Mención aparte merece José Coffin Sánchez (1881-1957). Se caracterizó porque, junto a sus labores eclesiásticas, “emprendió obras de carácter social, como la lucha contra el alcoholismo y la ayuda de los menesterosos”
En el ámbito protestante mexicano no son tan comunes los esfuerzos por hacer historias creíbles, contextuales y serias de las comunidades religiosas que reivindican esa fe. Lo más frecuente son los recuentos cronológicos (“reseñas” se les llama) de las iglesias locales en las ceremonias de aniversario que, también con demasiada frecuencia, únicamente repiten los datos de inicio de las congregaciones y de los eventuales cambios de pastor, así como los acuerdos o instrucciones de las autoridades eclesiásticas superiores que, con el paso del tiempo, han marcado el devenir de las comunidades en cuestión.
En el caso del presbiterianismo, también han sido raros los intentos por articular una visión histórica sólida que rebase la comprensión del avance de las comunidades como una sucesión de “vidas de santos” desconectada de los sucesos socio-políticos y culturales. Poco se ha avanzado en ese sentido pues ni siquiera los registros a nivel nacional que posee la directiva de la Iglesia Nacional Presbiteriana de México (INPM) han sido clasificados mínimamente para organizar un archivo que sirva como fuente para las investigaciones que tanta falta hacen.
Así, los volúmenes producidos en cada aniversario importante de la INPM son acumulaciones de datos y fechas que poco aportan para la interpretación del papel social de esta denominación. El más reciente, de 2014, denominado “Revista especial” (de escasas 48 pp.), que puede leerse en internet (www.presbiterianosag.com.mx/wp-content/uploads/2014/07/Revista-especial-INPM.pdf) es una muestra más de la falta de rigor con que se acomete el estudio de la historia de las iglesias evangélicas en México. Hasta la llegada del doctor Jean-Pierre Bastian al país, quien vino a actualizar la metodología en este campo, los presbiterianos únicamente contaban con los libros conmemorativos, con un volumen que dejó de ser inédito en 1985: Los que sembraron con lágrimas. Apuntes históricos del presbiterianismo en México, de Apolonio C. Vázquez, y con un recuento elaborado en 1993 por Saúl Tijerina, particularmente sesgado e incompleto. Fuera de ello, hay que buscar en fuentes externas las mejores interpretaciones de la realidad socio-religiosa que incluyen a estas y otras iglesias.1 Específicamente nos referimos aquí a la influencia del programa anti-religioso llevado a cabo por el gobernador Tomás Garrido Canabal, que no se ha analizado suficientemente desde esta perspectiva.2
De ahí que la investigación de Cuauhtémoc Angulo Pineda, con todo y sus limitaciones, resulta llamativa, pues se ocupó de reconstruir los procesos básicos por medio de los cuales el presbiterianismo se ha desarrollado en el sureste mexicano, concretamente en el estado de Tabasco. En la primera parte, luego de exponer sumariamente los inicios del protestantismo en América y en México (pp. 7-17), explora, mediante la inclusión de varios informes misioneros, la manera en que llegó el presbiterianismo a dicho estado. Las palabras de Hubert W. Brown (escritas en 1896), al describir el ambiente geográfico, son elocuentes:
Este estado, ubicado en la costa del Golfo de México a nivel del mar, tiene una temperatura tropical todo el año. El único medio de comunicación al mundo exterior es por un viejo buque pequeño de vapor, de una compañía española, de Veracruz a Frontera, que es el puerto de Tabasco. De Frontera a San Juan Bautista, que es la capital del estado, el viaje es hecho en un vapor que navega por el río. Las otras localidades del estado son alcanzadas viajando a caballo o en canoas. San Juan Bautista tiene alrededor de 10 mil habitantes. Hay una gran cantidad de elementos “liberales” en el estado. La gente es brillante e inteligente. Nuestra Misión es la única trabajando por allá, al igual que en Yucatán y Campeche. (p. 18).
Para esa fecha, Brown refiere que ya hay cuando menos tres pastores autóctonos graduados del seminario presbiteriano de la ciudad de México: Eligio Natalio Granados, Procopio C. Díaz y Lizandro Cámara. Solamente los dos primeros son incluidos por Vázquez en su libro.3 Ciertamente, Angulo no sigue las recomendaciones de Bastian en el sentido de que esos “elementos liberales” mencionados por Brown debían ser suficientemente investigados para acotar el contexto ideológico, político y cultural que propició la entrada de iglesias cristianas no católicas a Tabasco, pero ese punto de partida queda muy claro para hacerse una idea del ambiente al que las misiones llegaban a abrir nuevas congregaciones. Dando un salto cronológico de varias décadas, se incluye un reporte que abarca los años de 1929 a 1950 en el que el misionero en cuestión observa las características del estado: es el único que no cuenta con sacerdotes católicos, se cobra un impuesto a los profesionales y la postura antirreligiosa del gobernador Tomás Garrido no favorece a las misiones (p. 25).
El siguiente apartado corresponde a los primeros pastores presbiterianos en Tabasco, siete en total, más la inclusión de las esposas de dos de ellos. El mencionado Granados es el primero de ellos y el volumen incluye algunas páginas que integran sus memorias de vida y ministerio (pp. 28-31). De padres guerrerenses, nació en la capital mexicana en 1859, se convirtió en 1877 y llegó a ser muy conocido gracias a sus artículos publicados en la revistas El Faro y El Mundo Cristiano. Ejerció en diversas comunidades y falleció en Campeche en 1923. Díaz (1830), segundo pastor mencionado, había sido senador liberal (aunque Vázquez dice que fue diputado) y seguidor de Benito Juárez, llegó a Tabasco en 1880 y en la capital fundó una iglesia en 1887. Ejerció también en otras entidades y falleció en 1895. Su hijo Leopoldo también fue pastor. Salomón Rafael Díaz llegó a Tabasco en 1884 y cuatro años después inauguró un templo en la entonces San Juan de Dios (pp. 36-37). Sobre su esposa, Adela Magaña, Angulo recoge unas páginas laudatorias publicadas en El Faro en noviembre de 1950.
Mención aparte merece José Coffin Sánchez (1881-1957), quizá el más notable integrante de esta generación, pues siendo originario de Tecolutla, fue uno de los primeros pastores nativos, además de llegar a ser el primer moderador de la asamblea general de la INPM, cuando se organizó en 1947. Se caracterizó porque, junto a sus labores eclesiásticas, “emprendió obras de carácter social, como la lucha contra el alcoholismo y la ayuda de los menesterosos” (p. 39), lo que llevó a cabo tanto en Veracruz como en su estado natal, además de que en Paraíso fundó, al lado de su esposa Luz, un Colegio Presbiteriano para niñas y señoritas, semillero de liderazgos en la iglesia y la sociedad. Contribuyó también a iniciar los trabajos de la Cruz Roja estatal y después de la Revolución regresó a trabajar en Veracruz, para más tarde hacerlo en la capital y en Chiapas, donde fue profesor de preparatoria. Al final de su vida recibió grados honoríficos en teología durante un viaje a Estados Unidos. En 1942, publicó la biografía de Ignacio Gutiérrez Gómez (18??-1911), general revolucionario tabasqueño, “con quien sostuvo una amistad cristiana y valiente hasta los últimos días del insigne luchador social” (p. 45). Angulo se ocupará más tarde de la figura de Gutiérrez (pp. 312-313). Testimonio de la amplia labor de Coffin son las escuelas y bibliotecas que hoy llevan su nombre.4
1 Cf. Abraham Téllez Aguilar, “Bibliografía sobre la historia y el desarrollo del protestantismo en México”, en Boletín del Instituto de Investigaciones Bibliográficas, segunda época, núm. 5, 1991, pp. 269-279, http://publicaciones.iib.unam.mx/index.php/boletin/article/viewFile/508/497.
2 Véase J.A. Moreno Chávez, “Quemando santos para iluminar conciencias. Desfanatización y resistencia al proyecto cultural garridista, 1924-1935”, en Estudios de historia moderna y contemporánea de México, núm. 42, julio-diciembre de 2011, pp., 37-74, www.historicas.unam.mx/publicaciones/revistas/moderna/vols/ehmc42/469.pdf: “A esto [el activismo católico], se debe sumar la presencia de grupos misioneros protestantes que realizaban actividades de proselitismo tanto en Villahermosa como en el campo. El protestantismo tabasqueño había surgido de manera indirecta, desde finales del siglo XIX, bajo al amparo de la Ley de desamortización y colonización de tierras que había atraído a inmigrantes y comerciantes estadounidenses, en búsqueda de tierras baratas y mercados tanto para productos locales en el exterior (principalmente frutas y café) como para importaciones. La presencia esporádica o permanente de pastores y misioneros mormones, testigos de Jehová, metodistas y presbiterianos en las fincas fue creando una situación favorable a la conversión religiosa desde el Porfiriato” (p. 59).
3 Cf. A.C. Vázquez, Los que sembraron con lágrimas. Apuntes históricos del presbiterianismo en México. México, Publicaciones El Faro, 1985, pp. 73-74 y pp. 77-82.
4 Cf. “Pbro. José Coffin Sánchez”, en J. Coffin, El general Gutiérrez. México, Publicaciones El Faro, 1988.
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