Las alegres damas le requebraban de tal forma, con tal ahínco, que Don Quijote, encendido y algo furioso, estalló con un latinazo seguido de una aclaración en idioma de La Mancha: “¡Fugite, partes adversaes! Dejádme en mi sosiego, pensamientos mal venidos.
Cervantes publicó su gran novela en dos partes. La primera salió en 1605 y la segunda con diez años de diferencia, en 1615. Este 2015 se cumplen 400 años exactos de la efeméride. Con este motivo estoy escribiendo artículos conmemorativos. Hemos visto a Don Quijote y Sancho cruzar tierras de Castilla y Aragón y llegar a Barcelona. Allí fue motivo de las burlas a las que me referí la semana pasada. Pero las burlas siguen.
Cabalgaba nuestro bueno de Don Quijote entre la burla y el bullicio con el cartel colgado a la espalda, cuando de la multitud surge un castellano quien, alzando la voz y dirigiéndose directamente a él, le dice con furia: “¡Válgate el diablo por Don Quijote de la Mancha! ¿Cómo que hasta aquí has llegado, sin haberte muerto los infinitos palos que tienes a cuestas? Tú eres loco, y si lo fueras a solas y dentro de las puertas de tu locura, fuera menos mal; pero tienes propiedad de volver locos y mentecatos a cuantos te tratan y comunican; si no, mírenlo por estos señores que te acompañan. Vuélvete, mentecato, a tu casa, y mira por tu hacienda, por tu mujer y tus hijos, y déjate de estas vaciedades que te carcomen el seso y te desnotan el entendimiento”(Segunda parte, capítulo LXII).
Cide Hamete Benengeli no registra ninguna reacción por parte de Don Quijote. De haber ocurrido esta escena en los campos libres de La Mancha, la lanza del caballero habría cerrado, tal vez para siempre, los labios del insolente injuriador.
Es Antonio Moreno quien sale en defensa de Don Quijote. “Es muy cuerdo –dice al intruso- y nosotros, que le acompañamos, no somos necios… andad enhoramala, no os metáis Donde no os llaman”.
Pregunta Clemencín por qué Cervantes puso aquellas razones en boca de un castellano más bien que de un catalán. Ofrece dos explicaciones: una, “porque en Castilla debían ser más conocidas que en otras partes las cosas de Don Quijote, tanto por ser esta su patria como por andar sus hechos escritos en castellano”. Otra, porque “Cervantes hubo de introducir el incidente del castellano para prevenir la reconvención que podía hacérsele sobre la inverosimilitud de que en una ciudad populosa todos procediesen de acuerdo con los burladores de Don Quijote”.
De la escuela de los duques, a quienes con toda seguridad desconocía, parecía ser el tal Antonio Moreno, y su casa algo semejante al palacio ducal. Esto se sospecha por la abundancia de fechorías que unos y otros sometieron al santo y limpio Don Quijote.
Llegada la noche del primer día, Antonio Moreno organiza un sarao de damas para satisfacer el capricho de la esposa, “señora principal y alegre, hermosa y discreta”, aunque aquí no lo pareciera tanto. En la resplandeciente sala de la lujosa mansión se reúnen los invitados, damas y caballeros de alta clase. “Entre las damas había dos de gusto pícaro y burlonas, por dar lugar que las burlas alegrasen sin enfado. Estas dieron tanta prisa en sacar a danzar a Don Quijote, que le molieron, no sólo el cuerpo, pero el ánima”.
El entendimiento humano, que todo o casi todo lo puede, ¿es capaz de concebir la escena? ¡Don Quijote, el héroe de la Mancha, el Caballero de la Triste Figura, el esclavo de Dulcinea, el hombre de más huesos que carne, tan largo como un largo palo, delgado hasta la frontera de la anorexia, puritano más que los ángeles, en aquella situación! ¡Obligado por damas pícaras y burlonas de la aristocracia catalana a bailar como si de un John Travolta se tratara!
El resultado no podía ser otro más que el que dicta Cide Hamete Benengeli: “Era cosa de ver la figura de Don Quijote, largo, tendido, flaco, amarillo, estrecho en el vestido, desairado, y, sobre todo, no nada ligero”.
Las alegres damas le requebraban de tal forma, con tal ahínco, que Don Quijote, encendido y algo furioso, estalló con un latinazo seguido de una aclaración en idioma de La Mancha: “¡Fugite, partes adversaes!. Dejádme en mi sosiego, pensamientos mal venidos. Allá os avenís, señoras, con vuestros deseos; que la que es reina de los míos, la sin par Dulcinea del Toboso, no consiente que ningunos otros que los suyos me avasallen y rindan”.
Bravo, bravo mil veces, mi señor Don Quijote. No estás tan loco como te creyeron y aún te creen. Sabes en tu interior que Dulcinea no existe – “la pinté en mi imaginación como la deseo”, pero Dulcinea es el ideal, tu ideal. Y al ideal no se renuncia ni tan siquiera por las carnes de mujeres frívolas.
El final de aquella danza burlona no podía ser otro más que el que recita el historiador: Don Quijote “se sentó en mitad de la sala, en el suelo, molido y quebrantado del bailador ejercicio. Hizo Don Antonio que le llevaran a su lecho en peso, y el primero que asió de él fue Sancho”.
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