«Vivimos en una maravilla llena de horror», dijo Iker Jiménez al final de su discurso. Y creo que es una frase maravillosa para describir lo que viene ocurriendo desde Adán y Eva.
En Facebook tenemos una especie de club secreto que no podemos revelar abiertamente. Por medio de ese club secreto ya he conocido a otros cristianos a los que les gusta Milenio 3 y Cuarto Milenio y lo siguen cada semana. No podemos hablar mucho en público y nos solemos comunicar en clave. Para mí fue una enorme sorpresa y un gran alivio encontrármelos.
Hasta ese momento, como tantas otras cosas de la vida, lo llevaba oculto como una especie de pecado ignominioso, algo tan inconfesable que levantaba rubor y sorpresa entre los cristianoviejos solo con nombrarlo. «No sé por qué ve usted esas tonterías, señorita», me dijo una vez uno de ellos a la salida de una iglesia, metiéndose en una conversación privada, y me dejó tan sin palabras que tardé varios meses en encontrar una respuesta. Esta es la respuesta.
En realidad, para los que seguimos casi desde los principios el programa y al periodista, nos cuesta mucho entender que haya gente que tilde estos temas de tonterías, sea o no cristiano. Tonterías son un puñado de personas metidas en una casa siendo observadas las 24 horas del día haciendo el vago. Tonterías, a mi entender, es tener que saber qué diseñador hizo el último vestido de la reina, o si se ha cambiado de peinado. O el enésimo programa sobre cómo hacer cupcakes. O un político que dice una chorrada para provocar al de la competencia en horario de máxima audiencia y las conexiones en directo para saber qué va a contestar el ofendido. No son solo tonterías, sino que nos atrapan en una espiral de insustanciabilidad irreparable.
Pero hablar de misterios del alma humana, de experimentos científicos que rozan lo trascendental, del terror que provoca el mal en el ser humano, a eso no lo llamaría tontería precisamente. Uno puede juzgar con libertad los contenidos de los programas, y yo no los defiendo todos, ni comulgo con todos. Sin embargo, tal y como decía Pablo, no es de Dios que nos cerremos dentro de nuestras cuatro diminutas paredes de conocimiento. No está bien que no estemos abiertos a observar, entender y analizar lo que ocurre a nuestro alrededor, ni está bien tener miedo al desafío. Cuando la Biblia habla de que nos apartemos de las cosas del mundo para ser santos como Dios lo es, creo que se refiere más a Gran Hermano que a la historia de un centro de salud donde el personal de noche vive con miedo porque suceden cosas sin explicación.
A día de hoy, sea verdad o mentira lo que hablan en Milenio 3 y Cuarto Milenio, lo cierto es que se encuentran muchas más respuestas en sus programas que en algunas iglesias. Creo que es una necesidad aprender a entender que detrás de todos esos fenómenos y maravillas hay personas que sufren, que están confundidas, que necesitan una respuesta, y que ese terror a lo desconocido es uno de los grandes temas de nuestra humanidad caída.
Y me atrevo a decir sin temor que, en su conjunto, Iker Jiménez hace mucho más por difundir la verdad profunda de la realidad en que vivimos que algunos cristianos, que viven temerosos de la doctrina, de la ortodoxia y esclavos de la normalidad. La santa normalidad, la del «aquí no pasa nada y todo lo que no entiendo es mentira», aunque se lleve por delante verdades reveladas por el mismísimo Jesús en los evangelios.
Al final de Cuarto Milenio Iker Jiménez siempre tiene una reflexión personal, y la del último domingo a unos cuantos que pertenecemos al club secreto nos dejó emocionados y sorprendidos. Él nunca lo había ocultado, pero por primera vez hablaba directamente de que él sí cree en un Dios creador que da sentido al mundo y a nuestras existencias. Y lo dice así, abiertamente, llevándole la contraria al mismísimo Stephen Hawking y al dogmatismo de ese falso cientifismo que se esfuerza en los medios de comunicación con hacerse el dueño de la verdad, aunque sea una verdad fragmentada y tergiversada.
Hay que tener valor para decir eso en público, y mucho más para decirlo en voz alta frente a cientos de miles de personas por televisión, y somos conscientes de lo difícil que es porque muchos cristianoviejos nunca nos hemos atrevido a hacerlo.
Y se supone que somos nosotros los que tenemos la verdad y los que tenemos que dar testimonio. Hay algo dentro de mí, y espero que ese algo sea el que está conectado con Dios, que entiende que esas palabras de Iker Jiménez son algo hermoso y digno de mención.
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