Poesía carnal, epidérmica, que no niega su filiación y la prolonga, pues los ecos del Cantar de los Cantares y de la obra de Gioconda Belli (por supuesto, sus textos de alusión bíblica), por citar sólo dos referencias, se hacen sentir a medida que se avanza en la lectura.
Regreso a tu cuerpo como a mi hogar.[1]
J.S.
Presidido por un juego de palabras que funciona muy bien en la clave erótica que el libro quiere transmitir, Rabia de vida (Rabia debida) es el primer poemario de Julia Santibáñez, autora de El Laberinto de fortuna: una alegoría política del siglo XV. Claves de lectura del poema de Juan de Mena (1997), tesis de licenciatura en Letras Hispánicas en la UNAM, en donde también obtuvo la maestría en Literatura Comparada con Naked with her clothes on. El vestido femenino como recurso erótico en la poesía renacentista inglesa (2000), en donde ya se anunciaba el interés por esta temática. Otra publicación suya es Coser con tu nombre.
De militancia evangélica desde joven, testimonio de la cual son sus diversas colaboraciones en algunos libros y revistas (entre las que se recuerda su análisis de la novela El Bautista, de Javier Sicilia), ha publicado en diversos medios impresos y ha fungido como directora ejecutiva en una empresa internacional de contenidos. Desde 2011 mantiene el blog Palabras a flor de piel.
En un texto de 2013, escribió:
…antes del siglo xii, la gente se quería, tenía sexo y se casaba sin cumplir con el protocolo de arrumacos y juramentos de amor eterno —flores, chocolates, osos, cariñitos, anillos— que hasta hoy siguen siendo condición de quien se dice “enamorado”. Lo que quiero decir es que muchísimas de las actitudes y costumbres con las que vivimos a diario no son la verdad universal ni han existido siempre: los hombres del pasado tuvieron otras prácticas y las entendieron como parte de su mundo, que, en muchas cosas, nada tiene que ver con el nuestro y que no era ni mejor ni peor que éste: era, simplemente, diferente.[2]
En el prólogo, Mónica Lavín califica el volumen (ilustrado por Alejandro Pérez) como un auténtico “manifiesto erótico” y agrega: “Rabia de vida es sobre todo una declaración de cuerpo presente donde el otro se hace necesario para que ese cuerpo-casa pueda transmutarse, extenderse, desbordar su límite preciso y abandonarse, en el viaje pasajero de reconocerse sagrado y animal. Es el poder de la palabra el que rubrica el manifiesto”.[3] Quizá hubiera sido mejor decir: “el que lubrica…” pues este tipo de poesía, en su constante alusión de alto grado amoroso, no teme rebasar los linderos del “decoro” para algunos puristas.
Con un epígrafe de Alejandra Pizarnik (“que tu cuerpo sea siempre/ un amado espacio de revelaciones”), el libro despliega un puñado de 42 poemas en sus poco más de 50 páginas mediante un permanente juego verbal que retuerce la experiencia erótica todo el tiempo y aterriza cada vez en la emoción de transcribir lo sucedido en el encuentro puntual de los cuerpos. Poesía carnal, epidérmica, que no niega su filiación y la prolonga, pues los ecos del Cantar de los Cantares y de la obra de Gioconda Belli (por supuesto, sus textos de alusión bíblica), por citar sólo dos referencias, se hacen sentir a medida que se avanza en la lectura.
Hay que incluir a la salvadoreño-nicaragüense Claribel Alegría, de quien Santibáñez toma unos versos para el poema con imaginería religiosa que comienza diciendo: “Como una efigie caída del nicho/ virgen de un credo en desuso/ nariz rota/ sin un brazo/ arrumbada/ polvorienta/ sin devotos que prometan incienso/ sin homenajes/ vino ni rezos/ decrépita/ afeada” (p. 29). Que concluye con unos versos lapidarios: “(Sufrí también la esclavitud/ de ser reverenciada)”. Este poema combina bien algunos versos endecasílabos con otros cortos, igualmente pletóricos de intensidad, en una sucesión un tanto sincopada para asestar el golpe emotivo.
Y así abre el fuego: “Flor de piel adentro/ murmurante/ cerrada de pliegues/ como absorta/ la roza el aliento y despierta/ flor viva/ comienza a aletear/ cáliz de piel rosa/ de pétalos que buscan/ se restriegan/ flor que suda miel/ profunda y tibia/ piel de flor abierta/ flor de piel vencida” (p. 9). Esta “piel vencida” se irá desdoblando, progresivamente, en la búsqueda del “alto nombre de tu piel” (p. 15) y en la realidad “de mi carne fiera”. Como un bebé después de alimentarse, que siente un “hambre callada”, “Como a él,/ a mi otra carne/ insaciable/ le apeteces” (p. 23). Los versos cortos, de una sola palabra, sintetizan el deseo y lo adjetivan lentamente: “Salgo de mi guarida/ hambrienta./ […] Húmeda/ avanzo en pasto seco/ buscando/ la fuente del aroma” (p. 11). Con ello establece sus coordenadas sensoriales que guiarán el acompañamiento en una trayectoria sostenida.
Las metáforas de resistencia sometida aparecen para dar fe de la manera en que los amantes dan rienda suelta a su vigor y ardor erótico a través de suaves eufemismos: “Son necias las barricadas/ los torreones, inútiles/ si en la aldea las niñas codician al extraño/ espían su arma fulminante/ buscan su saeta” (p. 11). La derrota es previsible: “Y yo/ sin barricadas/ sin torreones”.
No deja, eso sí, de referirse la hablante poética a algún momento de insatisfacción y desencuentro en otra clave: “Te creí cartógrafo/ letrado en meridianos./ Quise abrirme, se el mapa de tu noche/ que me leyeras con la yema de los dedos/ trazaras meridianos/ descifraras corrientes bajo tierra./ Quise guiarte entre relieves,/ hondonadas,/ pendientes y bahías.// No sabes leer” (p. 13). Su propio nombre, otra reminiscencia de Pizarnik (y de Olga Orozco, dicho sea de paso), aparece para expresar los testimonios del goce: “Me inunda el miedo de hallarte una tarde/ pechos en cabestrillo/ vientre lleno de agua/ Julia rota./ Miedo de encontrarte en mi piel/ anciana helada” (p. 26)
Tres poemas en prosa, estratégicamente ubicados, también son un magnífico vehículo para esta pasión desbordada: “Niño pequeño, el desenfreno no deja de crecernos. El día que llegó se hizo espacio en nuestra casa, la pobló de sus cosas y nos puso a su merced. […] Se lanza a correr y nos lleva detrás, lengua de fuera. A veces cosquillea, otras asusta. Creemos que lo engendramos pero es él quien nos dio a luz” (p. 33).
Y las metáforas religiosas reaparecen, una y otra vez: “Con la fe de una devota/ que no ve a su dios pero lo invoca/ repito mi cansada letanía:/ Torre de tu cuerpo/ Estrella de tu pecho/ Cetro de tu vientre/ no me desampares./ Torre de tu cuerpo/ Estrella de tu pecho/ Cetro de tu vientre/ ten piedad de mí” (p. 44). El cierre es impecable: “A oscuras/ bebo tu luz ágil.// Centelleo” (p. 53).
En suma, que estamos ante una suerte de sólido regreso literario, largamente incubado, en el que la autora recrea la pureza del instante vivido y lo relanza sin dejarse cegar por sus hallazgos para producir una poesía eminentemente corporal, dentro de la mejor tradición de la lírica mexicana reciente, en la que destacan los nombres de Coral Bracho (Peces de piel fugaz), Silvia Tomasa Rivera (Poemas al desconocido. Poemas a la desconocida) o Nelly Keoseyán (Fuego interior), practicantes también, como Julia Santibáñez, de una indagación erótica límpida, honda y sumamente plástica, en la que refulgen notables destellos verbales.
[1] J. Santibáñez E., Rabia de vida (Rabia debida). México, Editorial Resistencia, 2015, p. 37.
[2] J. Santibáñez, “Suciedad medieval”, en Algarabía, 27 de febrero de 2013, http://algarabia.com/ideas/suciedad-medieval/
[3] J. Santibáñez, Rabia de vida, p. 7.
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