La relación matrimonial, en cambio, es única por una serie de características que le son propias, y es sin duda la más profunda y compleja que pueda darse entre dos seres humanos. Un extracto de "El significado del matrimonio", de Timothy Keller (Andamio, 2013).
Fragmento extraído del libro 'El significado del matrimonio' de Timothy Keller y Kathy Keller (Andamio, 2013). Puede saber más sobre el libro aquí.
¿CONSUMISMO O PACTO?
En total contraste con lo que es habitual en la sociedad actual, la Biblia insiste en que la esencia del matrimonio entraña un compromiso en mutuo y voluntario sacrificio, para beneficio de nuestra pareja. Eso significa que el amor es antes acción que emoción. Pero, al presentarlo en estos términos, se corre el peligro de caer en el error contrario, característico de muchas de las más antiguas y tradicionales sociedades.
Así, es posible ver el matrimonio como mera transacción social, una forma de cumplir con la obligación de cara a la tribu o al clan. Las sociedades tradicionales hacían de la familia el valor principal en la vida, por lo que el matrimonio no pasaba de ser un convencionalismo que redundaba en beneficio de los intereses familiares. Con un cambio total de mentalidad, la sociedad occidental hace de la felicidad personal la meta a alcanzar, por lo que el matrimonio pasa a ser en primer lugar una vivencia romántica.
Pero la Biblia ve a Dios como el verdadero bien supremo, antes que la familia o la persona. Lo que nos ofrece una visión del matrimonio que conjuga, en feliz unión, sentimientos y obligaciones, pasión y promesa. Y eso es así porque en la Biblia el matrimonio es contemplado como un pacto.
Las relaciones de consumo han sido una constante a lo largo de la historia. Pero ese tipo de relación dura únicamente en la medida en que la oferta satisface a la demanda. Si la competencia ofrece algo más atractivo, o a mejor precio, la relación cesa por falta de interés en el consumidor. Las necesidades personales están ahí siempre por encima de la relación.
Los acuerdos por mutuo interés vienen de muy antiguo, perpetuados por una serie de vínculos. En un pacto o acuerdo, lo ventajoso de la relación tiene preferencia sobre las necesidades inmediatas del individuo. Así, por ejemplo, un padre puede que no obtenga una gran satisfacción emocional de cuidar de su hijo pequeño.
Pero la sociedad ha estigmatizado siempre a los padres que se desentienden de cuidar a sus hijos por considerarlo una carga en exceso pesada o poco gratificante. La inmensa mayoría, sigue considerándolo una idea inaceptable. ¿Por qué razón? La sociedad continúa considerando que la relación entre padres e hijos es de pacto y no de consumo.
Los sociólogos sostienen al respecto que, en la sociedad occidental actual, el mercado de intercambio se ha visto completamente dominado por el modelo consumista, característico de las principales relaciones históricas de pacto, matrimonio incluido. Hoy día, mantenemos activa una relación mientras responda a nuestras necesidades y a un coste aceptable. Cuando la ganancia deja de existir, esto es, cuando la relación demande de nosotros más amor y apoyo de lo que obtenemos a cambio, “reducimos costes” de forma drástica dando por terminada dicha relación.
En cuanto que práctica bastante difundida, se la conoce también por “acomodación”, quedando reducidas las relaciones a mero intercambio económico, desapareciendo en su curso toda idea de pacto contractual. De hecho, la noción de pacto ha ido quedando relegada al olvido, pero la Biblia insiste en que es parte irrenunciable de la esencia del matrimonio, siendo, pues, inapelable dedicar un tiempo a analizarlo.
LA RELACIÓN VERTICAL Y LA RELACIÓN HORIZONTAL
La persona que lee la Biblia con atención, en seguida se da cuenta de la existencia de múltiples pactos, acordados en muy diversas formas y circunstancias. Los pactos que podríamos calificar de “horizontales” se suscribían en el ámbito humano. Los encontramos entre amigos (1 Samuel 18:3; 20:16) y también entre las naciones. Aun así, los pactos más importantes y destacados de toda la Biblia son de carácter “vertical”. Pactos suscritos por Dios con individuos a título personal (Génesis 17:2), y también con familias, y hasta con pueblos enteros (Éxodo 19:5).
La relación matrimonial, en cambio, es única por una serie de características que le son propias, y es sin duda la más profunda y compleja que pueda darse entre dos seres humanos. En Efesios 5:31, Pablo evoca la noción de pacto citando Génesis 2:24, que quizás sea el texto mejor conocido de todo el Antiguo Testamento en relación al matrimonio.
Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne.
En Génesis 2:22-25, encontramos la primera ceremonia de casamiento. En el original hebreo, el verbo que nosotros traducimos por “unir” tiene la fuerza de una auténtica fusión, de algo que, una vez unido, no es posible separar. En otros textos de la Biblia, ese término se aplica a la unión producida por un pacto, por una promesa vinculante o por un juramento formal.
¿Qué razones podemos aducir para afirmar que el matrimonio es el pacto más profundo que pueda establecerse en el ámbito humano? La principal de todas es que el matrimonio cuenta con características horizontales y también verticales. En Malaquías 2:14, se le dice al hombre que su esposa “es tu compañera, tu mujer según un pacto matrimonial” (cf. Ezequiel 16:8). Proverbios 2:17 dice de la mujer que se desvía de su marido que “ha abandonado al compañero de su juventud, olvidando el pacto suscrito ante Dios”. El pacto entre marido y mujer tiene lugar “ante Dios,” formando Él parte del mismo. Quebrantar el voto pronunciado afrenta a Dios por igual.
Esa es la razón de que tantas ceremonias de boda tradicionales incluyan preguntas de forma conjunta con los votos. Preguntas que se formulan, más o menos, en la siguiente línea:
¿Aceptas a esta mujer como legítima esposa? ¿Prometes amarla y honrarla en todo deber y servicio, y vivir con ella en fidelidad y en respeto, cuidándola según lo instituido por Dios en el santo vínculo del matrimonio?
A lo que el esposo deberá responder: “Sí, quiero” y “Sí, lo prometo”. Y nótese ahí que no están hablando entre sí. Los votos y las promesas se hacen delante del pastor responsable de la congregación, lo que en realidad supone hacerlo ante Dios más que entre sí. Sus votos y promesas suben en “vertical,” para luego reafirmarse en lo “horizontal”. Los contrayentes se oyen mutuamente ante Dios, y delante de sus respectivas familias, en el seno de la iglesia y en sujeción a las leyes terrenales, prometiéndose mutua lealtad y fidelidad. Establecido ese fundamento previo, se toman de la mano diciendo algo similar a lo que sigue:
Te tomo como mi legítimo esposo y prometo cumplir con mis votos ante Dios y ante los testigos presentes, y amarte y serte fiel tanto en la riqueza como en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, todos los días de nuestra vida.
Si imaginamos una casa en forma de A mayúscula, los laterales se encontrarían en el vértice superior, soportándose mutuamente. Pero el fundamento que la sustenta está en su base central. Así ocurre con la alianza establecida con Dios y ante Él por parte de los contrayentes. El matrimonio es el más profundo de los pactos humanos.
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