El odio se palpa en los soldados desde el primer plano de la última película de Clint Eastwood. Pero aún Chris tiene reparos y remordimientos a la hora de disparar.
“Estados Unidos está envuelto en estos momentos en una de sus más rocambolescas guerras, en Irak, de donde acabará huyendo, para volver a replegarse sobre sí mismo y olvidar durante unos cuantos años que existen los otros.” Hilario J. Rodríguez (“Historias del cine norteamericano”, 2009)
Al ver “El Francotirador” he recordado una ocasión en la que compartí mesa y mantel con unos misioneros norteamericanos que visitaban España. La televisión estaba encendida y era la hora del telediario. Abría informando sobre la última hora en Irak, conflicto al que nos llevan las imágenes de este último trabajo de Clint Eastwood. Uno de los comensales comentó su desacuerdo con una guerra que le parecía injustificada. La cara que pusieron de contrariedad, indignación y asombro los misioneros no pudo ser más expresiva. Se limitaron a decir: “Es una lucha entre el bien y el mal y Dios siempre está del lado del bien”. Sus rostros hasta ese momento amables se tornaron solemnes y evitaron la conversación con ese lado de la mesa al que no lograban comprender.
A mí se me quedó grabado aquello, porque no lograba asimilar cómo un matrimonio que se dedica a hacer la voluntad de Dios y compartir el mensaje del evangelio podía usar una frase que no por ser obvia y cierta, deja de ser simple y reduccionista. ¿Dónde quedaba la motivación e intereses que desplazaron tal despliegue de fuerza?, ¿Fue un combate inevitable? Lo que más me pasmó no es que estuvieran a favor de la guerra de Irak o que la justificaran, sino que lo hicieran de una manera tan segura, extrema y radical, porque si las miradas mataran…
Uno de los puntos de mayor interés de “El Francotirador” es intentar explicar cuál es el proceso de madurez, en el que sin duda influyen la educación, el carácter y el entorno, para llegar a una postura ideológica semejante (dando igual el bando). Llevada al límite en el caso del protagonista, el marine Chris Kyle, que considera su trabajo en el ejército una misión divina.
Vemos a Chris de niño cazando con su padre, aprendiendo a usar un arma. Lo vemos ir con su familia a la iglesia, donde escucha predicar sobre el misterio de la voluntad de Dios para nuestras vidas y de donde coge una Biblia que se queda más que para usarla, como amuleto (más tarde un compañero en Irak le dirá: “Nunca te he visto abrir esa Biblia”). Y le vemos, después de haber participado en una pelea, sentado a la mesa comiendo, en familia de nuevo, y escuchando a su padre algo que marcará y dará sentido a su vida.
Su planteamiento es que hay tres tipos de personas en este mundo. “Algunas personas prefieren creer que el mal no existe en el mundo, si llega la oportunidad no saben cómo defenderse”, éstos serían las ovejas. “Están los malos que maltratan al débil”, es decir, los lobos. Y “están los benditos con el don de la agresión y la necesidad de proteger a los débiles, viven para confrontar al lobo, son los perros pastores”. Por supuesto en su familia no va a haber ovejas y los castigará si se convierten en lobos, por lo que no les queda opción.
El manejo de las armas, el sermón sobre la búsqueda de la voluntad de Dios y la posibilidad de ser “perro pastor”, le acaba provocando un cocktail de sensaciones que le revelará su propósito en la vida. La mecha de frustración y venganza que irán encendiendo las imágenes que por televisión ve de atentados contra embajadas de USA, y del 11S, tendrá que ir a apagarla a gatillazos al otro lado del planeta, EEUU “es el mejor país del mundo y lucho para protegerlo”.
El proceso continúa con la insensibilización. El odio se palpa en los soldados desde el primer plano de la película, pero aún Chris tiene reparos y remordimientos a la hora de disparar. Las espeluznantes situaciones que tendrá que solventar irán poco a poco endureciendo esa conciencia. El precio por bajar de esa manera a los infiernos será la insensibilidad también con todo lo que le rodea, con su propia familia en los espacios de tiempo que vuelve a casa. Mejor dicho, vuelve físicamente, porque su cabeza y espíritu siguen a miles de kilómetros. “Tienes que lograr volver a nosotros”, “necesito que vuelvas de nuevo a ser humano”, le reprende su mujer constantemente. Que además en una ocasión añade: “si crees que esta guerra cambia las cosas están equivocado”.
Y es que su sufriente esposa parece que se da cuenta mejor que él de que la lucha del bien contra el mal, no es una lucha exclusivamente física. Pablo nos lo recuerda en Efesios 6:12 “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes”. La mayoría de los creyentes no son conscientes de esto. La lucha es contra unos poderes que si se hiciesen físicos en el lugar donde estamos, nos arrodillaríamos y no dejaríamos de orar al Señor ni un solo momento. “Hoy en día, todo aquel que se apunta para participar como voluntario en la guerra es un héroe, aunque haya mucha gente que no lo vea de esta manera”, declaraciones de Clint Eastwood para la revista “Dirigido por…” (núm. 452). Mi manera de verlo está muy alejada, considero más rasgos de héroe a quien ora, sabiendo que la oración de fe tiene más poder que todos los ejércitos de la tierra unidos.
Chris, a ese compañero que observó que no usaba la Biblia, le responde: “estoy listo para responder ante mi Creador por lo que hice”. Se olvida de que hay que aceptar a Dios como Creador y como Señor, y ser imitadores de Cristo, vivir de acuerdo con su Palabra y enseñanza. Con un testimonio lleno de odio, en vez de amor recibido, con intenciones iracundas en vez de buscar la calma y con sed de venganza en vez de paz, poco se contribuye a extender el mensaje del Evangelio. Cristo también murió por “los otros”.
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