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John Knox y la Declaración de Barmen, caminos afines

En 2014 se conmemoraron dos fechas que marcaron la historia: los 500 años del nacimiento de John Knox, fundador del presbiterianismo, y los 80 de la Declaración de Barmen, importantísimo documento de oposición religiosa y teológica al nazismo en Alemania.

GINEBRA VIVA AUTOR Leopoldo Cervantes-Ortiz 02 DE ENERO DE 2015 14:55 h
John Knox

Entre las conmemoraciones obligadas de 2014, no pueden dejarse de lado dos fechas que, en su momento, marcaron de manera determinante, el acontecer de sus circunstancias históricas: los 500 años del nacimiento del reformador escocés, John Knox, fundador del presbiterianismo, y los 80 de la Declaración de Barmen, importantísimo documento de oposición religiosa y teológica al totalitarismo hitleriano en Alemania. En estricto sentido, existe una clara conexión entre ambos acontecimientos, pues en ambos se deja ver la impronta de lo que Paul Tillich denominó el “principio protestante”, es decir, la afirmación inexcusable de la supremacía de la obediencia a los designios divinos por encima de cualquier orgullo, capricho o imposición oficial así sea la de una iglesia autonombrada “protestante”. Knox, por el empeño de lograr que Escocia se librase definitivamente del yugo católico-romano, y la llamada “Iglesia Confesante” alemana, al afirmar la fidelidad únicamente a Jesucristo, se ubicaron en la misma trinchera.



 



I



Reconocido como representante de la fe reformada en las islas británicas, Knox figura al lado de Calvino, Farel y Beza en el Monumento Internacional de la Reforma, en Ginebra, y aunque no goza de la fama del primero de ellos, su labor ha sido sintetizada en las clásicas palabras de su oración: “Señor, dame a Escocia o me muero”, “no una arrogante demanda sino la apasionada súplica de un hombre que prefería morir en aras de la predicación puara del Evangelio y la salvación de sus compatriotas”.[1] Su vida quedó marcada por el tiempo que pasó cerca de Juan Calvino (en 1554 y entre 1556 y 1558, cuando pastoreó una congregación de habla inglesa que se reunía en el Auditorio del autor de la Institución de la religión cristiana). Sus palabras sobre la enseñanza calviniana son sumamente elogiosas: “No temo ni me avergüenza decir que es la escuela más perfecta de Cristo que alguna vez ha habido en la tierra desde los días de los apóstoles. En otros lugares confieso que Cristo es predicado verdaderamente, pero modales y religión tan sinceramente reformados, todavía no he visto en ningún otro lugar...”.[2]



 



Los demás detalles biográficos, no muy conocidos por el gran público, evidencian la constancia y coraje con que asumió la tarea de instaurar en su país los valores y las prácticas de la tradición protestante. No se conoce la fecha exacta de su nacimiento en Haddington, pero se sabe “que estudió Saint Andrews, probablemente bajo el conciliarista John Major, y fue ordenado sacerdote en 1536. Thomas Guillaume lo convirtió al protestantismo, y posteriormente siguió bajo la influencia de John Rough y George Wishart”.[3] En Saint Andrews, adonde se estableció en 1547, fue llamado como predicador. Cuando el castillo cayó, fue enviado a Francia y estuvo como peón de galeras durante 19 meses. Durante esa etapa escribió un sumario del compendio de Henry Balnave sobre teología protestante, donde mostró su aceptación de la doctrina luterana de la justificación. Al ser liberado, en 1549, marchó a Inglaterra, donde estuvo hasta 1554. Allí predicó en Berwick y fue capellán de Eduardo VI. “Simultáneamente criticó los detalles de la organización eclesiástica inglesa y aprobó en lo general el clima religioso de la Inglaterra eduardiana. El ascenso de la católica María Tudor al trono inglés trajo muchos cambios. En pocos meses, los acontecimientos lo orillaron al exilio (enero de 1554). Desde entonces hasta la deposición de María Estuardo en Escocia, casi 30 años después, se preocupó básicamente por los problemas del ‘cristiano fiel’ confrontado por la ‘idolatría’ (es, decir, el catolicismo) y sobre todo por los problemas originados por un soberano ‘idólatra’”.[4] Ésa sería su gran obsesión: combatir la idolatría en todas sus formas, lo que lo condujo irremediablemente a la resistencia política.



 



En el exilio, Knox pasó por Dieppe (Francia), Ginebra y Frankfurt, y viajó por Escocia. Pastoreó varias congregaciones de exiliados y escribió intensos contra el catolicismo, “estableciendo las responsabilidades de los protestantes que vivían en tierras católicas y urgiendo a los fieles a derrocar a sus gobernantes idólatras (católicos)”. También participó en la edición de la Biblia de Ginebra (1560)realizada para el público anglosajón y con notas teológicas. Volvió a Escocia en mayo de 1559, año en que fundó la Iglesia de Escocia (o presbiteriana). “Como líder del partido protestante, se dedicó a predicar [sobre todo en St. Giles, el púlpito más influyente de Edimburgo] y a conseguir tropas y dinero por parte de Inglaterra. Después de la muerte de la regenta María de Guisa, Knox y otros redactaron la Confesión Escocesa que aprobaría el Parlamento. Se abolió la autoridad papal y la celebración de la misa quedó como ilegal. Con otros cinco autores escribió el Libro de Disciplina (1560), que delineaba una sociedad cristiana ideal”.



 



Knox planeaba utilizar la “Comunidad [Commonwealth] Cristiana” como el principal instrumento para restaurar la pureza de la religión de Escocia. “Consideraba dicha comunidad como un país en el cual los poderes civil y eclesiástico cooperarían para cultivar lo que él veía como la ‘religión verdadera’. Aceptó la idea de que el gobierno tenía la responsabilidad de establecer la ‘religión verdadera’ y abolir todo lo contrario a ella”.



 



Knox nunca se vio a sí mismo como un teólogo académico o teórico de la política. Su vocación era predicar el Evangelio y, si escribió, lo hizo en respuesta a problemas concretos. Los seis volúmenes de sus obras reunidas pueden leerse y descargarse en el sitio: https://archive.org/search.php?query=works%20of%20john%20knoxEn www.johnknox500.com hay un resumen de las actividades realizadas por este aniversario.



 



II



 



Declaración de Barmen.

La Declaración de Barmen, por su parte, es un documento redactado por representantes de las iglesias luterana, reformada y unida (aunque siempre se ha señalado el papel desempeñado por el teólogo suizo Karl Barth[5]) que constituyeron el primer Sínodo Confesional de la Iglesia Evangélica Alemana en Wuppertal-Barmen, entre el 29 y el 31 de mayo de 1934. Fue adoptada de manera unánime para contrarrestar los errores de los llamados “Cristianos Alemanes” y los intentos de la Iglesia gubernamental del Reich “para establecer la unidad de la Iglesia Evangélica Alemana mediante la falsa doctrina, por el uso de la fuerza y de prácticas poco sinceras”. Llegó a ser la base teológica de la comúnmente llamada Iglesia Confesante. Fue el punto de partida de otros sínodos realizados en Dahlem (1934), Augsburg (1935) y Bad-Oeynhausen (1936).[6] Fue vinculante para el consejo de la Iglesia de los Hermanos y administración en la conducción de la lucha contra la iglesia del Reich y los comités eclesiásticos nombrados por el gobierno. La mayor parte de las iglesias luteranas y unidas de Alemania la han incorporado con diversos grados de autoridad, la Iglesia Presbiteriana Unida de Estados Unidos la incluyó en su Libro de Confesiones (1967, http://oga.pcusa.org/media/uploads/oga/pdf/confessions-spanish.pdf) y la Presbiteriana-Reformada en Cuba la considera como un referente fundamental en su polémica Confesión de fe de 1977.



 



Participar en este Sínodo le costaría a Barth su expulsión de Alemania, como lo refiere Sergio Rostagno: “En 1934 el régimen exige a los profesores universitarios un acto de fidelidad. Barth se niega a hacerlo y es primeramente suspendido (26 de noviembre) y luego destituido (21 de junio de 1935), mientras sus escritos son prohibidos”.[7] Su amistad y colaboración con el pastor Martin Niemöller, líder visible de la resistencia eclesiástica, fueron inquebrantables. Según explica Cochrane, “el ‘Movimiento de fe de los Cristianos Alemanes’ deseaba unificar las 29 iglesias regionales en una iglesia estatal bajo el patrón de la Iglesia de Inglaterra, con un obispo a la cabeza. Asegurando permanecer en una ‘cristiandad positiva’, los ‘cristianos alemanes’ recriminaron al marxismo ateo, el Partido de Centro Católico, una misión a los judíos, el matrimonio mixto entre judíos y alemanes, el pacifismo, el internacionalismo y la masonería libre. Todo estaba basado en la creencia de que ‘la raza, la nacionalidad y la nación [son] órdenes de la vida concedidos y confiados por Dios’. El Movimiento Cristiano Alemán representó un sincretismo de la fe cristiana y la ideología nacional-socialista de Hitler”.



 



El Sínodo de Barmen no calificó sus seis artículos como una confesión de fe sino como una explicación teológica de la situación presente en la iglesia. Como afirmó explícitamente: “No fue nuestra intención fundar una nueva iglesia o formar una unión”. Por el contrario: “Precisamente debido a que queremos ser y permanecer fieles a nuestras diversas confesiones, no podemos guardar silencio”. Por otro lado, “Estamos unidos por la confesión del único Señor de la única, santa, católica y apostólica iglesia” y “confesamos las siguientes verdades”. Así, Barmen confesó su intención de declarar la correcta comprensión de las confesiones de la Reforma en una situación concreta”.



 



Otro de sus redactores, Hans Asmussen (junto a Barth y Thomas Breit) expresó, en su discurso sobre la Declaración: “Levantamos una protesta contra el mismo fenómeno que ha estado preparando lentamente el camino para la devastación de la iglesia por más de 200 años. Porque sólo hay una relativa diferencia si —junto a la Sagrada Escritura en la iglesia— se colocan los acontecimientos históricos o la razón, la cultura, sentimientos estéticos, de progreso u otros poderes para imponerse sobre la iglesia”.[8]



 



La relevancia de la Declaración, discutida en diversos tonos y momentos la ha sintetizado Richard Andrew como sigue:



 



La Declaración de Barmen ha llegado a simbolizar la liberación de la Iglesia para oír el Evangelio. Es, como Carl Braaten lo describe, una proclamación emancipatoria (Christian Dogmatics, vol. 1, p. 52). […] La Iglesia, con invariable regularidad, ha comprometido su testimonio a través de alianzas subrepticias y poco santas con agendas no teológicas. Barmen ha provisto un paradigma para posteriores respuestas a situaciones de crisis. Desde la resistencia que representó el nazismo y el rechazo de lealtad y adoración a cualquier otro que no sea el Señor resucitado, la Declaración de Barmen ha provisto inspiración a otras iglesias a través del mundo en la expresión confesional de oposición a la opresión, al menos en el documento Kairós en el cual los líderes de la Iglesia de Sudáfrica expresaron su oposición al apartheid y, más recientemente, la declaración de los cristianos palestinos.[9]



 



Karl Barth y Martin Niemöller



He aquí el texto completo de la Declaración:



 



Prólogo



Nosotros, los delegados de iglesias luteranas, reformadas y unidas, de sínodos libres, de “jornadas de la iglesia” y de “círculos parroquiales”, reunidos para formar la asamblea sinodal confesante de la Iglesia Evangélica Alemana, declaramos que juntos nos afirmamos sobre la base de la Iglesia Evangélica Alemana como una federación de las iglesias confesantes alemanas. Lo que nos une es la profesión del único Señor de la Iglesia, la cual es una, santa, universal y apostólica.



 



Declaramos públicamente delante de todas las iglesias evangélicas de Alemania que la confesión en común de esta fe y, por consiguiente la unidad de la Iglesia Evangélica Alemana, están en gravísimo peligro…



Siendo miembros de iglesias luteranas, reformadas y unidas, podemos y debemos hoy hablar juntos en esta causa. Precisamente porque queremos ser y permanecer fieles a nuestras diversas confesiones, no podemos callarnos, ya que creemos que en un momento de calamidad e inseguridad común, nos ha sido puesta en la boca una palabra en común.



Encomendamos a Dios lo que esto significará para la relación entre las iglesias confesionales. …Haciendo frente a los errores de los “Cristianos Alemanes” y del gobierno actual del Reich que causan estragos en las iglesias y también despedazan la unidad de la Iglesia Evangélica Alemana, profesamos las siguientes verdades evangélicas:



 



I



“Yo soy el camino, la verdad y la vida. Solamente por mí se puede llegar al Padre” (Juan 14,6). “En verdad les digo, el que no entra por la puerta del corral de las ovejas, sino que se mete por otro lado, es ladrón y bandido… Yo soy la puerta; el que entre por mí, será salvado” (Juan 10,1.9).



 



Jesucristo, según el testimonio que de él tenemos en la Sagrada Escritura, es la única palabra de Dios. A ella sola debemos escuchar, en ella sola debemos confiar y obedecerla en la vida y en la muerte.



 



Rechazamos la falsa doctrina según la cual, además y junto a esta una y única palabra de Dios, la iglesia podría y debería admitir como fuente de su proclamación otros acontecimientos y potencias, otras personalidades y otras verdades como si fueran también revelación de Dios.



 



II



“Pero Dios mismo… ha hecho también que Cristo sea nuestra sabiduría y que por medio de Cristo seamos puestos en la debida relación con Dios, consagrados a él y salvados” (1º Corintios 1.30).



 



Así como Jesucristo es la expresión del perdón de Dios de todos nuestros pecados, del mismo modo es él la expresión del derecho de Dios sobre toda nuestra vida. Por medio de él experimentamos una gozosa liberación de todas las ataduras ateas de este mundo para un servicio libre y agradecido a todas sus criaturas.



 



Rechazamos la falsa doctrina según la cual habría ámbitos en nuestra vida en los cuales no perteneceríamos a Jesucristo sino a otros soberanos, ámbitos éstos en los cuales no necesitaríamos la justificación por él realizada.



 



III



“Más bien, hablando la verdad en un espíritu de amor, debemos crecer en todo hacia Cristo, que es la cabeza del cuerpo. Y por Cristo el cuerpo entero se ajusta y se liga bien” (Efesios 4.15­16).



 



La iglesia cristiana es la comunidad de hermanos en la cual Jesucristo actúa como su Señor presente en la palabra y los sacramentos por medio del Espíritu Santo. Ella, como Iglesia de pecadores reconciliados, debe dar testimonio en este mundo pecador, tanto por medio de su fe como por medio de su obediencia, por su mensaje como por su disciplina, de que sólo pertenece a él, que sólo vive y desea vivir de su consuelo y orientación en la esperanza de su venida.



 



Rechazamos la falsa doctrina según la cual la Iglesia podría dejar librada la expresión concreta de su mensaje y de su estructura a su conveniencia o a la mutación de las convicciones ideológicas y políticas reinantes en tal o cual momento.



 



IV



“Como ustedes saben, entre los paganos los jefes gobiernan con tiranía a sus súbditos, y los grandes hacen sentir su autoridad sobre ellos. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que entre ustedes quiera ser grande, deberá servir a los demás” (Mateo 20.25­26).



 



Los diferentes ministerios de la Iglesia no son causa del dominio de unos sobre otros, sino el desempeño del servicio que le ha sido encomendado y confiado a toda la comunidad eclesial.



 



Rechazamos la falsa doctrina según la cual, aparte de este servicio, la Iglesia tendría poder y autoridad para darse o aceptar autoridades especiales dotadas de atributos o de dominio.



 



V



“Reverencien a Dios, respeten al emperador” (1ª Pedro 2.17).



 



La Escritura nos dice que, de acuerdo al mandato divino, el Estado tiene el deber de preocuparse conforme al mejor saber y entender humano, y aun con amenaza y aplicación de la fuerza, por el derecho y la paz en este mundo todavía no redimido, en el que también se encuentra la Iglesia. La Iglesia reconoce con gratitud y respeto a Dios el beneficio de estas instituciones suyas; rememora el reino de Dios, el mandamiento y la justicia de Dios, y de este modo la responsabilidad de los gobernantes y de los gobernados. Confía y obedece la fuerza de la palabra por medio de la cual Dios sostiene todas las cosas.



 



Rechazamos la falsa doctrina según la cual el Estado, por encima de su competencia específica, podría llegar a ser el orden único y total para la vida humana y por lo tanto pretender cumplir la misión de la iglesia.



 



Rechazamos la falsa doctrina según la cual la Iglesia, por encima de su mandato especial, pudiera y debiera apropiarse de la modalidad de las tareas específicas y la dignidad del Estado y convertirse así ella misma en un órgano estatal.



 



VI.



“Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28.20).



“Pero el mensaje de Dios no está encadenado” (2ª Timoteo 2.9).



 



La misión de la Iglesia, en la cual se funda su libertad, consiste en proclamar, en lugar de Cristo, o sea, al servicio de su propia palabra y obra, el mensaje de la libre misericordia de Dios a todos los pueblos por medio de la predicación y los sacramentos.



 



Rechazamos la falsa doctrina según la cual la Iglesia, dejándose llevar por autosuficiencia humana, podría poner la palabra y obra de Jesucristo al servicio de deseos, objetivos y planes arbitrariamente elegidos.



 



Epílogo



La asamblea sinodal confesante de la Iglesia Evangélica Alemana, declara que ve en el reconocimiento de estas verdades y en el rechazo de aquellas falsas doctrinas, la ineludible base teológica de la Iglesia Evangélica Alemana, como unión de las iglesias confesantes. Ella llama a todas las iglesias que puedan adherirse a su declaración a tener en cuenta en sus decisiones político­eclesiásticas estas razones teológicas. Ruega a todos los que son afectados, que regresen a la unidad de la fe, del amor y la esperanza.



 



Barmen, 29 al 31 de mayo de 1934



(www.lareconciliacion.cl/spanisch2/ielch/DECLARACIONBARMEN.pdf)



 



[1] Burk Parsons, “Give me Scotland, or I die”, 1 de marzo de 2014, www.ligonier.org/learn/articles/give-me-scotland-or-i-die/



[2] Cit. Por W. Stanford Reid en Trumpeter of God. Nueva York, Charles Scribner’s Sons, 1974, p. 132.



[3] Richard G. Kyle, “John Knox”, en D. McKim, ed, Encyclopedia of Reformed Tradition. Louisville-Edimburgo, Westminster John Knox Press-Saint Andrew Press, 1992, p. 208.



[4] Idem.



[5] Cf. Georges Casalis, Retrato de Karl Barth. Buenos Aires, Methopress, 1966, pp. 38-40.



[6] Arthur C. Cochrane, “Theological Declaration of Barmen”, en Donald McKim, op. cit., p. 25.



[7] S. Rostagno, Karl Barth. Trad. de C. Ruiz-Garrido. Madrid, San Pablo, 2006 (Teólogos del siglo XX, 4), p. 24. Cf. Daniel Cornu, “Barmen et l’Eglise Confessante”, en Karl Barth et la politique. Ginebra, Labor et Fides, 1968, pp. 39-48.



[8] A.C. Cochrane, op. cit.



[9] R. Andrew, “Vigencia de la Confesión de Barmen”, en http://karlbarthenlatinoamerica.blogspot.mx/2010/11/vigencia-de-la-confesion-de-barmen-por.htmlCf. Wenceslao Calvo, “Desobedecer la autoridad”, en Protestante Digital, 11 de mayo de 2007, http://protestantedigital.com/blogs/2420/Desobedecer_la_autoridady Héctor Vall, Iglesias e ideología nazi. El Sínodo de Barmen (1934). Salamanca, Sígueme, 1976 (Materiales, 12).


 

 


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COMENTARIOS

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Respondiendo a

Pablo Quezada S.
04/01/2015
17:48 h
2
 
Creo que si en Alemania hubiese existido al tiempo una iglesia unida en torno a las convicciones de los reformadores, ni Hitler ni la tromba de desorientados que se hicieron con el poder en diferentes capitales europeas, hubiesen tenido la más mínima oportunidad de opacar, hasta hoy, el futuro de tantos. El liberalismo teológico campaba a sus anchas en seminarios y facultades, hoy su hijo natural: el ecumenismo.
 
Respondiendo a Pablo Quezada S.

Pepico
03/01/2015
22:05 h
1
 
Solo una tercera parte del clero protestante alemán apoyó a la “iglesia confesional”. Y de esa tercera parte, no todos se opusieron activamente a Hitler. La oposición de quienes rehusaron apoyarle fue interpretada por Hitler como una oposición de la Iglesia en su conjunto. El libro Der deutsche Widerstand 1933-1945 (La resistencia alemana, 1933-1945) sostiene que fue así como se le atribuyó a la iglesia luterana una postura de oposición política que ella misma no había elegido.
 



 
 
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