Fui una letra de tango
para tu indiferente melodía.
Julio Cortázar, “Quizá la más querida”
Hace algunos años, el crítico peruano Julio Ortega, profesor de la Universidad de Brown, Estados Unidos, describió los poemas de Julio Cortázar como “candorosamente malos”.
Y es que, ciertamente, no se encuentra al autor argentino en alguna antología importante de poesía latinoamericana debido al peso específico de su obra narrativa, integrante indiscutible del llamado boom de los años 60 del siglo pasado. A nadie se le ocurre comparar sus novelas o cuentos con los textos poéticos que nunca abandonó, al grado de que en las recopilaciones de su labor siempre ha figurado el volumen correspondiente al “más difícil” de los géneros literarios. Pero aun así, a 100 años de su nacimiento, es digna de recordar la constancia con que asumió su labor poética, a sabiendas de que no representaba la parte central de su literatura. Más allá de Rayuela o Las armas secretas y tantos libros más, la poesía de Cortázar se deja leer hoy con una profunda simpatía. Porque dicho sea de paso, quién puede negarle al famosísimo capítulo 7 de Rayuela, su sabor poético, erótico e intensamente directo, en medio de ese gran prodigio prosístico, un ejercicio lírico deslumbrante:
Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.
Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.1
Sobre este trabajo escritural, que fue mucho más que una mera afición, afirma Xabier F. Coronado:
Todos reconocemos a Cortázar por esa portentosa construcción multiforme que es Rayuela; muchos, por sus inquietantes cuentos donde los límites se diluyen dentro de un marco esférico, inestable y perfecto; los menos lo aprecian por sus poemas formales y su poesía amorosa, inquieta y expresiva. Lo cierto es que si leemos los cientos de páginas del volumen IV de sus obras completas, Poesía y poética (Barcelona, 2005), no nos quedarán dudas sobre su indiscutible condición de poeta. Porque desde su infancia Cortázar escribía poemas; sin embargo, de los veinticinco libros que publicó apenas cuatro eran de versos. El primero de todos estaba lleno de sonetos y el último es una recopilación de poemas; en medio, una obra literaria singular y heterogénea donde nos fue filtrando su poesía de diversas maneras.2
Precisamente, sobre lo que menciona este autor, Saúl Yurkievich realizó el esfuerzo de reunir todos los textos poéticos (más de 750 páginas) incluso los dispersos entre libros de prosa como El examen (1950), Historias de cronopios y de famas (1962) y, sobre todo, Último round (1969), entre varios más. El primer poemario, Presencia, integrado por sonetos, publicado con el seudónimo de Julio Denis en 1938, marcó el inicio de un empeño por no alejarse nunca de la palabra poética formal. En 1949 dio a conocer Los reyes, un poema dramático que no se menciona mucho en sus recuentos bibliográficos. En 1971 apareció Pameos y meopas, una antología de textos escritos entre 1944 y 1958. Finalmente, en 1984 (publicado tres meses después de su muerte), Salvo el crepúsculo (título tomado de un haikú de Matsúo Basho) reunió la casi totalidad de sus poemas, distribuidos en 13 secciones. Allí se echa mucho de menos el dedicado al Che Guevara:
Yo tuve un hermano.
No nos vimos nunca
pero no importaba.
Yo tuve un hermano
que iba por los montes
mientras yo dormía.
Lo quise a mi modo,
le tomé su voz
libre como el agua,
caminé de a ratos
cerca de su sombra.
No nos vimos nunca
pero no importaba.
Mi hermano despierto
mientras yo dormía,
mi hermano mostrándome
detrás de la noche
su estrella elegida.
También se extraña “Policrítica en la hora de los chacales”, escrito en los días difíciles del “caso [Heberto] Padilla”.
Fuera de ellos, es posible disfrutar de la orientación lúdica, juguetona y experimental, que Cortázar siempre manejó y que se advierte sobre todo en el título de su segunda recopilación: Pameos y meopas, muy en la línea de sus cronopios. Amigo de grandes poetas como Octavio Paz, Olga Orozco o Alejandra Pizarnik, su poesía, colocada a prudente distancia de su obra narrativa, no desmerece del todo.
Acompañada de diversos grabados repartidos por doquier, la edición mexicana de Salvo el crepúsculo es un auténtico paseo por todo aquello que su autor consideró que debía aparecer como “poético”, incluyendo capítulos perdidos de libros o prosas dispersas. Ya en la primera sección (“Arrimos”) aparecen muestras de lo que podría denominarse la “veta metafísica”, sumamente crítica, en esta poesía. Me refiero a “A un dios desconocido”, que fustiga fuertemente la creencia cristiana, aunque como sucede tantas veces, mediante una expresión cercana a la plegaria exigente, una especie de salmo imprecatorio de resonancias vallejianas. El sonsonete inicial machaca los oídos divinos y expone una larga reclamación aderezada con referencias históricas y hasta teológicas:
Quienquiera seas
no vengas ya.
Los dientes del tigre se han mezclado a la semilla,
llueve un fuego continuo sobre los cascos protectores,
ya no se sabe cuándo acabarán las muecas,
el desgaste de un tiempo hecho pedazos.
Obedeciéndote hemos caído.
—La torre subía enhiesta, las mujeres
llevaban cascabeles en las piernas, se gustaba
un vino fuerte, perfumado. Nuevas rutas
se abrían como muslos a la alegre codicia,
a las carenas insaciables. ¡Gloria!
La torre desafiaba las medidas prudentes,
tal una fiesta de estrategos
era su propia guirnalda.
El oro, el tiempo, los destines,
el pensar, la violenta caricia, los tratados,
las agonías, las carreras, los tributos,
rodaban como dados, con sus puntos de fuego.
Quienquiera seas, no vengas ya.
La crónica es la fábula para estos ojos tímidos
de cristales focales y bifocales, polaroid, antihalo,
para estas manos con escamas de cold-cream.
Obedeciéndote hemos caído.
—Los profesores obstinados hacen gestos de rata,
vomitan Gorgias, patesís, anfictionías y Duns Scoto,
concilios, cánones, jeringas, skaldas, trébedes,
qué descansada vida, los derechos del hombre, Ossian,
Raimundo Lulio, Pico, Farinata, Mío Cid, el peine
para que Melisendra peine sus cabellos.
Es así: preservar los legados, adorarte en tus obras,
eternizarte, a ti el relámpago.
Hacer de tu viviente rabia un apotegma,
codificar tu libre carcajada.
Quienquiera seas
no vengas ya.
—La ficción cara de harina, cómo se cuelga de su mono,
el reloj que puntual nos saca de la cama.
Venga usted a las dos, venga a las cuatro,
desgraciadamente tenemos tantos compromisos.
¿Quién mató a Cock Robín? Por no usar
los antisudorales, sí señora.
Por lo demás la bomba H, el peine con música,
los detergentes, el violín eléctrico,
alivian el pasaje de la hora. No es tan mala
la sala de la espera: tapizada.
—¿Consuelos, joven antropólogo? Surtidos:
usted los ve, los prueba y se los lleva.
La torre subía enhiesta,
pero aquí hay Dramamina.
Quienquiera seas
no vengas ya.
Te escupiríamos, basura, fabricado
a nuestra imagen
de nilón y de orlón, Iahvé, Dios mío.3
En esa misma línea hay que citar, entresacado del Libro de Manuel, como apunta Coronado, “Fragmentos para una oda a los dioses del siglo”.
“Los vitrales de Bourges”, de “Esa belleza en la que toda cosa”, despliega un arte narrativo en puntuales y luminosas visiones descriptivas del sitio en cuestión. Con un epígrafe tomado del Apocalipsis, la combinación minuciosa de los detalles observados con referencias de carácter religioso, hace de este texto un ejemplo de concisión y aliento lírico, porque sin dejar de asumir la increencia básica, el autor no se resiste a la capacidad del espacio aludido para producirle un enorme cúmulo de sensaciones que transmite impecablemente en los bien elaborados versículos que atisban algo más por encima de la luz reflejada, advirtiendo el “tráfico secreto” que rige todas las cosas:
En frente del trono había como un mar transparente de vidrio semejante al cristal.
Apocalipsis 4.6
I
Coral de hierba, mar y vino, por donde la teoría de figuras y de nombres sale al aire,
la grave vocación de las figuras y los nombres
que al ocultar el cielo, árbol abierto sobre el tronco de la viva catedral,
urde este nuevo cielo de cumplidas imágenes,
de profecías y martirios, este jardín regado por la encendida lluvia del espacio.
La nave crece como el altamar de Saint Etienne
bajo los remos transparentes del color
y el resonar de las marinerías invisibles.
El blanco, el verde, el amarillo y el violeta,
el rojo tan precioso, y ese espía del cielo que ilumina
túnicas y ciudades y gualdrapas,
marcan las casas de un zodíaco sembrado
de estrellas en martirio, de apariciones como luminarias.
Los ojos oyen esta música que el sol
una vez más trama en su lira,
una vez más inventa para el hombre.
lnmóvil tiempo de agua vertical, ¡oh transparencia llena de abejas encendidas!
Un polen de mensaje invade el viento curvo de las naves
cuando al nacer de cada día
crece el enjambre rumoroso
desde el profundo tiempo—
Y son las mismas flores y las mismas abejas.
Contra la pesantez de la hora esta alianza de luz,
contra la sed de la agria espera estas cisternas.
Un pueblo, una majada de ojos que apenas sabe
mirar el huerto, el hijo o la gavilla,
alzándose al espacio de las revelaciones—
¡Qué lustración por el asombro, qué radiante colirio,
las plumas de los ángeles, la luz del Paraíso!
Las ancianas mujeres entendían
las relaciones y las moralidades.
El nieto, de su mano, osaba
preguntar por los hechos que entre colores corren.
Y los adolescentes mirarían
a Salomé danzando.
La luz explica las imágenes,
enseña al que medita
cómo el envés hace la flor y la corona,
cómo el lado uniforme en la baraja
guarda todas las suertes.
Un tráfico secreto ordena estos destierros y estas decapitaciones,
como las voces en el coro los, movimientos de la vida o de la muerte
concurren al encuentro de la paz. ¡Oh tapiz sigiloso,
oh suertes cabalísticas, cómo cerrar los ojos contra el tiempo
y abrirlos al Jordán donde las llaves de la Casa se enmohecen
privadas del Pastor y la paloma!
Un tráfico secreto ordena este desorden,
ten confianza y espera. Verás, oirás, perfumarás tu cara
con las presencias que derrama esta constelación de sangre.
Está Santiago, está José, está Constantino,
no en el cristal, ya fuera, ya en el aire.
Así Santa María Egipcíaca abandona la nave y disemina
por campos y encinas y ante cámaras la narración de su destino,
va por las calles como entonces, dulcemente agoniza,
y otra vez un león de humildes ojos ayuda a sostener su cuerpo al borde de la tumba.
Está Santiago, está José, está. Constantino,
y Magdalena envuelta en el cabello de su llanto.
Marta se inquieta por la cena del rabí,
y Salomé volatinera
como una llama que en sí misma trepa,
la tela roja de su danza.
Elige tu figura.
Están el santo, el juez, el heresiarca, el mártir el verdugo,
el hijo pródigo al salir de casa
con un halcón sobre la mano.
Toma una carta y vete
por la vida.4
II
A altura de hombre, cara contra cara,
admitiendo ser vistos en su desnuda condición,
los donadores: carpinteros, herreros, panaderos
peleteros, plateros, curtidores,
y los pacientes albañiles uncidos a la piedra,
y los samaritanos aguateros dando sus lunas de verano a cambio de monedas.
Más arriba, el Misterio.
Portulanos del alma, itinerarios
para encontrar pacientemente
la vía que remonta, el paso oscuro
por entre el lobo y el bandido y la ramera,
hasta la ermita en la meseta, y todo el cielo como un manto
que San Martín da entero al que se humilla.
Más arriba, la sal de las hagiografías.
¡Oh figurillas petulantes, segurísimas
de vuestra gloria, vuestro amor, vuestro martirio,
santos de un impecable itinerario,
profetas de palabra perfectísima,
pueblos de encaramadas torres rubias,
cuánto impudor de niños, cuánta fe,
como una flor que se dibuja minuciosa
en el centro del mundo!
Sus cumplidos trabajos los proponen
al que viene por paz o por ventura.
Como de un niño a otro
muestran al suplicante las promesas del Libro,
le dan las piedrecillas blancas
y el lucero del alba,
Ie dan un globo de figuras
y una pecera con sus peces
y todos los colores para el sueño.
El hombre sale de la iglesia:
después el hambre, los tributos, corvos
azores de combate contra el pecho,
y la desolación sin fin de días y de reyes.
Pero en el centro está la catedral
y en su manzana clara muerde el sol.
El amor, otra constante
Otra vez como entonces
retornas corazón,
a tu distante amor
de caminos y alcores.5
J.C., “A song for Nina”
Otro de los grandes temas de la poesía cortazariana, experimental y lúdica siempre, incluso en sus momentos más solemnes, es el amor. En Salvo el crepúsculo, su recopilación póstuma, los poemas amorosos son frecuentes, instantáneos y fulgurantes: sonetos, versos libérrimos, desamor, erotismo casi fotográfico, queja, lamento, celebración… Todo ello aparece y reaparece en sus textos, siempre trabajados con la fidelidad de un orfebre que supo muy bien dónde aplicó su talento con mayor fuerza, en la narrativa, pero que la poesía le permitió expresar los efluvios íntimos de su ser con particular entusiasmo verbal, a sabiendas de que su prosa era lo más reconocido. Gran lector de Rimbaud y Keats (sobre quien escribió un libro completo), y dominado por una pasión lingüística inacabable, acometió la labor poética una y otra vez durante toda su vida de escritor, con desigual fortuna, como todos, pero satisfecho (porque eso es algo que trasminan sus versos) por no traicionar jamás la forma poética.
Así define Xabier F. Coronado el libro mencionado:
Este libro no es una autobiografía en formato de antología poética —“recelo de lo autobiográfico, de lo antológico”—; se trata del último experimento de Cortázar, “un discurso del no método” sobre su manera de hacer poesía; una obra elaborada y organizada siguiendo la intuición y la certeza que dieron al escritor sus años de experiencia: “No aceptar otro orden que el de las afinidades, otra cronología que la del corazón, otro horario que el de los encuentros a deshora, los verdaderos.” El resultado es un volumen imprescindible para conocer a Cortázar, donde los versos se alternan con textos en prosa que son comentarios sobre su forma de construir el libro y las sensaciones que, después del tiempo, le transmiten sus poemas; y a pesar de que un amigo le decía, “todo plan de alternar poemas con prosas es suicida”, el autor nos confiesa: “Sigo tercamente convencido que poesía y prosa se potencian recíprocamente y que lecturas alternadas no las agreden o derogan”.6
Para él, recuerda Coronado, el poeta era “ese irresponsable por derecho propio, ese anarquista enamorado de un orden solar y jamás del nuevo orden”. En Un tal Lucas escribe:
Ser escritor poeta
novelista
narrador
es decir ficcionante, imaginante, delirante, […]
quiere decir en primerísimo lugar
que el lenguaje es un medio, como siempre,
pero este medio es más que medio,
es como mínimo tres cuartos. […]
y hay otra cosa, simple y grave:
no se conocen límites a la imaginación
como no sean los del verbo,
lenguaje e invención son enemigos fraternales
y de esa lucha nace la literatura.7
Y en otro momento afirma: “Para mí la poesía es una piedra de afilar, prepara siempre alguna cosa para el combate de adentro o de afuera”.8 “Cronología del corazón”: he ahí la fórmula, inmejorable, que el propio autor elige para hablar de su poesía. Como los encuentros furtivos e inesperados de Oliveira con La Maga en el París de Rayuela, los instantes en que Cortázar se dejaba seducir por el ritmo poético dejaron fe de su efectividad a la hora de desarrollar los asuntos amorosos que lo aquejaron.
“Ars amandi”, cuarta sección de Salvo el crepúsculo, es, tal vez, el concentrado amoroso más elocuente para este abordaje por su edad centenaria. Allí aparecen los destellos de una experiencia poética auténtica y bien labrada:
Esta noche, buscando tu boca en otra boca,
casi creyéndolo, porque así de ciego es este río
que me tira en mujer y me sumerge entre sus párpados,
qué tristeza nadar al fin hacia la orilla del sopor
sabiendo que el placer es ese esclavo innoble
que acepta las monedas falsas, las circula sonriendo.
(“After such pleasures”, p. 81)
Nostalgia asumida de alguien que ha encontrado placer pero que se resiste a disfrutarlo incurriendo en el olvido. “Happy new year” es una plegaria de 1951 con destinataria muy concreta Imágenes frutales para nombrar el sentimiento y la lejanía. Ardor casi escatológico, entrada a un nuevo año con distancia de por medio:
Mira, no pido mucho,
solamente tu mano, tenerla
como un sapito que duerme así contento.
Necesito esa puerta que me dabas
para entrar a tu mundo, ese trocito
de azúcar verde, de redondo alegre.
¿No me prestas tu mano en esta noche
de fin de año de lechuzas roncas?
No puedes, por razones técnicas. Entonces
la tramo en el aire, urdiendo cada dedo,
el durazno sedoso de la palma
y el dorso, ese país de azules árboles.
Así la tomo y la sostengo,
como si de ello dependiera
muchísimo del mundo,
la sucesión de las cuatro estaciones,
el canto de los gallos, el amor de los hombres. (p. 82)
Luego, dedica a Cris unos primeros cinco poemas, y luego unos segundos, y unos terceros, en un juego personal y cómplice. Y concluye: “No te voy a cansar con más poemas./ Digamos que te dije/ nubes, tijeras, barriletes, lápices,/ y acaso alguna vez/ te sonreíste” (p. 94). “Una carta de amor” toma de frente las convenciones del género epistolar y las despliega a su modo, con el guiño nada evitable de la autoironía constante y el acento libertario:
Todo lo que de vos quisiera
es tan poco en el fondo
porque en el fondo es todo,
como un perro que pasa, una colina,
esas cosas de nada, cotidianas,
espiga y cabellera y dos terrones,
el olor de tu cuerpo,
lo que decís de cualquier cosa,
conmigo o contra mía,
todo eso es tan poco,
yo lo quiero de vos porque te quiero.
Que mires más allá de mí,
que me ames con violenta prescindencia
del mañana, que el grito
de tu entrega se estrelle
en la cara de un jefe de oficina,
y que el placer que juntos inventamos
sea otro signo de la libertad. (p. 115)
Un “Soneto” lo muestra en plenitud de facultades ejercidas con desparpajo y solvencia, a medio camino entre la confesión y el didactismo:
Esto es amor, oh caracol que aloja
la analecta sonora del pasado
y astuto en su recinto ensimismado
reitera azul de mar y rosa roja. […]
…estatua leal, de espaldas al futuro
con un nombre infinito y repetido
de piedra y sueño y nada, esto es amor. (p. 117)
El desamor, por supuesto, no puede faltar, y también lo trabaja verbalmente, con acuciosidad y desenfado, en un fragmento que rescata al lado de un “bolero”:
La lenta máquina del desamor,
los engranajes del reflujo,
los cuerpos que abandonan las almohadas,
las sábanas, los besos
y de pie ante el espejo interrogándose
cada uno a sí mismo,
ya no mirándose entre ellos,
ya no desnudos para el otro
ya no te amo,
mi amor. (p. 137)
Y en ese tono de despedida y separación, el mejor Cortázar poeta sigue esperando lectores/as para acompañarlos en su camino:
El futuro
Y sé muy bien que no estarás.
No estarás en la calle en el murmullo que brota de noche
de los postes de alumbrado, ni en el gesto
de elegir el menú, ni en la sonrisa
que alivia los completos en los subtes
ni en los libros prestados, ni en el hasta mañana.
No estarás en mis sueños,
en el destino original de mis palabras,
ni en una cifra telefónica estarás
o en el color de un par de guantes o una blusa.
Me enojaré, amor mío, sin que sea por ti,
y compraré bombones pero no para ti,
me pararé en la esquina a la que no vendrás,
y diré las palabras que sé dicen
y comeré las cosas que se comen
y soñaré los sueños que se sueñan.
y sé muy bien que no estarás,
ni aquí adentro, la cárcel donde aún te retengo,
ni allí afuera, este río de calles y de puentes.
No estarás para nada, no serás ni recuerdo,
y cuando piense en ti pensaré un pensamiento
que oscuramente trata de acordarse de ti. (p. 150)
Él advirtió, sobre la lectura misma de sus composiciones, con una mirada casuística, el destino que podrían tener. No renunció a revelarlos y optó por lanzarlos al mar de la complicidad posible, igual que en la advertencia de Rayuela. Oigamos su voz, que equipara vida y amor y poesía en una sola linealidad y en un lugar privilegiado, el poema:
Liviana sensualidad de una combinatoria que mima los juegos del amor, a veces en el texto y siempre en las variaciones de los bloques semánticos, versos o estrofas. Todo lector que entra en el poema tal como lo verá aquí lo está poseyendo por primera vez; los nuevos juegos se cumplirán después en lo ya conocido, buscarán zonas y posiciones aún ignoradas, avanzarán en la infinita novedad erótica como los cuerpos y las inteligencias. Y al igual que en el amor, la fatiga llegará poco a poco para separar los ojos del poema así como separa los cuerpos de la pareja saciada. Si matemáticamente la posibilidad de diferentes lecturas es elevadísima, nadie las agotará porque sería monótono: la memoria se vuelve la antagonista de todo placer demasiado recurrente (pp. 124-125).
.....
1 J. Cortázar, Rayuela. Pamplona, Leer-e, 2012. Puede escucharse a Cortázar leer este fragmento en: www.youtube.com/watch?v=0e4PRMjoqI0.
2 X.F. Coronado, “La dimensión poética de Cortázar”, en La Jornada Semanal, supl. de La Jornada, 24 de agosto de 2014, www.jornada.unam.mx/2014/08/24/sem-xabier.html.
3 J. Cortázar, Salvo el crepúsculo, pp. 26-27.
4 J. Cortázar, Salvo el crepúsculo, pp. 307-310.
5 J. Cortázar, Salvo el crepúsculo. México, Nueva Imagen, 1984 (Biblioteca Julio Cortázar), p. 69.
6 X.F. Coronado, “La dimensión poética de Cortázar”, en La Jornada Semanal, supl. de La Jornada, 24 de agosto de 2014, www.jornada.unam.mx/2014/08/24/sem-xabier.html.
7 J. Cortázar, “Lucas, sus discusiones partidarias”, en Un tal Lucas, http://jcortazar.org/lucas/lucas,-sus-discusiones-partidarias.
8 J. Cortázar, “De un tiempo a esta parte muy impactados”, en Poesía y poética. Obras completas. IV. ed. de Saúl Yurkievich, Barcelona, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, p. 680.
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