Antes no había nada, pero después hubo amor, ese es el detalle que nos aleja de volver a la nada. Incluso nos informa la Biblia que ya antes, cuando todo era nada, ya estábamos predestinados, ya entonces había amor.
Un breve ensayo de Antonio Cárdenas, autor de la seire de relatos cortso en su sección "Cuentos"
Hay una particularidad de lo humano que nos hace necesariamente eternos. Por decirlo de algún modo, Dios está “obligado” a dotarnos de trascendencia eterna.
Lo primero que percibimos las personas es nuestra finitud, nuestros límites, nuestra extensión acotada en un espacio y en un tiempo. Somos seres perecederos que hoy estamos y mañana no, dado un momento del transcurrir del tiempo nuestro cuerpo se funde en la composición mineral de este planeta. Nos gustaría no desaparecer, quizá vivir en mejores condiciones pero, si es posible, no convertirnos en nada. El estado previo a nuestra existencia no nos produce vértigo, ni nos preocupa, no pensamos en ello, pero al mirar hacia adelante nos queremos aferrar a la vida, vida que no tuvimos y que irremediablemente vamos a perder.
Hay algo que jamás perdonaremos a nuestro Creador. No que nos haya creado para luego hacernos desaparecer como hojas otoñales. Lo que no le perdonamos es que nos haya hecho como nos ha hecho. ¿Y cómo nos ha hecho? Pues dejándonos paladear el amor. Pero, después de paladearlo ¿nos hemos de despedir de él? ¿Morir y dejar a nuestros seres queridos, o ver morir a nuestros seres queridos sin poder seguir dando satisfacción a ese anhelo tan extraño, tan impositivo, tan vital, tan emergente, tan fuerte, tan extraordinario… en definitiva tan divino?
Y yo me pregunto, ¿es posible que algo divino muera en nosotros? ¿Arrastramos algo divino hacia la nada? ¿Sucumbe en nosotros parte de Dios?
De todos sus posibles atributos, Dios solo se deja definir por uno. No es justicia, no es paz, no es perdón, no es guerra, no es bondad, no es perfección, no es eternidad, no es misericordia, no es pureza, etc. Es verdad que tiene cualidades de todo ello pero solo un sustantivo lo define: Dios es amor. Pero ¡alto!, aunque es ilimitado en amor, ¿acaso el amor no es el mayor de los límites para un Dios tan inmenso? Sea porque lo escogemos o porque el mismo amor nos lo impone, el amor se agacha, el amor condesciende, el amor en definitiva se inclina para lavar los pies de los discípulos.
Pero a lo que iba, de las cualidades más destacadas de Dios, el amor es la mayor, porque por ella Él acepta limitarse en todos los demás atributos. Es santo pero Jesús al codearse con el pecado tiene que exclamar “¿Hasta cuándo he de estar con vosotros? ¿Hasta cuándo os he de soportar?” Aquí estaba actuando el amor “limitante”. Cuando Dios se encarna estaba diciendo adiós a su extensión y temporalidades ilimitadas, se despoja de todo excepto del amor. Dios es amor por excelencia, para que nos entendamos. Incluso la escisión divina entre Gracia y Ley, en realidad no existe, porque la Ley también está al servicio la Gracia, la Ley quiere que obedezcamos a Dios tal como quiere, aún más, que le amemos tal cual es. La ley es el ayo que en nuestra inmadurez nos conduce a la Gracia.
Entonces, si hemos participado de esa cualidad divina por excelencia como es el amor por creación o regeneración, necesariamente nuestra naturaleza es eterna. El amor del que participamos no desaparecerá, mientras Dios no desaparezca.
La gran traición divina contra el hombre que se desvanece en la nada, sería Su mismo suicidio. De ahí que el amor sea “fuerte como la muerte”, tal como dice el libro de Cantares. En nuestras miradas de afecto hacia nuestros semejantes adivinamos una eternidad latente por la que siempre queremos recoger, enterrar, embalsamar, dar sepultura y despedirnos de nuestros seres queridos. Siempre abrigamos el deseo de que los volvamos a ver, cuando lo que en realidad veremos es el amor que depositamos en ellos y el que ellos depositaron en nosotros. Seguimos el rastro del amor porque es lo que nos da eternidad y seguimos la eternidad para dar continuidad al amor.
Antes no había nada, pero después hubo amor, ese es el detalle que nos aleja de volver a la nada. Incluso nos informa la Biblia que ya antes, cuando todo era nada, ya estábamos predestinados, ya entonces había amor.
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