Resulta sorprendente, casi dos siglos después de que se encendiese la luz, que se nos fundan los plomos a las primeras de cambio y seamos abducidos por las modas más estúpidas que uno pueda imaginarse.
El ser humano es un auténtico misterio. Su mecanismo biológico ha sido desentrañado con eficacia pero sus vericuetos psíquicos constituyen aún un laberinto cuyos rincones conocidos cambian de denominación cada cierto tiempo, mientras que los desconocidos abren la puerta a todo tipo de supercherías.
Nuestro comportamiento, derivado de nuestro psiquismo, revela en muchas ocasiones unos niveles de inmadurez preocupantes.
Los dos párrafos anteriores, querido lector, tienen como fin revestir el presente artículo de cierto tono intelectual pues el objeto del mismo es de lo más vulgar, como se comprobará con un poco de paciencia.
Resulta sorprendente, casi dos siglos después de que se encendiese la luz, que se nos fundan los plomos a las primeras de cambio y seamos abducidos por las modas más estúpidas que uno pueda imaginarse.
Es imposible hallar una explicación racional al compulsivo deseo que le ha entrado a todo el mundo de echarse un cubo de agua fría por encima para anunciar que va a donar cierta cantidad de dinero a la lucha contra tal o cual enfermedad. Con su consiguiente filmación en video para ser colgada en las redes sociales, al lado de atrabiliarias grabaciones del mismo cariz y con fin semejante.
Aquello de que, a la hora de manifestar compasión con evidencia crematística de por medio, la mano derecha no debería saber lo que hace la izquierda se ha transformado en la necesidad de cerciorarnos de que entera todo el mundo, o al menos todo aquel que tenga una conexión a internet.
Jesucristo nos comparó con un rebaño, mostrando así las virtudes que nos deberían adornar: mansedumbre, humildad, docilidad... nos estaba llamando a ser como ovejas. Pero dudo mucho que fomentase un comportamiento de borregos. Y como no se trata de molestar a nadie, copiamos la acepción de la RAE que estamos empleando en este caso: “Hombre que se somete gregaria o dócilmente a la voluntad ajena”. Nada más lejos de mi intención que corregir a la RAE, aunque voy a hacerlo: yo añadariría una “y” antes de la “o”. Así: “Hombre que se somete gregaria y/o dócilmente a la voluntad ajena”. Y, ya puestos, matizaría: ““Hombre o mujer que se somete gregaria y/o dócilmente a la voluntad ajena”. No ha costado tanto y la cosa está niquelada, no me digan...
Y puesto que nos atrevemos con la RAE, ¿qué nos va a suponer dar un par de consejos para no caer en la categoría borreguil?:
Cada vez que sintamos la acuciante necesidad de imitar una conducta que se está extendiendo como la peste bubónica, por no poner la de moda, sería mejor que pensásemos de dónde proviene esa compulsión. Muchas veces se tratar de formar parte de algo que se presenta como divertido y que probablemente no tiene nada de malo en sí mismo, salvo el hecho de que de lado el criterio personal para irse a abrazar la estulticia de una forma tan inofensiva como evidente.
Los medios de comunicación de todo tipo iniciaron hace unos meses una campaña masiva de inhibición del pensamiento lógico, con un éxito impresionante. No solo pusieron de moda la vieja costumbre de sacarse fotos a uno mismo, sino que consiguieron que todo el mundo le llamase a eso “selfie” en lugar de autorretrato, que es como se llamaba, y se llama. Aquí el comportamiento aborregado se mezcló con la ignorancia supina y con el esnobismo al galope. El detonante fue una foto que, durante la gala de los Oscars, se tomó la presentadora Ellen DeGeneres con buena parte de los premiados, y que fue analizada hasta el último detalle por sesudos exégetas de la cosa, los cuales supuraron cientos de líneas sobre la imagen en cuestión. Como no había otra cosa sobre la que banalizar, el delirio “selfie” ocupó los mass media hasta la saciedad, si tal cosa fuese posible en entes de por si insaciables. Debido a que el asunto pilló a media humanidad con un smartphone en las manos, media humanidad se dedicó a hacerse autofotos y publicarlas y, lo que es peor, a llamarlas “selfies”.
Pero el colmo, aunque duela reconocerlo, fue lo de “el legado del Tibu”. Un paisano (de ahí el dolor) emigrado a Suiza, puso en marcha una iniciativa tan delirante como exitosa: se trataba de meterse en agua fría y subir una prueba gráfica a internet o bien pagar una cena con marisco. Unos seres iban nombrando a otros (ellos decían “nominar” porque lo habían oído en un programa divulgativo de televisión. Un programa que divulga la vulgaridad con tenacidad encomiable. Cierto que es correcto, aunque sería de espera un poco de coherencia y que se le llamase “nominate”)y se establecía una cadena de pringados/as en traje de baño. Volviendo al tema de “o te duchas o cena”. No existen registros de una sola persona que haya pagado la misma (lo cual indica que la gente tan tonta no es y que la mayoría sólo se lo hace). Sí, en cambio, hay noticias de desgracias acaecidas a algunos que se lanzaron a ríos o a mares. Por no citar las gripes y resfriados que se cobraron víctimas entre aquellos que no pudieron soportar mojarse porque otro los amenazaba con arruinar sus vidas hasta que pagasen una cena si no lo hacían. En fin.
Puedo decir sin pizca de orgullo que soy tan seguidor de las modas como cualquier ciudadano medio en sus cabales. Sin embargo, en la gloriosa década de los 80, fui un bicho raro, y esto sí lo digo con una pizca de orgullo. Recuerdo ir con otros compañeros de bichería a desgastar una tarde por las calles y cuestas de la cercana ciudad de Vigo. Por aquel entonces esta era el epicentro de la movida gallega, sede de grupos como Siniestro Total y Golpes Bajos y su nombre se escribía con uve de vanguardia.
Recién aparcada nuestra nave en un lugar apropiado, fuimos a mezclarnos con los vigueses y viguesas, vestidos de personas. Nos sorprendió verlos absolutamente agrupados en lo que se denominaba tribus urbanas.
Algunas de ellas eran facilmente identificables, otras nos llenaron de desasosiego. Pero ese era también el efecto que nuestro aspecto provocaba. Hasta el punto que, al cruzarnos con unos góticos, un espabilado nos espetó “¿vosotros... de qué vais?” con un tono en el que brillaban la curiosidad y la desconfianza. A la gente no le gusta que uno tenga su propia fe y en este mundo no hay mayor pecado que el de no seguir al abanderado. Esto cantaba Paco Ibáñez también en los 80, adaptando un texto de Brassens. Casi un octogenario, Ibáñez sigue dando conciertos, enganchado al mismo tipo de prédica. Suele atacar los efectos opiáceos del fútbol. A un señor que se ha ganado la vida musicando y difundiendo lo más granado de la poesía en lengua castellana habría que hacerle un poco de caso. El fútbol no es un sarampión, precisa, sino un cáncer para la humanidad.
No hay que afligirse, amigo entusiasta de la Roja o de la liga BBVA (con ese nombre ya está todo dicho). Todos seguimos, de una manera u otra, a algún flautista del Hamelín mediático. La cultura se nos presenta perfectamente liofilizada, etiquetada y envasada para un consumo que no comprometa más que a nuestro bolsillo. Se nos dice qué es lo que tenemos que leer, ver, visitar, apoyar en cada momento. No hay tratamiento oncológico, por seguir a Paco Ibáñez, más eficaz que seleccionar nuestro perfil de consumidor, sin esperar a que lo hagan por nosotros. En el hipermercado de la vida, por lo menos llevemos nosotros el carrito. Y hablamos de todo tipo de ámbitos: desde el religioso hasta el de las modas de corte de pelo.
A la hora de concebir este artículo, confieso haber tonteado con la idea de darle un enfoque sociológico. Así tendría aquí cabida una breve pero precisa, a la par que erudita, explicación de las motivaciones psicosociales que subyacen tras el comportamiento de grupo. El agobiante anonimato del urbanita, las necesidades de aceptación, integración y participación, etc, etc.
Lamentablemente, no tengo ni la más remota idea sobre el particular, por lo que lanzarse al pastiche parecía la mejor opción, y además resulta más entretenido. Habrá quien piense que tanta explicación, más que de un afán epistemológico, procede de una mala conciencia. Pues si, vamos justo de afanes espistemológicos, en cambio tenemos la conciencia hecha unos zorros. Y todo ello conduce a finalizar con una reflexión que es aplicable a más de un contexto.
A la dificultad para no seguir determinada senda sólo porque es transitada por la mayoría hay que añadir la extrañeza que generará dicho comportamiento. Para ser un outsider hay que tener cierta vocación y las ideas muy claras, de otro modo acabaremos siendo como todos aunque nominalmente nos situemos al márgen.
. Cantaba Sabina en el 84, retorciendo a Machado, “telespañolito que ves la tele, te guarde Dios, uno de los dos canales ?ha de helarte el corazón”. Ahora estamos conectados a cientos de canales que transmiten miles de mensajes. Pero el mensaje es el propio medio. Cuando está inteconectado con todo no estás comprometido con nada.
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