Fraire visualiza misterios en los recovecos de la existencia que le fue concedida.
cómo darse cuenta de la realidad
sin suspender
el hormigueo insensato
distrayente
de los actos[1]
I.F.
En la primera parte de este artículo dijimos que Isabel Fraire no fue una poeta famosa, lo cual no significa que no fuera ampliamente reconocida en los círculos literarios. Porque hay que ser claros: ella pertenece a la sólida nómina de poetas que durante la segunda mitad del siglo XX establecieron una suerte de “canon” (aunque suene algo rimbombante) dentro de la lírica mexicana gracias a la calidad de su trabajo y a su persistencia en un ambiente dominado por autores como los Contemporáneos y otros de generaciones posteriores. Concha Urquiza (1910-1945), Margarita Michelena (1917-1998), Guadalupe Amor (1918-2000), Dolores Castro (1923), Rosario Castellanos (1925-1974), Enriqueta Ochoa(1928-2008), entre las mayores, y después Thelma Nava (1932), Gloria Gervitz (1943), Elsa Cross (1946) o , hasta llegar a escritoras como Coral Bracho (1951), Silvia Tomasa Rivera (1955) o Kyra Galván (1956) constituyen la estirpe a la que Fraire dio un lustre peculiar con su obra concisa, crítica y altamente creativa. Ya en Poetisas mexicanas. Siglo XX (1976), de Héctor Valdés, una de las antologías pioneras, Fraire figura con un lugar propio en ese mapa en construcción que rendía para entonces frutos magníficos.
Ante su fallecimiento, algunos de sus lectores atentos han dado señales de vida y de una recepción muy estimulante de los textos poéticos de Fraire, luego de los acercamientos de autores/as, ya citados aquí como Griselda Álvarez, Juan García Ponce y Dionicio Morales. Un amigo suyo muy cercano, René Avilés Fabila, escribió lo siguiente, abriendo las ventanas hacia otra faceta de su trabajo: “Isabel Fraire también fue ensayista. Sus trabajos no sólo son agudos y hermosos, se preocupaba por la figura inconmensurable, la prosa perfecta, de Juan José Arreola, el hombre generoso con tantas generaciones y autores que la lista se pierde, la fotografía del México profundo de Héctor García, el cine de Juan Manuel Torres, otro compañero suyo de generación, quien muriera prematuramente, la literatura de Juan Vicente Melo, a quien yo miraba tan desprotegido e inocente en un mundo perverso, generoso en una sociedad avara y egoísta. […] Isabel estudió asimismo a Pound, Eliot, Stevens, Cummings y Cardenal. [2]
Ernesto Lumbreras, fino poeta y crítico, por su parte, apuntó, como parte de un análisis puntual y respaldado por amplias lecturas, como las que evidencian el contacto que tuvo Octavio Paz con la poeta (“Ya había leído cosas de Isabel Fraire que me impresionaron en una revista de Monterrey”, le confió a Tomás Segovia):
Aplicados en retrospectiva a la obra lírica de Isabel Fraire, esos tres tópicos, discreción, escepticismo y prosaísmo, cobran potestad en su aliento discursivo. Con gracia y liviandad de alambrista su obra entera pone en tensión —es decir, en estado de zozobra y desasosiego— los valores establecidos de la belleza, la moral y lo políticamente correcto. En una cala de arqueología hemerográfica de los años sesenta, ratifico su visibilidad y valoración entre los nuevos poetas del periodo. No hay lugar para dudas respecto del interés de propios y extraños en torno a sus primeros trabajos. En esos poemas de eléctrica sutileza se está construyendo una “persona poética” de gran calado y versatilidad expresiva.[3]
En el mismo suplemento, Claudia Hernández de Valle Arizpe también arriesga juicios sobre el entramado poético de Fraire, al afrontar su visión con perspicacia y profundidad de miras:
La suya es una poesía en la que junto a la vastedad del orden cósmico, ahí donde “todo gira” y “se suceden los mundos”, palpita nuestra humana existencia, nuestra condición finita, nuestras debilidades y dependencias, apegos y necesidades, sin importarle, por ejemplo, que quede expuesta la condición mujeril de quien ama y parece girar en torno al objeto amado, como cuando escribe: “No tengo otra manera de moverme/ que envuelta en tu mirada”. Esa suerte de latido cósmico que encontramos en sus libros la acerca a otros poetas y, entre los mexicanos, a Octavio Paz. Un tránsito de lo individual a lo universal los define a ambos en su escritura. Despersonalizan y universalizan, y al hacerlo comulgan con un mayor número de lectores.[4]
Poemas en el regazo de la muerte es, en opinión de Dionicio Morales, donde mejor se aprecia el arte de Fraire. Influida abiertamente por los poetas estadounidenses que tradujo impecablemente (Cummings, Stevens, Williams), aplica sus recursos verbales en una búsqueda que le rinde notables hallazgos. Comenta Morales: “la poeta, en su afán ‘desestabilizador’ — para llamarle de alguna manera — en el nacimiento del poema, como en un juego para niños, acomoda las palabras alternándolas con los silencios entre uno y otro verso y, sobre todo, con los vacíos que le conceden al lector un respiro momentáneo, para al final sorprenderlo, ahorcándolo o perdonándole la vida”.[5] Esa disposición espacial tiene un sentido en sí misma, pues le otorga a los textos un cuerpo que se retuerce y quiere alcanzar al lector para compartir sus atisbos: “Dicen los eruditos que fondo es forma pero en estos poemas la forma participa para la definición del fondo. En los materiales de este libro, Isabel Fraire abre su abanico de “intertextualidades” al iniciar algunos poemas como epígrafes de los poetas en lengua inglesa traducidos por ella”. Lumbreras, a su vez, puntualiza: “Pequeñas fábulas y relatos, monólogos sobre asuntos nimios, divagaciones de un diario familiar, disquisiciones filosóficas en el formato de Uroboros, diálogos con la pintura y con pintores a propósito de asuntos mundanos, homenajes y confrontaciones con sus tutores espirituales, Poemas en el regazo de la muerte es un montaje de voces y paisajes, de edades y circunstancias, de recuerdos y aspiraciones”.
Cerramos con un par de muestras de ese libro, en donde se despliega sobre las páginas una exploración casi metafísica, pero profundamente arraigada en la realidad fáctica y cotidiana. Fraire visualiza misterios en los recovecos de la existencia que le fue concedida:
para Cecilia Vicuña
chilena exiliada
en los fríos de Londres
lleva la flor una semana
sola, única, sobre su tallo
resistiendo vientos
pasajeras amenazas de helada
decidida a esperar
el nacimiento de sus compañeras
***
pasa
inesperadamente
una bandada de pájaros
negros
contra el cielo blanco
describiendo una curva
levemente ascendente
desaparecen de mi vista
al salir del cuadro
de la ventana
que limita
mi concepto del mundo
***
sentido del arte o también aquí hay un círculo
y ése es Miguel Ángel
ese viejo
que sostiene
a la Virgen
que sostiene
a Cristo
y Cristo Cristo somos nosotros
tú y yo todos
y también somos los ojos
que sostienen con su mirada
(que es la de Miguel Ángel)
a Miguel Ángel
que sostiene
a la Virgen
que sostiene
a Cristo
que somos
nosotros
[1] I. Fraire, Poemas en el regazo de la muerte. México, Joaquín Mortiz, 1977 (Las dos orillas), p. 58.
[2] R. Avilés Fabila, “En recuerdo de Isabel Fraire”, en Crónica, 10 de abril de 2015, www.cronica.com.mx/notas/2015/892925.html.
[3] E. Lumbreras, “La fragilidad habitable de Isabel Fraire”, en Laberinto, supl. de Milenio, 11 de abril de 2015, www.milenio.com/cultura/milenioi_laberinto-ernesto_Lumbreras_laberinto-poeta_Isabel_Fraire-muere_Fraire_0_496750621.html.
[4] C. Hernández de Valle-Arizpe, “Su poesía atemporal”, en Laberinto, supl. de Milenio, 11 de abril de 2015, www.milenio.com/cultura/milenio_laberinto-poeta_isabel_fraire-ensayo_Claudia_Hernandez_de_Valle_0_496750627.html
[5] “Isabel Fraire en sus ochenta años”, en La Gaceta del Fondo de Cultura Económica, agosto de 2014, p. 16, www.fondodeculturaeconomica.com/subdirectorios_site/gacetas/ago_2014.pdf.
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