En su experiencia de fe la autora topó con un grupo que flirteaba con el sectarismo. Guste o no, ese lado oscuro existe, y se tiñe de manipulación, de elitismo y de muchas personas que se apartan.
Suecia, en invierno, quizás no es tan blanca como pensaríamos desde una mentalidad mediterránea. Quizás se tiña más de sepia y ocre en un papel de acuarela empapado por la lluvia. Quizás los troncos de los árboles, negros y húmedos, salpican el paisaje con un ambiente casi fantasmagórico.
Y quizás la escritora Åsa Larsson es una verdadera manipuladora –en el sentido literario, que no literal, de la palabra– de la novela negra, arrastrándola hacia el estudio del mal pero desde el punto de vista de un personaje, la abogada Rebecka Martinsson, lejos de la figura de una heroína, de una detective con aureola de aventura y glamour detectivesco. Al contrario: Martinsson se mueve desde el aburrimiento –un evidente guiño al pasado de la misma Larsson–, y pisa los frágiles límites de la locura, la soledad y el trabajo compulsivo como fuga en un entorno vestido de copos de nieve, de ráfagas de viento que, como un azote blanco, rasgan la piel y quizás el alma.
Uno llega a interesarse por un autor, una película o un grupo musical a partir de lo que cuentan voces de referencia. Me fijé en Larsson cuando sobre ella escribió José de Segovia hace unos años, que contaba como en sus dos primeras novelas (Aurora boreal y Sangre derramada) Martinsson investigaba el asesinato de dos pastores protestantes en el pequeño pueblo donde se crió, no lejos del Círculo Polar Ártico.
La misma escritora formó parte durante cinco años de un grupo evangélico carismático, lo que en Suecia se llama una iglesia libre, donde su abuelo fue predicador tras abandonar el esquí, deporte con el que llegó a ganar una medalla de oro en las Olimpiadas de 1936. Me llamó la atención como Larsson hablaba de esa época con un doble sentimiento: por un lado, contenta de haber conocido a gente muy agradable, pero por otro, disgustada por haberse cruzado con "gente que daba miedo", tal como ella declaró en una ocasión. Sí, su experiencia de fe topó con un grupo que flirteaba con el sectarismo, pero debemos ser conscientes que eso existe, que esos monstruos interiores pueden campar por ahí. Guste o no, ese lado oscuro existe, y se tiñe de manipulación, de elitismo y de muchas personas que se apartan —suele gustarnos más hablar de las que entran, las que se convierten—, una experiencia que surge de las propias vivencias, no de una negativa por motivos filosóficos. La misma autora ha confesado que su afán por escribir novela negra, después de haberse dedicado a la abogacía, quizá provenga de sus lecturas infantiles de la Biblia, que afirma que "está llena de historias violentas".
La serie de Rebecka Martinsson cuenta ya con cinco volúmenes. Cuando me jubile en alguna casita de madera junto a un lago —creo que he visto demasiadas películas— acabaré de leerlos todos. Y quizá pesque un pez gato o una carpa. Bueno, no. A lo que iba: seducido por la Larsson, completé la lectura, al menos, de su trilogía inicial. Y me sorprendió la capacidad de enganche del tercer libro, a priori menos popular que el boom inicial. La senda oscura (2006). Cautiva, créanme. En La senda oscura Martinsson está desesperada por volver a trabajar después del caso de Sangre derramada —la muerte de una pastora protestante— que casi la destruye y que incluso la recluye en un psiquiátrico. La contratan para hurgar en temas de delitos económicos a la empresa minera Kallis Mining, pero pronto se mezclará un extraño asesinato, el de una mujer torturada en una cabaña al lado de un lago helado y vestida con chándal y ropa interior sofisticada. La víctima es Inna Wattrang, una pieza clave en esta empresa que, desde el frío nórdico, extiende sus tentáculos a todo el mundo.
El peso de la investigación recae en los inspectores Sven-Erik Ståinacke y Anna-Maria Mella. Y si Martinsson deja claro que “no tengo hijos, ni familia, ni siquiera plantas”, Mella convive con cuatro hijos, con platos sucios y con la rutina de ver la tele desde el sofá, aspectos que Larsson va esparciendo a lo largo de la historia hasta ganar protagonismo, hasta llevarla al terreno de la cotidianidad, retando todo un género a menudo lleno de tópicos.
El sujeto principal de la investigación es el empresario de éxito Mauri Kallis, uno de aquellos especímenes odiosos, triunfadores, ejemplares y sin escrúpulos al mismo tiempo, maltratados por un pasado humilde y de orfanato pero que no tiene demasiadas manías para aprovecharse de explotaciones de oro en África y, si hace falta, para apoyar a militares corruptos. Kallis se viste de decadencia, de lujo disparatado, de relaciones familiares enfermizas. Un niño prodigio de las finanzas que el sistema usa como títere para ensalzar al sueco que ha imitado el modelo del sueño americano, con un rostro que parece iluminado por el sol radiante que rebota en la nieve, pero que en realidad lo es por el oro manchado de barro y de sangre del Congo, de Somalia o de Uganda.
Larsson trenza los miedos y los deseos de Martinsson, de Kallis, de Watrang, de Mella, de quien haga falta. Y lo teje con una trama rellena de secretos y obsesiones, una trama que arranca con fuerza, se desliza como una manta encima de la cama acabada de hacer y, en la parte final, pulsa el acelerador para incluso cambiar de registro y adentrarse en un lenguaje casi cinematográfico, visual. Una novela, pues, con vocación de género, pero con alma huidiza, envuelta de una normalidad que Martinsson vincula con las papillas de avena con confitura de arándanos rojos que toma cada mañana más por rutina que por goce.
No es ningún descubrimiento que Martinsson es el alter ego de Larsson, que ejerció como abogada antes de dedicarse a la literatura, que descubrió como de aburrida era su vida durante una baja maternal, y que tiñe aquello que escribe de esas historias bíblicas en un entorno luterano. La literatura de Larsson, tampoco hay que hacerse pesado pero lo repetiré, trasciende los clichés de la novela negra, aplica un filtro de tonos difuminados para hablarnos de fantasmas, de desesperación, de corazones blancos y otros negros, como queriendo circular en una carretera secundaria a pesar de que el éxito de ventas la ha llevado a la autopista de los best seller. Ella, pero, insiste y nos obliga a adentrarnos en un atajo oscuro, del que sales lleno de arañazos pero contento. Como si en territorio MTV, ella prefiriera hacer girar un vinilo de los Jayhawks, lleno de tristeza bella y de lagos congelados dónde, a pesar de que si caes eres hombre muerto, no puedes evitar meter la nariz para buscar sombras y restos de vida.
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