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La devoción a Dios en acción, de Jerry Bridges

Un fragmento de "La devoción a Dios en acción", de Jerry Bridges (Editorial Peregrino).

FRAGMENTOS 22 DE ENERO DE 2015 22:55 h
peregrino Jerry Bridges Portada del libro de Jerry Bridges.

Este es un fragmento de de "La devoción a Dios en acción", de Jerry Bridges (Editorial Peregrino). Puede saber más sobre el libro aquí.



 



Compañerismo con Dios



Todo lo que se ha dicho acerca de la importancia de la oración, de la meditación en la Palabra de Dios y del tener un momento específico de adoración, demuestra el valor del tiempo devocional o “tiempo de quietud”. La expresión “tiempo de quietud” se utiliza para designar aquel período regular que se dedica cada día al encuentro con Dios a través de su Palabra y de la oración. Uno de los grandes privilegios del creyente es el compañerismo con el Dios todopoderoso. Hacemos esto al escucharle cuando nos habla en su Palabra y al hablarle a través de la oración.



Hay varios ejercicios espirituales que desearíamos hacer durante nuestro tiempo devocional, como leer toda la Biblia en un año y orar por ciertas peticiones, pero el objetivo primario de ese tiempo debe ser el tener compañerismo con Dios: cultivando una relación personal con Él y creciendo en nuestra devoción a Él.



 



Jerry Bridges.

Después de comenzar mi devocional con un período de adoración, tomo mi Biblia, y al leer un pasaje de las Escrituras —normalmente uno o dos capítulos— hablo con Dios acerca de lo que leo, mientras lo voy haciendo. Me gusta pensar en el devocional como una conversación: Dios me habla a mí a través de la Biblia y yo respondo a lo que Él me dice. Este método permite que el devocional cumpla su función de ser un tiempo de compañeris­mo con Dios.



Habiendo adorado a Dios y tenido compañerismo con Él, le presento los distintos motivos de oración que quiero entregarle ese día. Este orden me prepara para orar más eficazmente. He pensado en quién es Dios; por tanto, no voy a “entrar apuradamente a su presencia”, en forma despreocupada y exigente. Al mismo tiempo, recuerdo su poder y su amor, y se fortalece mi fe respecto a su habilidad y deseo de contestar mis peticiones. De esta manera, aun el momento de pedir se convierte en un tiempo de compañerismo con Él.



Al sugerir ciertos pasajes bíblicos para la meditación, o ciertas formas de adoración, o una práctica específica para el devocional, no quiero dar la impresión de que el crecimiento en la devoción a Dios sea cuestión de seguir la rutina sugerida. Tampoco creo que lo que me ayuda a mí deba ser obligatorio para los demás; quizá no tenga utilidad alguna para otros. Lo único que quiero hacer es mostrar que el crecimiento en la devoción a Dios, aunque sea el resultado de su obra en nosotros, viene como consecuencia de una práctica concreta por nuestra parte. Debemos ejercitarnos para la devoción y —como aprendimos en el capítulo 3— el ejercicio implica la práctica: es el ejercicio diario lo que nos hace expertos.



 



La prueba decisiva



Hasta ahora hemos visto actividades específicas que nos ayudan a crecer en nuestra devoción a Dios: la oración, la meditación en las Escrituras, la adoración y el tiempo devocional. Hay otra área que no es una actividad sino una actitud de la vida: la obediencia a la voluntad de Dios. Esta es la prueba decisiva de nuestro temor de Dios y la única respuesta verdadera a su amor por nosotros. Dios declara específicamente que le tememos cuando guardamos todos sus decretos y mandamientos (Deuteronomio 6:1,2); y Proverbios 8:13 nos dice que “el temor de Jehová es aborrecer el mal”. Yo puedo saber si verdaderamente tengo temor de Dios determinando si poseo un genuino aborrecimiento del mal y un sincero deseo de obedecer sus mandamientos.



 



Portada del libro.

En los días de Nehemías, los líderes y oficiales judíos estaban desobedeciendo la ley de Dios al cobrar intereses usurarios de sus compatriotas. Cuando Nehemías los confrontó,    les dijo: “No es bueno lo que hacéis. ¿No andaréis en el temor de nuestro Dios, para no ser oprobio de las naciones enemigas nuestras?”(Nehemías 5:9). Bien podría haber dicho: “¿No obedeceréis a Dios, para no ser oprobio de nuestros enemigos?”. Para Nehemías, andar en el temor de Dios era lo mismo que obedecer a Dios.



Si no tememos a Dios, no sentiremos que vale la pena obedecer sus mandamientos; pero si verdaderamente le tememos si le profesamos reverencia y admiración— le obedeceremos. La medida de nuestra obediencia es una medida exacta de la reverencia que le tenemos.



En el mismo sentido, tal como hemos visto en el capítulo 2, Pablo afirmó que su reconocimiento del amor que Cristo le tenía le obligaba a vivir, no para sí mismo, sino para Aquel que murió por nosotros. Cuando Dios responde a nuestra petición y nos hace reconocer más profundamente su amor, uno de los medios que emplea frecuentemente es el de permitirnos ver más y más nuestro propio pecado.



Pablo estaba llegando al final de su vida cuando escribió estas palabras: “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero” (1 Timoteo 1:15). Nos damos cuenta de que nuestros pecados como cristianos —aunque quizá no tan abiertamente groseros como antes— son más atroces a los ojos de Dios porque son pecados contra el conocimiento y contra la gracia. Nosotros sabemos que no debemos pecar, y conocemos su amor, pero pecamos en forma obstinada. Y después volvemos a la Cruz para darnos cuenta de que Jesús llevó en su cuerpo crucificado aun esos pecados contumaces. El reconocimiento de ese inmenso amor nos lleva a enfrentar esos mismos pecados y hacerlos morir. Tanto el temor como el amor de Dios nos mueven a la obediencia, y esa obediencia demuestra que esas cosas son reales en nuestras vidas.



 



Un anhelo más profundo



Al concentrarnos en el crecimiento de nuestra reverencia y nuestro asombro hacia Dios, y de nuestra comprensión de su amor por nosotros, descubriremos que nuestro anhelo por Él aumenta. Al contemplar su belleza desearemos buscarle más y más, y al reconocer su amor de una forma más honda, querremos conocerle en mayor profundidad. Pero podemos orar para que Dios profundice nuestro deseo de Él. Recuerdo haber leído Filipenses 3:10 hace varios años y haber reconocido algo del profundo anhelo que Pablo tenía de conocer a Cristo más íntimamente. Al leerlo, yo pedía esto a Dios: “Oh Dios, no puedo identificarme con el deseo de Pablo, pero me gustaría”. Al pasar los años, Dios ha comenzado a contestar esa oración. Por su gracia conozco por experiencia, al menos parcialmente, las palabras de Isaías que dicen: “Con mí alma te he deseado en la noche, y en tanto que me dure el espíritu dentro de mí, madrugare a buscarte” (Isaías 26:9). Estoy agradecido a Dios por lo que Él ha hecho, pero le ruego que pueda continuar creciendo en este deseo de Él.



Una de las cosas maravillosas de Dios es que Él es infinito en todos sus atributos gloriosos, así que nuestro anhelo de Él nunca podrá agotar la revelación de su persona. Mientras más le conozcamos, más le desearemos. Y mientras más le deseemos, más querremos tener compañerismo con Él y experimentar su presen­cia. Y mientras más le anhelemos a Él y su compañerismo, más desearemos ser como Él.



El clamor del corazón de Pablo en Filipenses 3:10 expresa vívidamente este deseo: él desea conocer a Cristo y ser como Él; quiere sentir su compañerismo, aun el compa­ñerismo en su sufrimiento, y también sentir el poder transforma­dor de su vida de resurrección. Pablo quiere estar centrado en Cristo y ser como Cristo.



Esto es la piedad: estar centrado en Dios (la devoción a Dios) y ser como Dios (el carácter cristiano). La práctica de la piedad es la práctica de la devoción a Dios y la práctica de un estilo de vida que agrada a Dios y que refleja el carácter de Dios a otras personas.



En el resto de nuestros estudios en este libro considerare­mos el carácter divino —a semejanza de Dios— que debemos mostrar. Pero solo podremos construir este carácter divino sobre el fundamento de una devoción a Dios de todo corazón. Dios debe ser el centro de atención de nuestras vidas si es que deseamos poseer su carácter y su conducta.



Es imposible exagerar este punto. Demasiados cristianos se concentran en la estructura exterior del carácter y de la conducta sin tomarse el tiempo para poner el fundamento interior de la devoción a Dios. Esto resulta con frecuencia en una moralidad fría o en un legalismo; o, peor aún, en autosuficiencia y orgullo espiritual. Por supuesto, debemos poner simultáneamente el fundamento de la devoción a Dios y edificar la estructura de una vida agradable a Él. No podemos separar estos dos aspectos de la piedad.  



Por la importancia que tiene la colocación de un fundamento adecuado de devoción interior, te aliento a repasar los elementos esenciales de la devoción (cf. capítulo 2). Después repasa este capítulo y haz planes concretos para ejercitarte en el área de la devoción a Dios. No hay nadie que haya logrado una habilidad física o mental sin un compromiso con el ejercicio; y nadie puede cultivar la devoción a Dios sin el compromiso de ejercitarse en los elementos esenciales de la devoción.



La idea del ejercicio puede hacernos pensar en algo tedioso, como los aburridos ejercicios de las escalas en el piano cuando deseábamos estar afuera jugando con los amigos. Pero la práctica para desarrollar nuestra relación con Dios no debe compararse con las lecciones musicales en la niñez. Estamos tratando de crecer en nuestra devoción a la Persona más maravillosa del universo, el infinitamente glorioso Dios de amor. Nada puede compararse con  el privilegio de conocer a Aquel en cuya presencia hay plenitud de gozo y a cuya diestra hay delicias para siempre (cf. Salmo 16:11).


 

 


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