El Cántico cósmico expone muy bien la gran obsesión estético-literaria que se fue transformando en la conciencia de Cardenal para llevarlo hacia ese gran poema extenso (cerca de 600 páginas) que concentraría todas las influencias, hallazgos e intuiciones de su dilatada trayectoria literaria iniciada en los lejanos años 40.
En el principio era el Canto.
Al Cosmos él lo creó cantando.
Y por eso todas las cosas cantan.[1]
E.C., Cántico cósmico, “Segunda cantiga”
En un estudio panorámico de la poesía latinoamericana que se convirtió en poco tiempo en una lectura obligatoria, Guillermo Sucre analizó en breves líneas la obra de Ernesto Cardenal como parte de un conjunto de escritores que enfrentaron lo que denominó “la trampa de la historia”. Entre ellos, aparecen el cubano Heberto Padilla, al chileno Enrique Lihn, al mexicano José Emilio Pacheco, y al peruano Rodolfo Hinostroza. Diversos registros poéticos, diversos abordajes de su realidad en cada uno. Sobre Cardenal, escribe: “A pesar de sus miserias, la historia para él esta penetrada de una teleología superior que conduce inexorablemente a la final felicidad sobre la tierra, al reino de los desposeídos. Cardenal es un ‘optimista empedernido’, y de ahí que esté más atento en el futuro”.[2]
Semejante opinión, expuesta en una época en que el poeta nicaragüense apenas se encaminaba, cuesta arriba, hacia la gran síntesis y cima de su obra lírica que vendría a ser Canto cósmico, expone muy bien la gran obsesión estético-literaria que se fue transformando en la conciencia de Cardenal para llevarlo hacia ese gran poema extenso (cerca de 600 páginas) que concentraría todas las influencias, hallazgos e intuiciones de su dilatada trayectoria literaria iniciada en los lejanos años 40. Ya para la época de Salmos (1964) y Vida en el amor (1970), acumulaba apuntes y notas que le servirían para vaciarse, casi literalmente en ese inmenso poema en el que desembocaría todo el océano de su caudal poético.
Sucre, con cierto tono irónico, marca muy bien los estadios que atravesó Cardenal hasta casi estar preparado para acometer el Cántico cósmico cuya escritura lo estaba esperando como un final previsto para un hombre de fe como él: de ser un “cronista acucioso e implacable”, se convertiría en “portavoz de la voluntad de Dios” o “de la Revolución”. No obstante, el también poeta y crítico venezolano señala muy bien la etapa “apocalíptica” o cataclísmica representada por ese otro gran poema que es precisamente “Apocalipsis”, que en la línea de los Salmos prefigura cuanto vendría después al asumir, con todas sus consecuencias estéticas, ideológicas y teológicas el legado espiritual de Teilhard de Chardin (Himno a la materia, El medio divino), su maestro indiscutible a la hora de poner a dialogar, sin ningún rubor, la fe con la ciencia y, por otra parte, el cristianismo con una fe ciega en la revolución social. En aquel texto extenso, incluido en Oración por Marilyn Monroe y otros poemas (1965), recuerda Sucre, Cardenal se refiere al “exterminio atómico universal” provocado por “la Bestia tecnológica”, es decir, los dictadores que antes fueron líderes revolucionarios: “…y lucharán contra el Cordero y el Cordero los vencerá”.[3] Ciertamente, “Apocalipsis”, con un tono de esperanza acorde con la sustancia del texto bíblico, anuncia lo que vendrá en el Cántico cósmico en su final mismo, quedando abierto como un compás de espera que sólo se cerraría con aquél libro de 1989: “y la Tierra estaba de fiesta (como cuando celebró la primera célula su Fiesta de Bodas) y había un Cántico Nuevo y todos los demás planetas habitados oyeron cantar a la Tierra y era un canto de amor”.[4]
En “Coplas a la muerte de Merton” se advertía también el camino que seguiría su obra mediante un lenguaje místico, mezclado con referencias tecnológicas modernas, que ya no lo abandonaría nunca: “Vivimos como en espera de una cita infinita. O que nos llame al teléfono lo Inefable”.[5] Con ese bagaje a cuestas, y después de desempeñar las tareas gubernamentales con los sandinistas, Cardenal estaba preparado para redactar el Cántico cósmico. En palabras de la estudiosa puertorriqueña Luce López-Baralt, quien rastrea bien en la estirpe de dicho poema:
…el poeta ha pasado de la denuncia antisomocista de Oráculo sobre Managua hasta la celebración del triunfo del sandinismo en Vuelos de victoria. Y se sume ahora en la reflexión prolongada de un Cántico que forma escuela no sólo con el de san Juan de la Cruz sino con los Cantos de Ezra Pound, el Canto general de Pablo Neruda y aun con la Divina comedia […] El Cántico de Cardenal es, como el del poeta cósmico de Manhattan [Walt Whitman], un canto dinámico y colectivo, y de ahí que el poeta nicaragüense pueda afirmar el carácter plural de su canto con gozoso[6]
En la misma línea de análisis se mueve Julio Valle-Castillo, reconocido poeta nicaragüense también, al buscar en la tradición muchos de los elementos que constituyen el monumental trabajo lírico de su autor:
Con ellos y entre ellos hay que medir el Cántico cósmico, establecer sus puntos de contacto y sobre todo, sus diferencias, que son las que lo hacen, las que configuran su individualidad. El Cantar de los cantares nutre al Cántico espiritual de San Juan y ambos sustentan al Cántico cósmico. Si en San Juan de la Cruz el alma se convierte en Amada del Amado que es Dios, profundizando el lenguaje erótico de la sublimación mística, en el Cántico cósmico, la mencionada metáfora, acorde con las revoluciones científico-técnicas de este fin de siglo, amplía su radio de acción y sus elementos se multiplican.
La Amada y el Amado en ellos mismos transformados, también son: los núcleos de hidrógeno, de1 protón y e1 neutrón.
Es el universo, las galaxias, el cosmos convertido en Amada fundida con el Amado. El Cántico cósmico es una suerte de El Cántico de los cánticos como se llama la Cantiga 41.
Formalmente el Cántico cósmico deviene de Pound al emplear el más variado español americano, al incorporar diversos sistemas de signos y textos.[7]
Y es que, en efecto, las “cantigas”, de origen antiguo español, son la forma escogida para dar cuerpo al Cántico cósmico, en los albores del siglo XXI, que comienza así, con ecos del Génesis y del Cuarto Evangelio, además de un insistente diálogo con la ciencia astronómica:
En el principio no había nada
ni espacio
ni tiempo.
El universo entero concentrado
en el espacio del núcleo de un átomo,
y antes aun menos, mucho menor que un protón,
y aun menos todavía, un infinitamente denso punto matemático.
Y fue el Big Bang.
La Gran Explosión.
El universo sometido a relaciones de incertidumbre,
su radio de curvatura indeterminado,
su geometría imprecisa
con el principio de incertidumbre de la Mecánica Cuántica,
geometría esférica en su conjunto pero no en su detalle,
como cualquier patata o papa indecisamente redonda,
imprecisa y cambiando además constantemente de imprecisión
todo en una loca agitación,
era la era cuántica del universo,
período en el que nada era seguro:
aun las “constantes” de la naturaleza fluctuantes indeterminadas,
esto es
verdaderas conjeturas del dominio de lo posible.
Protones, neutrones y electrones eran
completamente banales.
Estaba justificado decir que en el principio
la materia se encontraba completamente desintegrada.
Todo oscuro en el cosmos.
Buscando,
(según el misterioso canto de la Polinesia)
ansiosamente buscando en las tinieblas,
buscando
allí en la costa que divide la noche del día […]
aun en las tinieblas,
crece en las tinieblas
la pulpa palpitante de la vida,
con el gozo de pasar del silencio al sonido,
y así la progenie del Gran Expandidor
llenó la expansión de los cielos,
el coro de la vida se alzó y brotó en éxtasis
y después reposó en una delicia de calma.[8]
[1] E. Cardenal, Cántico cósmico. [1989] Guadalajara, Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Occidente, 1991, p. 26. Edición española: Madrid, Trotta, 1991.
[2] G. Sucre, La máscara, la transparencia. Ensayos sobre poesía latinoamericana. [1975] 2ª ed. corregida y aumentada. México, Fondo de Cultura Económica, 1984 (Tierra firme), p. 282.
[3] E. Cardenal, “Apocalipsis”, en Poesía completa. Tomo I. Xalapa, Universidad Veracruzana, 2007, p. 219.
[4] Ibid., p. 220.
[5] E. Cardenal, “Coplas a la muerte de Merton”, en Homenaje a los indios americanos, en Poesía de uso. (Antología 1949-1978). Buenos Aires, El Cid Editor, 1979, p. 284.
[6] L. López Baralt, “Es la tierra quien canta en mí este Cántico cósmico”, en El cántico cósmico de Ernesto Cardenal. Madrid, Trotta, 2012, p. 65.
[7] J. Valle-Castillo, “El poeta Ernesto Cardenal hoy cumple 90 años. Su historia aquí”, en La Prensa, Managua, 20 de enero de 2015, www.laprensa.com.ni/2015/01/20/cultura/1767871-el-poeta-ernesto-cardenal-hoy-cumple-90-anos-su-historia-aqui.
[8] E. Cardenal, “Cantiga 1”, “El big bang”, en Cántico cósmico, pp. 11-12.
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