corro, Juan Pérez de Pineda, Francisco de Encinas, Constantino Ponce de la Fuente, Cipriano de Valera y demás reformadores españoles del siglo XVI. Todos ellos fueron hombres de la Biblia, traductores de su texto y comentaristas de sus libros.
El primer libro protestante escrito y publicado en España fue el Diálogo de doctrina cristiana de Juan de Valdés (Cuenca, 1494?-1541). Auspiciada su publicación por la Universidad de Alcalá, la obra fue impresa en los prestigiosos talleres de Miguel de Eguía el 14 de enero de 1529.
Por aquel entonces Valdés cursaba su segundo año de estudios en dicha universidad —joya cultural y religiosa del Cardenal Cisneros—. El Diálogo de Doctrina es la gran obra de Valdés y germen espiritual de todas las demás que surgieron de su pluma.
La atmósfera de reforma evangélica que se respiraba en amplios e influyentes círculos académicos y jerárquicos en la España de aquel entonces —como nos dice Cipriano Valera en la “Exhortación al lector” en su revisión de la Biblia de Casiodoro de Reina—, encuentra en esta obra de Valdés una elocuente y concreta expresión. Es en esta obra que se proclama por primera vez en España la doctrina bíblica de la “justificación por la fe” y se reclama la urgente necesidad de una reforma evangélica de la Iglesia.
A Juan de Valdés cabe el honor de haber sido el primer erudito en traducir las Escrituras de las lenguas originales al castellano. Tradujo y comentó la mayor parte de los libros del Nuevo Testamento; legándonos, además, una excelente versión del libro de los Salmos y de un gran número de pasajes del Antiguo Testamento.
En el texto del Diálogo de doctrina cristiana se constatan 341 referencias explícitas de la Biblia. Para hacer más fácil y amena la lectura de sus contenidos, Valdés siguió el ejemplo de Erasmo en sus Coloquios y estructuró su obra en forma de un diálogo entre tres personajes: un monje, un arzobispo y un sacerdote de pueblo.
Eusebio, el monje, afligido por la falta de conocimientos reinante sobre las doctrinas básicas del evangelio, invita a Antonio, el ignorante, pero bien intencionado, sacerdote de pueblo que estaba enseñando a los niños de la aldea “Doctrina Cristiana”, a acompañarle a ver al arzobispo para consultar con él la manera más eficaz de llevar a cabo esta tarea. El arzobispo no sólo les da pautas sobre la manera de enseñar la doctrina, sino también les indica las doctrinas más relevantes que deberían enseñar. El diálogo gira en torno a los contenidos del Credo Apostólico, los Diez mandamientos y el Padrenuestro, y en todos los contextos la atención se centra en la historia de la salvación y en la redención obrada por Jesucristo, el Mesías prometido y fundamento de la justificación del creyente. (fols. 11v-12r).
El Consejo de la Suprema, máximo organismo de la Inquisición, juzgó heréticos los contenidos doctrinales del Diálogo de doctrina y en agosto del mismo año de su publicación, prohibió su lectura y ordenó el secuestro de los ejemplares en poder de libreros.
La efectividad represiva de la Inquisición se evidencia en el hecho de que sólo un ejemplar de esta obra ha llegado hasta nosotros: el que en1925 el historiador francés Marcel Bataillon descubrió en Lisboa en el Real Monasterio de San Vicente de Fora, que actualmente se guarda en la Biblioteca Nacional de Lisboa.
En el mismo año Bataillon publicó una edición facsímile de la obra —de la que ofrecemos aquí una imagen de la portada original—. Bataillon ha considerado a Valdés como “uno de los más auténticos genios religiosos del siglo XVI.”
VALDÉS EN ITALIA
Ante el evidente peligro de ser apresado por la Inquisición por “hereje luterano,” en 1531 Valdés decidió abandonar España y fijar residencia en Italia —que por aquel entonces disfrutaba de una atmósfera religiosa menos intolerante—.
Tras una breve estancia en Roma se estableció definitivamente en Nápoles. Instalado en una villa de Chiaia, cara al mar, no tardó en convertirse en líder espiritual de un distinguido e influyente grupo de italianos y españoles de variada condición y rango social y político.
Valdés murió en julio de 1541, un año antes que la Inquisición italiana endureciera la represión de luteranos y dictara persecución y muerte para los discípulos del reformador español.
En la portada del libro, que aquí reproducimos, el nombre del autor se esconde bajo el seudónimo de “un religioso.” Ignoramos si bajo este título Valdés pretendía eludir los controles de la Inquisición, que seguía muy de cerca las tendencias luteranas que se daban en Alcalá. El adverbio nuevamente, que aparece después del título, significaba en aquel tiempo, según el Diccionario de la lengua, “hecho recientemente”.
Sumamente interesante es la dedicatoria de la obra al Marqués de Villena que aparece al pie de la portada. El Marqués de Villena, D. Diego López Pacheco, emparentado con la poderosa familia de los Mendoza de Guadalajara, fue un noble de profundos intereses humanísticos y religiosos. Su palacio en Escalona, sobre el valle del río Alberche, cerca de Toledo, llegó a ser el centro de reunión de un importante grupo evangélico de los llamados deixados, dirigido por Pedro Ruiz de Alcaraz. Fue en Escalona, allá por los años 1509-1512, donde se estableció la primera comunidad evangélica en España de la que tenemos noticia.
Podemos, pues, hablar de unos orígenes autóctonos del protestantismo español, ya que fue más tarde, en el año 1517, que Martín Lutero clavó sus 95 tesis en la puerta de la iglesia del palacio de Wittenberg. Fue en el palacio del Marqués de Villena, bajo las enseñanzas bíblicas de Pedro Ruiz de Alcaraz, que Juan de Valdés llegó a conocer el Evangelio. No sabemos cómo y a instancias de quién llegó Juan de Valdés a Escalona, pero es evidente, por las declaraciones de la mujer de Alcaraz ante los inquisidores de Toledo, que el joven Valdés llegó a identificarse muy estrechamente con las enseñanzas de este predicador laico, y que mucho de lo que aprendió de él quedó reflejado en los contenidos del Diálogo de doctrina cristiana.
David Estrada Herrero
(Para más información sobre Juan de Valdés y su “Diálogo de Doctrina Cristiana”, véase David Estrada Herrero, “Introducción”, Juan de Valdés, Diálogo de doctrina cristiana. E. Monjo Bellido (ed.), Obras de los reformadores españoles del siglo XVI. Colección Eduforma Historia, Vol. III. Sevilla: MAD, 2008.)
Publicado en el boletín dominical de la Iglesia Evangélica Bautista de Gracia en calle Verdi de Barcelona.
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