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La rabia con diéresis de Hüsker Dü

Mould es uno de los padrinos espirituales de los Pixies y estos, de Nirvana, la trilogía ideal para expresar la evolución de la rabia musical de fin de siglo

PREFERIRíA NO HACERLO AUTOR Jordi Torrents 08 DE ENERO DE 2015 21:30 h
Bob Mould Bob Mould 1985 / Lisa Reisman

Aviso para navegantes. Como un ritual algo cansino para los que me rodean, suelo dedicar algunas de las últimas o primeras horas de cada año a revisar viejos discos (que no discos viejos), libros o películas que pululan por casa.



En ocasiones, el ritual consiste en situarme ante alguna estantería y tomar al azar algún vinilo, CD, DVD o libro de tono ligeramente amarillento.



Hay que hacerlo en la misma posición con la que me enfrento ante el capó levantado de un coche: en jarras y con cara de no entender nada.



Si se trata de un CD, como es el caso, la tontería bizarra se completa poniéndolo en el reproductor y dejar que empiece a sonar sin saber qué es.



El 2014 lo he cerrado con Zen Arcade de Hüsker Dü. Los primeros compases, anfetamínicos, del disco, me trasladaron de inmediato a mediados de los 80, cuando uno empezaba a dar el salto de los grupos típicos del momento (y de los que no reniego, faltaría más) estilo Police, Dire Straits o Genesis a otras formaciones ante las que había que investigar trasfondos sociológicos y todo eso.



Y ahí estaban Hüsker Dü, unos deliciosos perdedores de los que muchas bandas y críticos hablan como referencia, pero que eran como un Van Gogh del momento, con pésimas ventas.



Debo admitir que mi discografía ochentera del grupo de la doble diéresis se basaba en unas cutres cintas de casete grabadas artesanalmente, a excepción de algún CD que años más tarde los simpáticos chicos de Fnac depositaban en esas suculentas cubetas de ofertas.



Ni top manta, ni descargas (i)legales, ni Spotify; Hüsker Dü fueron una de las formaciones más damnificadas por unas bajas ventas, a pesar de ser una banda de referencia.



 



Bob Mould y compañía fueron artífices en plena era punk de una formación que, siguiendo la estela Stooges y Ramones, influyó en la eclosión de escenas como las que lideraron los Pixies en Boston y Nirvana en Seattle.



El grupo legó en apenas cinco prolíficos años un tesoro –ocho discos como Zen Arcade, New Day Rising o Candy Apple Grey­– que no era punk, no era hardcore, no era rock anfetamínico, no era power pop, y lo era todo a la vez.



Las tensiones entre Mould y Grant Hart –aderezadas con el dramático suicidio del mánager, David Savoy, el día que empezaba la gira de Warehouse– acabaron con la banda, aunque Mould renació con los efímeros e imprescindibles Sugar y con una ya extensa carrera en solitario que todavía mantiene.



En esa particular carrera individual, Mould va por libre. Y en ella, destaca el trabajo que, después de zamparme el Zen Arcade, fui a buscar (ahora ya de forma intencionada, como cuando añade aceite al coche, lo único que sé hacer) Silver age, uno de esos álbumes que me parece degustar casi en solitario (no nos engañemos, tampoco vendió demasiado) y con uno de mis temas favoritos de los últimos años, The descent, ideal para desengrasar momentos vitales chungos.



El tema nos habla de desilusión, de pérdidas, de un pasado que daba esperanzas a otros (¿un guiño autocrítico a la etapa Hüsker Dü?) y hasta le pregunta a Dios si de él depende poder salir a flote de todo ello. Una canción, además, aderezada con un delicioso videoclip en el que Mould huye de una oficina clónica a otros miles de oficinas, con una caja de cartón con cosas personales clónica a otros miles de cajas de cartón con cosas personales en una ciudad clónica a otros miles de ciudades.



Seguro que me dirán que no es un temazo (para mí, sí), pero denle una oportunidad.



A ver, retrocedamos unos años y tomémoslo como excusa para citar a los imprescindibles Pixies. Un periódico como el Boston Globe tiene su rinconcito en la historia del rock gracias a un anuncio que publicó Black Francis reclamando músicos para una banda “en la línea Peter, Paul & Mary y Hüsker Dü”.



En esa prehistórica era sin internet me imagino al encargado de procesar el texto, anestesiado por los anuncios de ofertas de comercial con buena presencia o de joven estudiante que recibe a caballeros en pisos de timbre rojo, rebuscando en las cubetas de alguna tienda de discos para descubrir qué puñetas podía unir a esas dos bandas. Candidez y rabia. Lirismo y crudeza. Calma y tormenta. Y el responsable de la segunda categoría no era otro que Bob Mould al frente del grupo de nombre impronunciable.



Un Mould que, tres décadas más tarde, volvería a acariciarnos con esa particular voz punzante con Silver Age, álbum donde recupera su amor por las bandas que, tal como ha confesado, le cambiaron la vida (The Ramones y Joy Division), para escupir una colección de temas acelerados, de guitarras densas y basadas en la fuerza de un power trío (bajo, guitarra, batería) marca de la casa, tal como hizo con Hüsker Dü y con los siempre reivindicables Sugar.



Y ojo a ese pequeño paréntesis de Sugar, ya que Copper Blue regaló a Mould la sorpresa de entrar en la autopista de las listas de éxito (New Musical Express llegó a elegirlo como el mejor álbum de 1992) después de un intenso y prolífico lustro con la banda de nombre enigmático circulando por las sinuosas carreteras secundarias del rock alternativo.



Hüsker Dü se convirtió en uno de los abanderados del rock alternativo en los 80 (con permiso, claro, de los primerizos REM, los incombustibles Sonic Youth, Pixies y hasta Jane’s Addiction), con discos que sacudían tópicos (con Zen Arcade al frente) y explotaban como la mezcla perfecta entre la grandilocuencia y la experimentación de los 70, la eclosión efímera y autoinmolada del punk y el punto melódico y rozando la horterada (y eso es un elogio) de los 80.



 



Bob Mould 2014 / Anti

Años después Silver Age (del 2012) fue capaz de superar la imagen, y hasta ironizar con ella, que Mould siempre había ofrecido de músico maldito, aunque el otrora despeinado compositor de rostro post-púber nos observa agazapado tras una barba canosa y una, digamos, frente generosa, pareciendo incluso uno de esos testigos de un asesinato protegidos por el FBI, ya que su aspecto físico nada tiene que ver.



En Silver Age (quizá refiriéndose a su entrada en la cincuentena), Mould se cabrea contra la hipocresía de la fama en el rock; se reivindica como “nunca demasiado viejo para contener mi rabia”; nos recuerda que ya no quiere cantar “esa canción que daba esperanzas a alguien”; busca melodías puras; se enfrenta a tormentas vitales, y hasta se acuerda de miedos infantiles y de himnos que han ido paseando por su mente.



Leer los agradecimientos en el libreto de un disco (a ver niños, son esas páginas de papel que acompañan los vinilos o los cedeses que algunos todavía compran o tienen por casa) suele explicar muchas cosas acerca de él.



Mould, de forma especial, da las gracias al ex-Nirvana Dave Grohl y a la família Foo Fighters (de hecho, colaboró con ellos en el disco y la gira de Wasting Light), cerrando el círculo como un bucle casi perfecto.



Mould es uno de los padrinos espirituales de los Pixies y estos, de Nirvana, la trilogía ideal para expresar la evolución de la rabia musical de fin de siglo, con propuestas que no llegaban a ser rock, no llegaban a ser punk, no llegaban a ser hardcore, y bebían de todas esas fuentes, basándose en el equilibrio loud, quiet, loud que caracterizó a los duendecillos bostonianos o a la banda que, sin quererlo, abanderó el grunge que vino del frío y se abrigó con camisas de leñador.



 



Matt Dillon con una camiseta de Hüsker Dü



A estas alturas nadie puede pedirle a Mould que reproduzca la angustia juvenil que se respiraba con Hüsker Dü ni el factor sorpresa que supuso la (corta) vida de Sugar, pero el décimo álbum en solitario de este gurú alternativo nos invita a subir el volumen (hasta el 11 si hace falta, como harían Spinal Tap), a dejarnos envolver por riffs vitamínicos y a confirmar que si Matt Dillon lucía en Beautiful girls una camiseta de la banda de nombre noruego, por algo sería.



 



The Descent (Silver Age), Bob Mould (2012)



http://youtu.be/8MdhsCeasBQ



 



Star Machine (Silver Age), Bob Mould (2012)



http://youtu.be/fgHmTcYqWts



 



If I can’t change your mind (Copper Blue), Sugar (1992)



http://youtu.be/aHnFIaLp_ys



 



Something I learned today (Zen Arcade), Hüsker Dü (1984)



http://youtu.be/FBTN0xEA05w?list=PL2XWtep6uNIQpjvFP9Rc-D-xNddO6Coz5


 

 


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