Observa Diego Clemencín que este incidente de la cabeza encantada es el más feliz de cuantos discurrió Cervantes para sostener el interés de la fábula durante la estancia de Don Quijote en Barcelona.
Se está escribiendo mucho y en muchos países sobre el cuarto centenario de la publicación en 1615 de la segunda parte de DON QUIJOTE DE LA MANCHA, el mejor de los libros escritos desde que el mundo es mundo. La primera parte de la inmortal novela data de 1605. Uniéndose a la conmemoración del centenario, PROTESTANTE DIGITAL está publicando una serie de artículos basados exclusivamente en la segunda parte de la obra. Hemos visto a Don Quijote y a Sancho Panza cruzar tierras de Castilla, Aragón y Cataluña y llegar a Barcelona.
Cervantes tenía muy buenas opiniones de esta ciudad condal. La enaltece en varias de sus obras: EL PERSILES, LA GALATEA, LAS DOS DONCELLAS y, con más frecuencia, en EL QUIJOTE. Cervantes llama a Barcelona “albergue y amparo de los extranjeros”. Añade que “es condición natural y propia de la nobleza catalana saber ser amigos y favorecer a los extranjeros que dellos tienen necesidad alguna”.
A Don Quijote no le fue bien en Barcelona. Un grupo de catalanes distinguidos, liderados por un tal Antonio Moreno –apellido muy poco catalán- le somete a toda clase de escarnios, ridiculización y burlas.
De tales maldades he escrito en los dos últimos capítulos. Pero las burlas continúan.
No voy a escribir que el Quijote es el Espasa. Lloverían las críticas. Pero sí digo que es difícil pensar en un tema de Enciclopedia que no esté expresado o referenciado en la novela cervantina.
Uno de estos temas es la magia.
Díaz Martín, en un libro profundo e imprescindible para los estudiantes del Quijote, viene a decir que en la primera parte de la novela, el universo mágico tiene una presencia muy perfilada. Hay una magia menor, supersticiosa o popular, y una magia mayor, culta, magia negra.
No puede decirse que el episodio de la cabeza encantada, que ocupa buena parte del capítulo LXII en la segunda parte de la novela, sea magia menor o magia mayor, porque ni siquiera es magia, sino engaño y truco.
Otro día Antonio Moreno organiza en su casa una fiesta más, a la que asisten amigos del anfitrión y las dos señoras que habían molido a Don Quijote en el baile. “Tomando Don Antonio de la mano a Don Quijote, se entró con él en un aposento, en el cual no había otra cosa de adorno que una mesa, al parecer de jaspe, que sobre un pie de lo mismo se sostenía, sobre la cual estaba puesta, al modo de las cabezas de los emperadores romanos, de los pechos arriba, una que asemejaba ser de bronce”.
Dice Pellicer que éstas cabezas fatídicas se usaron en varios tiempos y se tenían vulgarmente por obra de magia. Martín Sarmiento, citando la historia de Cristóbal Colón escrita por su hijo Don Fernando, aclara que los que hablaban de la esfinge monstruosa existente en Egipto afirmaban “que estaba hueca y que tenía sus conductos en tal disposición, que hablando un embustero oculto, creían los incautos que hablaba la esfinge, y así, la consultaban como a oráculo”.
El mismo engaño lo practica Antonio Moreno, que, a lo que parece, era muy dado a divertirse a costa de los demás, a lo que diría Pascal que cuando una persona es verdaderamente feliz no precisa la diversión para ser dichoso.
Consistía el truco de la cabeza encantada en que en el salón de abajo Don Antonio había colocado a un sobrino “estudiante agudo y discreto”. Se le preguntaba a la cabeza, el sobrino escuchaba, agudizaba el ingenio y respondía, generalmente lo que mejor acomodaba al preguntador.
El primero en preguntar a la cabeza fue Antonio Moreno. Quiso saber cuántos estaban en la sala. La cabeza respondió el número exacto: ocho en total. Cuenta Benengeli que “aquí sí que fue el erizarse los cabellos a todos de puro espanto”.
Uno a uno, todos preguntaron a la cabeza. Cuando llegó el turno a Don Quijote quiso saber si algún día tendría efecto el desencanto de Dulcinea. El falso oráculo profetizó: “El desencanto de Dulcinea llegará a debida ejecución”.
Ahí fue caerse el cielo a los pies de Don Quijote. El buen crédulo no quiso saber más de aquella sesión de magia. Se dio por feliz y satisfecho, diciendo: “No quiero saber más; que como yo vea a Dulcinea desencantada, haré cuenta que vienen de golpe todas las aventuras que acertare a desear”.
Observa Diego Clemencín que este incidente de la cabeza encantada es el más feliz de cuantos discurrió Cervantes para sostener el interés de la fábula durante la estancia de Don Quijote en Barcelona.
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