"Greene y Mauriac me enseñaron que la pintura del mal, con todo y su pesimismo y su crudeza y su desgarramiento, alude más a Dios y a su gracia que las pinturas apologéticas de la novelista piadosa".
El padre Farías hablaba de la resignación cristiana:
Dios vino al mundo, queridos hermanos, para enseñarnos a soportar las penas de la vida y para decirnos que allá en el cielo recibiremos la recompensa de su amor. Por eso, con una gran fe en Dios y en su madre santísima debemos aceptar las desgracias y tolerar nuestros sufrimientos confiados siempre en la promesa divina de esa vida perdurable que él nos vino a anunciar.
—¡Mentira! —Un trueno estalló en el sagrado recinto. La voz potente de Jesucristo Gómez hizo abrir de golpe los ojos de quienes dormitaban aburridos y giró cabezas hacia la orilla izquierda del presbiterio. [...] —¡Dios no vino a eso! —prolongó su grito Jesucristo Gómez. […]
—Dios vino a proclamar la libertad a los cautivos, a dar la vista a los ciegos y la libertad a los oprimidos. Eso dice el Evangelio.[1]
V.L., El evangelio de Lucas Gavilán
Un estudio sobre la figura de Jesucristo en la literatura de habla hispana del siglo XX, resume bien las características principales de El evangelio de Lucas Gavilán: “…es un relato imaginativo con finalidad didáctica, una novela que actualiza mediante situaciones reconocibles o verosímiles, utilizando un lenguaje desenfadado proveniente del mundo de los marginados, los episodios de la vida de Jesús contados por el evangelista Lucas. Escrita en forma de secuencias, la biografía de Jesucristo Gómez se va tejiendo al hilo de los epígrafes evangélicos como un personaje actual, comprometido socialmente, amigo de los pobres, crítico sin contemplaciones, de un temple admirable y de una entereza ética a toda prueba”.[2] En efecto, esta novela, mediante un intenso ejercicio de intertextualidad, monta su trama sobre la historia del evangelio de Lucas para desdoblar la figura de Jesús de Nazaret en la del hijo de un albañil que, en una barriada mexicana, reproduce fielmente cada estación de la vida del maestro galileo. Dicho estudio agrega: “La figura de Jesucristo Gómez va cobrando fuerza a lo largo de la narración y se va cotejando con la figura de Jesús de Nazaret. Como si Cristo hubiera regresado a la tierra y cumpliera una misión liberadora entre los más oprimidos por la sociedad”.[3]
En esa línea, hay que afirmar que esta novela es hija directa de la teología de la liberación, pero con la salvedad de que el empeño literario rebasa con creces los alcances de dicha corriente de pensamiento, tan en boga en el año en que se publicó (1979).[4] El propio autor enuncia su filiación ideológica en la carta-prólogo que emula las palabras dirigidas por el evangelista Lucas al real o ficcional lector Teófilo: “…no obstante los obstáculos insalvables que me acosaban, decidí intentar mi propia versión narrativa impulsado por las actuales corrientes de la teología latinoamericana. Los estudios de Jon Sobrino, de Leonardo Boff, de Gustavo Gutiérrez y de tantos otros, pero sobre todo el trabajo práctico que realizan ya numerosos cristianos a contrapelo del catolicismo institucional, me animaron a escribir esta paráfrasis del Evangelio según San Lucas buscando, con el máximo rigor, una traducción de cada enseñanza, de cada milagro y de cada pasaje al ambiente contemporáneo del México de hoy desde una óptica racional y con un propósito desmitificador”.[5]
He aquí la estirpe literaria e ideológica de la novela de Leñero: un intento por contextualizar y encarnar en México el Evangelio liberador de Jesucristo guiado por la óptica de la relectura. Carro Celada concluye muy bien, : “El Evangelio está traducido con envidiable creatividad argumental, y sensibilizados con acierto, soltura expresiva y buenas dosis de humor muchos de sus episodios”.[6] Y añade una observación aguda sobre el método y el estilo que evidencian la opción religioso-teológica elegida por el autor. “Hay numerosas apuestas secularizadoras que distancian la situación novelesca de su referente evangélico, y algunos simbolismos a propósito de los milagros, forzados y en exceso desvaídos, por más que se quieran disculpar con esa opción racional y desmitificadora que se ha propuesto el autor…”.[7] Para Leñero, todo este esfuerzo literario es, eminentemente, una “traducción”. Marco Antonio Campos, en otro ejercicio de intertextualidad, reseñó la novela en el mismo estilo que Lucas-Leñero al presentar su trabajo narrativo como fruto de una sólida investigación de los hechos y lo ubica en el marco del resto de su obra narrativa:
Estimado Teófilo:
El tercer evangelio que Vicente Leñero recrea ahora, paso a paso, en su última novela, fue escrito hacia el 62 de nuestra era por un médico de nombre Lucas, que según el historiador Eusebio de Cesárea, procedía de Antioquía de Siria. […] El evangelio, redacto en impecable estilo, te lo dedicó, a fin de que conocieras la verdad de lo que has sido informado, y ahora a Vicente Leñero, vaya se le ocurre volvértelo a dedicar, al escribir esta paráfrasis donde —dice— ha buscado “con el máximo rigor una traslación de cada enseñanza, de cada milagro y de cada pasaje al ambiente contemporáneo del México de hoy […] Vicente Leñero, hombre a la “izquierda de Dios”, y si dudas, puedes consultar, leer o releer novelas o piezas teatrales, de las que te recomiendo, concretamente, Los albañiles (novela y drama), pasajes de El garabato, Redil de ovejas, Pueblo rechazado y El juicio. Te aseguro que no te aburrirás o cansarás, porque Leñero, en mi criterio, es el narrador mexicano de calidad más ameno y que, además —casi coincido con el crítico Eduardo Mejía—, no tiene novela mala.[8]
Para Campos, “lo encomiable de esta novela es el rápido —y a veces vertiginoso— ritmo narrativo en que está escrita”. Y se dirige a Teófilo: “En fin, te insisto, no tendrás de ningún modo problemas con la fuerza de gravedad: los libros de Leñero no son de material pétreo y no hay riesgo de que caigan de las manos”. Leñero, el periodista, se sirvió ampliamente de su oficio para desarrollar la historia con una solvencia envidiable. Theodor Ziolkowski, en un estudio ya clásico, desarrolló el concepto de “biografía ficcionalizante” y lo aplicó a una enorme cantidad de obras empeñadas en recrear la figura de Jesús.[9] Samuel Lagunas, en diálogo crítico con este autor, arriesga una caracterización diferente y da un salto cualitativo en su interpretación de orden teológico incluso: “El evangelio de Lucas Gavilán no es una biografía ficcionalizante porque establece una distancia clara entre Jesucristo Gómez y Jesús de Nazaret al mismo tiempo que sitúa a los personajes en una cultura distinta en el tiempo y en el espacio a la cultura judía de los primeros años de nuestra era. La novela no posee interés en representar una vez más al Jesús histórico pero sí busca recuperar el sentido de sus acciones en la historia desde un nuevo horizonte de interpretación, optando por representar la humanidad de Cristo antes que su divinidad”.[10]
Con esta novela, Leñero logró concretar el proyecto que desde muy joven lo atormentó como escritor creyente al asumir las lecciones de algunos de sus maestros: mostrar la existencia humana en todo su dramatismo sin ánimo de convertir a la fe, necesariamente, a nadie, aunque sin renunciar a introducir la manera en que el Evangelio de Jesucristo puede y debe enredarse con las diversas realidades. Así lo expresó en 1999:
No es cosa de ponerme a detallar mi itinerario de aprendiz de novelista católico. Yo mismo me pasmo ahora al recordar mis absurdos prejuicios ante el bisturí que no me atrevía a clavar y a deslizar sobre la vida. No me atrevía con nada. No me atrevía con el lenguaje, porque el lenguaje que mis primeras historias exigían estaba cargado de palabrotas, irreverencias, blasfemias, obscenidades. No me atrevía con el lenguaje, porque mis primeras historia exigían estaba cargado de palabrotas, irreverencias, blasfemias, obscenidades. No me atrevía con las situaciones, porque en le reproducción de cualquier situación verosímil salían a partir su lugar las pasiones, el sexo, la maldad. […]
Greene y Mauriac me enseñaron que la pintura del mal, con todo y su pesimismo y su crudeza y su desgarramiento, alude más a Dios y a su gracia que las pinturas apologéticas de la novelística piadosa. No era verdad que el escritor cristiano estuviera expulsado de la literatura universal ni tuviera prohibido el ejercicio de la novela; desde siempre estaba llamado a ella, pero no en su dudosa calidad de apóstol, sino en el papel de testigo, incluso de profeta. La capacidad del cristiano como observador imparcial de la realidad, merced justamente a su innata posición de corresponsable, le permite mejor que a muchos otros acometer la realidad sin temores, sin aspavientos, sin falsos intentos para mejorar lo que está fuera de su alcance. El no juzgarás del cristianismo, el mandamiento del amor por delante de la búsqueda de la justicia, esa profunda libertad para decir, para pensar, para escribir, que proporciona el sentimiento de filiación con Dios, son todas características –se podría decir exigencias− de cualquier preceptiva novelística. El cristiano tiene como ley moral de su condición la misma ley moral que rige al novelista de su oficio.[11]
[1] V. Leñero, El evangelio de Lucas Gavilán. México, Seix Barral, 1979 (Nueva narrativa hispánica), pp. 65, 66.
[2] J.A. Carro Celada, Jesucristo en la literatura española e hispanoamericana del siglo XX. Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1997 (BAC 2000, 12), p. 139.
[3] Idem.
[4] María de las Nieves Pinillos no incluye la novela de Leñero en su revisión sobre “Repercusión de la teología de la liberación en la narrativa iberoamericana”, Cuadernos Americanos, nueva época, año II, vol. 6, núm. 12, noviembre-diciembre de 1988, pp. 60-68.
[5] V. Leñero, El evangelio…, pp. 11-12.
[6] J.A. Carro Celada, op. cit.
[7] Idem.
[8] M.A. Campos, “Hacia el evangelio de Lucas Gavilán”, en Proceso, núm. 67, 12 de enero de 1980, http://hemeroteca.proceso.com.mx/?page_id=278958&a51dc26366d99bb5fa29cea4747565fec=127774&rl=wh.
[9] T. Ziolkowski, La vida de Jesús en la ficción literaria. Caracas, Monte Ávila, 1982.
[10] Samuel Lagunas, El hombre en el camino. Análisis e interpretación de El evangelio de Lucas Gavilán. Tesis de licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas, México, UNAM, 2002, pp. 35-36.
[11] V. Leñero, “Artículo de fe. Apuntes para la autobiografía religiosa de un novelista”, en Cuentos de la fe cristiana. México, Jus, 1999, pp. 9-10, 13.
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