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Profundidad e intensidad: La poesía de Isabel Fraire

Sólo esta luz, de Isabel Fraire es un libro diáfano, directo, que atraviesa la realidad con una mirada vuelta bisturí.

GINEBRA VIVA AUTOR Leopoldo Cervantes-Ortiz 09 DE ABRIL DE 2015 20:50 h
Isabel Fraire Isabel Fraire.

Mi amor es un loco girasol que olvida



pedazos de sol en el silencio[1]



I.F.



Sin tratarse de una escritora famosa, pero con una obra sólida y reconocida desde un principio, Isabel Fraire falleció el 5 de abril a los 80 años de edad en la ciudad de México. Originaria del Distrito Federal (30 de julio de 1934), radicó en Monterrey, Nuevo León (donde publicó sus textos iniciales), estudió en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y colaboró en una gran cantidad de publicaciones., entre las que pueden mencionarse Katharsis, Revista Mexicana de Literatura (dirigida por Carlos Fuentes y Emmanuel Carballo), Revista de la Universidad de México (adonde se dio a conocer con algunos de sus primeros poemas), La Semana de Bellas Artes, Plural, Siempre!, Proceso, etcétera. Sus poemarios son: 15 poemas (1958), Sólo esta luz (1969) y Poemas en el regazo de la muerte (1977), por el que obtuvo el Premio Xavier Villaurrutia en 1978 y Un poema de Navidad para Alaíde Foppa (1982). En 1977 obtuvo la beca Guggenheim. En 1997 y 2004 publicó su poesía reunida bajo los títulos Puente colgante y Kaleidoscopio insomne, respectivamente. Una selección de sus textos apareció en 1975 en Ohio, Estados Unidos. Además, fue una excelente traductora, muestra de lo cual es el volumen Seis poetas de lengua inglesa, que incluye a autores fundamentales: Ezra Pound, T.S. Eliot, e.e. cummings, Wallace Stevens, William Carlos Williams y W.H. Auden. Allí da fe de que su abuela, Anabel Stiles Benson, le enseñó el idioma de Shakespeare cuando ella tenía tres años de edad. De 1987 es su Miscelánea de poesía norteamericana. Vivió en Estados Unidos, Inglaterra, España, Holanda, El Salvador, Francia y Nicaragua. Entre 1977 y 1981 tuvo una columna semanal en el suplemento Sábado, del diario Unomásuno.



Formó parte de una generación “iniusualmente bien dotada de voces líricas” que agrupó escritores como Gabriel Zaid, Gerardo Deniz, Carmen Alardín y Hugo Gutiérrez Vega, entre otros. Fue incluida en importantes antologías, como Poesía en movimiento (1966), en la que Octavio Paz escribe sobre ella: “Isabel Fraire es viento. No el que perfora la roca sino el que disemina las semillas. Su poesía es un continuo volar de imágenes”. En 10 mujeres en la poesía mexicana (1974), Griselda Álvarez afirma: “Fraire crea con sus estructuras ‘un sembrado de palomas blancas’ que entregan —en pleno movimiento y plenitud de luz— sus intuiciones poéticas”. Dionicio Morales, al homenajearla, señaló que desde sus inicios como escritora, y especialmente por la aparición de Sólo esta luz, “despertó una serie de críticas y comentarios extraordinarios que hablaban con unanimidad del talento de una nueva poeta mexicana”.[2] Y agrega que sus primeros poemas fueron el “punto de partida punto de partida para entrar a un espléndido universo personal que la coloca entre las mejores y más originales poetas del siglo XX”.[3] Ella, a su vez, se refirió en diversos momentos a su labor creadora como sigue: “Soy poeta porque desde joven he necesitado un medio sencillo, directo y expresivo que me permita plasmar mis ideas, pasiones, desazones, lo mismo en un autobús, que en la servilleta de la mesa de un café”. “Cuando miro hacia atrás me sorprendo por las imágenes, como si contemplara muchos cuadros colmados de recovecos y tramas”. […] “La poesía da voz al alma humana”.[4]



En abril de 1961, la Revista de la Universidad de México publicó tres de los textos que formarían parte de Sólo esta luz, en los que se aprecia ya su fuerte sensibilidad y una enorme capacidad de penetración en ciertas zonas de la realidad. Veamos uno de ellos:



alegóricas calles se entrecruzan



en laberinto ingenuo



 



caen las hojas del árbol inmaduro



 



han pasado mil noches sin descanso



 



bailarina de humo



sobre las olas baila



fugitiva visión de un opio lento;



 



la danza se. dibuja



inabarcable línea que es un punto



momento que aparece y reaparece



 



de pronto los ojos solitarios



contemplan abiertos un sol muerto[5]



 



Sólo esta luz es un libro diáfano, directo, que atraviesa la realidad con una mirada vuelta bisturí. La influencia de José Gorostiza, desde el título que es un verso de Muerte sin fin, se palpa en los poemas en los que precisamente la luz es el tema. Desde una aparente impersonalidad capaz de remitirse a instantes fundadores, los versos de Fraire los abordan con peculiar profundidad, brevedad y concisión:



como un inmenso pétalo de magnolia

se despliega la luz de la mañana



no hay casas no hay pájaros

no hay bosques



el mundo

ha quedado vacío

hay solamente luz[6]



 



Aquí es donde que quizá se refleja mejor tal influencia, pero ahora procesada por un espíritu crítico. Morales dice que en ese libro “el alma humana se transparenta” para añadir luego una pregunta fruto de esa imagen inquietante y genesíaca: “¿Nos hemos puesto a pensar cómo quedaría el mundo si se vaciara?”. Y luego avanza en su reflexión:



Me aventuro a decir que si eso sucediera, lo más “lógico” sería pensar lo contrario, es decir, que todo se vería oscuro. Pero en la concepción —filosófica, religiosa, poética— Fraire recurre a su optimismo en la búsqueda y el encuentro de la luz, sin dejar de lado la memoria de una conciencia lúcida — o extraviada, a según —. En este libro se recurre a la celebración del amor, a la alegría mágica que sólo quien lo ha vivido ha derramado. Es una voz. Es el canto sinfónico de un universo personal tan acendrado del que se desprenden unas notas multiplicadas en el viento y que van tomando la forma humana de quien las escucha con todos los sentidos para hacerlas suyas. La vigilia y el sueño entrelazados, sin olvidar soledosos enigmas que se acentúan a la más leve mirada.[7]



 



Otro poema ahonda en el misterio, gozoso y exigente, de la luz en el ojo insomne, atento siempre a los latidos de la vida:



las estrellas nos mandan



únicamente el nombre de su luz



 



lámpara



luz oscura



sacada de la tierra



 



luz y noche se asombran



mutuamente



 



amanecer



de pronto



la luz se hace silencio



 



la luz



nada en el silencio



el día se mueve



 



la luz juega a ser espejo



y baila



coqueta enardecida



con su sombra



 



la luz en el agua



corre



perseguida por sus cabellos



 



luz en el vidrio



pájaro detenido



luz en el agua



bandada fugitiva



 



luz lánguida suspira



en tu cuerpo callado



 



me asomo a tus ojos



y atravieso



países luminosos[8]



 



Juan García Ponce se refirió certeramente a esta poesía conjuntando muchos de sus elementos, con los que construye y reconstruye el mundo en su muy particular búsqueda personal:



Isabel Fraire juega con las palabras, las acomoda como en un rompecabezas o como en un calidoscopio para recordar uno de sus objetos favoritos e insinuar un poco el carácter mágico y casual de ese juego en el que siempre interviene el azar para fijar las posibilidades de la belleza. La regla básica de ese juego, la regla a la que el poeta no puede dejar de someterse porque la obedece aún sin darse cuenta, es crear una serie de apariciones mediante las que el mundo se refleja en el poema y el poema en el mundo. Sueltas, haciéndose eco una a la otra, huyendo y reuniéndose, las palabras van fijando los precisos perfiles de una imagen que continuamente se desvanece y vuelve a mostrarse. Es difícil tratar de definir esta poesía más allá de ese continuo propósito de unión y separación y sin embargo todo aparece en ella: las preguntas que el poeta se plantea y las respuestas con las que se inquieta o se consuela, los estados de ánimo, las reacciones emocionales, la rebeldía y la sumisión y aparecen sobre todo las propias apariencias del mundo como si al dejarse ver colocadas en un orden inesperado y aparentemente arbitrario y al hacerse escuchar desde ese orden, afirmando su independencia, luchando por recobrar su inocencia, las palabras adquirieran un nuevo poder de revelación, nos obligaran a ver un paisaje desconocido a primera vista y luego inevitablemente cercano y entrañable.[9]



 



[1] I. Fraire, Sólo esta luz. México, Era, 1969, p. 49.



[2] D. Morales, “Isabel Fraire en sus ochenta años”, en La Gaceta del Fondo de Cultura Económica, agosto de 2014, p. 16, www.fondodeculturaeconomica.com/subdirectorios_site/gacetas/ago_2014.pdf.



[3] Idem.



[4] Idem.



[5] I. Fraire, en Revista de la Universidad de México, núm. 8, abril de 1961, p. 5, www.revistadelauniversidad.unam.mx/ojs_rum/index.php/rum/article/view/7781/9019.



[6] I. Fraire, Sólo esta luz, p. 21.



[7] D. Morales, op. cit., pp. 16-17.



[8] I Fraire, Sólo esta luz, pp. 22-23.



[9] J. García Ponce, “Nota introductoria”, en Isabel Fraire. Pról. y sel. de J. García Ponce. México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2010 (Material de lectura, poesía moderna, 82), p. 3, www.materialdelectura.unam.mx/index.php?option=com_content&task=view&id=173&Itemid=31&limit=1&limitstart=2.


 

 


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