El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Edith Vilamajó acaba de publicar Formar para transformar, una reflexión sobre el modelo educativo de las iglesias con propuestas de cambio.
Si se le pregunta sobre su experiencia personal educativa, Edith Vilamajó explicará que, de pequeña, le decían que era mala estudiante, aunque siempre acababa sacando adelante las asignaturas. Desde entonces, su pasión por la educación se ha ido desarrollando hacia una reflexión cuasi obligatoria sobre cómo educamos.
Graduada en Pedagogía por la Universidad de Barcelona, máster en Artes en religión por la Universidad Internacional Trinity y doctora en Teología por el seminario Ashland, Vilamajó acaba de publicar Formar para transformar (Ed. Andamio). Una reflexión sobre los modelos educativos con propuestas de cambio. “Me gustaría que las personas que lo lean puedan decir que es lo que esperaban, que el libro les está explicando lo que siempre han querido explicar y no han podido”, señala.
Un proyecto enfocado intencionalmente a la iglesia. “Si Dios no ha terminado conmigo, la iglesia no debe decir que ha terminado su labor cuando el niño tiene una edad concreta o es joven. La escuela dominical es una herramienta que la iglesia tiene para formar pero no debería ser la única”, dice. Pero, también, con miras a los modelos educativos que se dan en la sociedad y que, según explica, a veces se acaban importando a las comunidades cristianas. “Detrás de cada persona hay todo un mundo y si como comunidad cristiana no somos capaces de incluir todo esto de alguna manera, el aprendizaje no va a llegar”, remarca.
Pregunta: ¿A qué proceso responde este libro? ¿De qué manera surge la idea de escribir un libro sobre la enseñanza en la iglesia?
Respuesta: Este libro es, en parte, el producto de mi trabajo de la tesis doctoral. Este trabajo lo empiezo a través de la tesis doctoral y, luego, la editorial Andamio me propone transformar esa tesis en un libro para que sea legible para un público general. Esta es la respuesta rápida. Pero hay otros elementos que convergen. Uno es toda una etapa personal mía de cómo yo he vivido la educación en general, desde que era niña hasta el día de hoy. He reflexionado bastante acerca de la manera en la que aprendo. Siempre me decían que era mala estudiante pero que me esforzaba. También está la vertiente de mi etapa ministerial. Todo lo que he podido vivir mediante formar a otros, porque en la obra estudiantil en la que he estado casi todo lo que he hecho ha sido formar a estudiantes y obreros. Así que también hay mucho de reflexión en el libro en cuanto a mi vivencia ministerial. En este sentido, mi pregunta siempre era cómo formar a los estudiante para que hagan las cosas. Y por último, mi bagaje académico. El Señor me ha dado no solamente el regalo de mis estudios en Pedagogía en la Universidad de Barcelona, sino que también tuve la oportunidad de realizar una maestría en teología y un doctorado en el extranjero. Cuando llegué al punto de escribir mi tesis, que luego se ha convertido en el libro, sentí muy fuerte que Dios me estaba dando la oportunidad de parar y articular todo lo que en cierta manera había intentado pero que creo que no había podido explicarlo bien. Y el producto ha sido intentar articular esas tres ramas en forma de libro.
P: ¿Qué efecto esperas y deseas que tenga este libro entre las iglesias evangélicas en España?
R: Comencemos al revés. Lo que no quiero es que este libro se compre porque la gente me conoce y se quede en las estanterías. El libro tiene una propuesta de herramienta, con espacios para escribir, preguntas y ejercicios. Entonces, realmente es una herramienta de trabajo y me gustaría mucho que la gente que lo compre lo trabaje. No solamente ellos, sino también con sus equipos. Hay un autor que cito en mi libro, Parker Palmer, que ha sido una de mis grandes influencias y habla de que para ver un cambio tienen que haber cuatro etapas. La primera es que una persona vea la necesidad de cambio y se comprometa a no vivir una vida más dividida. La segunda es que lo comparta con otros que son afines y comiencen a hablar y compartir. La tercera es que esta persona de un paso público anunciando lo que cree y lo que quiere ver. Y la cuarta es esperar los resultados, que no siempre vienen como resultados que el mundo da, de premios y de gloria, sino que simplemente el hecho de haber sido fiel e íntegro con lo que se cree ya es un resultado y una recompensa. A mí me gustaría que el libro sirva para comenzar, al menos, con el primer punto. Que las personas que lo lean puedan decir que es lo que esperaban, que el libro les está explicando lo que siempre han querido explicar y no han podido. Dar ese primer paso de reflexión y apuntar hacia el cambio.
P: Presentaste el libro el pasado 26 de octubre. Aunque quizás es pronto, ¿qué reacciones prevés en las iglesias después de escribir y publicar un libro que hace autocrítica de la manera en que se está abordando el ministerio de enseñanza en muchas comunidades?
R: Compartí la portada con algunas personas que, en seguida, dieron su opinión sobre posibles cambios. Yo hablé con la editorial y me dijeron que habrá muchos comentarios pero que es necesario seguir adelante con lo que el Señor ha puesto en el corazón. Yo, lo que tengo lo doy. Lo he dado con todo mi corazón. Todo lo que Dios me ha dado lo aporto y estoy aprendiendo. Sigo siendo una estudiante y estoy abierta al diálogo. Una de las personas que ha leído mi trabajo para poderlo recomendar me hizo una crítica muy buena que tiene que ver con la contextualización. Es decir, con cómo lo que yo propongo encaja en los modelos en España. Soy española y escribo pensando en el español, pero llevo muchos años fuera y hay cosas que me las estoy perdiendo y no las acabo de conectar. Pero este es mi objetivo, también. Fomentar la reflexión y llevarla a la autocrítica. Yo la propongo pero me gustaría que las personas que lean el libro, sean ellas mismas las que empiecen a pensar en ello. Tengo curiosidad al respecto porque la española, como cultura, no tolera muy bien la crítica. Sin darnos cuenta nos acomodamos muy fácilmente a nuestras formas y lo que el libro propone es un cambio. Entonces, quiero animar al diálogo y a la reflexión para que se vayan produciendo los cambios necesarios.
P: Ya que hablas de contextualización, ¿hasta qué punto el libro contiene influencia de tu nuevo contexto cultural?
R: Mi educación es en Norteamérica. Mi tesis doctoral está basada en un proyecto que hice en Irlanda del Norte, entonces tuve que trabajar bastante bibliografía británica. Conozco mejor la escena estadounidense, así que seguro que tengo influencia de allí. No lo voy a negar. He escrito para un público español. Soy española y amo a mí país, pero sí, seguro que este trabajo viene tintado por toda la mochila que traigo llena de cosas. Pero creo que es bueno plantear unos principios, algunas formas de pensar, y que luego sean las personas las que lo apliquen en su contexto. Me gustaría animar a la gente a que no se detengan en la pura reflexión teórica, sino que vayan a la resolución pragmática.
P: ¿Cómo está educando hoy la iglesia evangélica en España?
R: Precisamente creo que es una de las cosas que hay que pensar, el hecho de si la educación es solo la escuela dominical y cuando el niño ya ha llegado a una edad determinada se acaba esta necesidad. Cuando los niños llegan a ciertas edades les toca bajar al culto y parece que se ha acabado la etapa formativa. Funciona un poco como la universidad, que cuando se acaba uno ya debe sentirse preparado para la vida. Creo que ese es uno de los errores fundamentales que cometemos, sin ánimo de que se interprete esto como negativo. La educación la ceñimos a la temporalidad. Hacemos una etapa educativa y cuando se acaba ya está, cuando está claro que en la Biblia, cuando Dios habla de santificación, hace referencia hasta la gloria, hasta cuando vuelva. Así que la formación es un proyecto de vida y, como tal, si Dios no ha terminado conmigo, la iglesia no debe decir que ha terminado su labor cuando el niño tiene una edad concreta o es joven. La escuela dominical es una herramienta que la iglesia tiene para formar pero no debería ser la única. Deberíamos proyectar una formación a largo plazo.
P: Ampliemos el foco a la oferta de estudios teológicos que existe hoy. Siempre está el dilema de hasta qué punto se está cayendo en una excesiva teorización y se está descuidando la práctica. Como docente, además, en una escuela teológica, ¿cuál es tu percepción?
R: Según entiendo, mucha de la educación teológica que se está ofreciendo se basa en planes de educación teológica bastante tradicionales. Lo cual es importante para fundamentar. Pero, a veces, ocurre que hay un divorcio, una desconexión, entra la realidad y lo que la iglesia necesita o pide. Esto no es simplemente un comentario personal, sino un debate muy grande que se está dando a nivel académico. Los teólogos y las iglesias hablan sobre cómo, a veces, la educación teológica no responde. Por qué el seminarista sale del seminario y no sabe cómo hacer un entierro, un bautismo o pastorear una iglesia en general. Ahí se produce un divorcio entre lo que uno ofrece y lo que el otro recibe. Por otro lado, hay una tendencia a formar a los estudiantes muy en base al día a día, de forma muy práctica, didáctica y ministerial. Tampoco se puede alcanzar ese extremo sin tener ciertos fundamentos. Pienso que es, más bien, una cuestión de que las asignaturas que se hacen se impartan de tal manera que conecten con el día a día. Es la misma cuestión que planteamos con una predicación. Si se hace una buena exégesis pero no hay una buena praxis, no sirve de nada. Y quienes dicen que son los oyentes los que deben hacer la praxis en sus casas no siempre tienen razón. Por eso veo una disonancia muy fuerte entre la teoría y la práctica. Quizás no se trata de qué asignaturas se imparten y cuáles no, sino de que cuando se imparten, tratar de observar cómo se relacionan los pasajes bíblicos que se están tratando con el día a día ministerial y espiritual del alumno. Creo que ahí hay desconexión y la educación teológica contemporánea no acaba de afinar en eso.
P: ¿Y planteas en tu libro alguna manera de superar o resolver ese divorcio?
R: Hago una propuesta muy concreta sobre una pedagogía integradora, que integra a nivel horizontal y vertical. Cuando hablo de pedagogía integradora me refiero, en primer lugar a la que conecta la mente con el corazón. La información no puede quedar simplemente en el conocimiento, sino que debe bajar al corazón. Tiene que ser algo que cambie a la persona, que la transforme, y algo que también vaya a las manos, que se pueda utilizar en el ministerio de forma práctica. Pero también debe ser horizontal en el sentido de no ser individualista, sino comunitaria. Cada uno es parte de un pueblo, el pueblo de Dios, y debe conectar y aprender con el resto, alimentarse mutuamente para que sea un aprendizaje mucho más rico. Así que hay varios niveles para que se trate de una pedagogía integradora.
P: ¿Cómo se desarrolla ese sentido colectivo de la educación en las iglesias?
R: Hay apartados del libro que yo ya había investigado durante la tesis, pero hay otros que son nuevos porque pensaba que conectarían bien. Y este es uno de los que más me fascinaba. Cuando hablamos de aprender en comunidad el énfasis suele ser en estrategias pedagógicas, pero a medida que iba leyendo la Biblia e iba trabajando el tema, tenía mucha más carga por el principio que por la práctica, porque esta no se limita a hacer un ejercicio en grupo, sino que implica crear el ambiente para que se pueda aprender juntos. En este sentido, una de las palabras que cito en el libro para reflejar esta idea es ‘hospitalidad’. Si entendemos este concepto como el hecho de crear una atmósfera que invite a la persona extranjera a mi hogar, esto traducido al contexto educativo quiere decir que el profesor invita al estudiante a una aventura de aprender y, por lo tanto, hay que crear un espacio en el que la gente se sienta cómoda y segura. Y esta misma seguridad es la que va a generar el deseo de compartir, y a que salgan cosas buenas y no tan buenas. Pero no solo aprendemos en la fuerza, sino también en la debilidad. Cuando somos capaces de abrir estos espacios, creamos mucha oportunidad de sanar y crecer. Son conceptos muy nuevos y quizás no nos atrevemos. Por ejemplo, si yo soy una profesora que está dando clase y solamente hablo yo, quizás el alumno esté pensando en cualquiera de los problemas que pueda tener. Detrás de cada persona hay todo un mundo y si como comunidad cristiana no somos capaces de incluir todo esto de alguna manera, el aprendizaje no va a llegar. Pero cuando se crean espacios en los que la gente se siente segura, libre, querida, amada, respetada y aceptada, esto facilita mucho el aprendizaje. Esta es la propuesta.
P: ¿Qué hay sobre las escuelas evangélicas al respecto del modelo que planteas?
R: Te respondo a nivel personal. Mi hijo tiene 4 años y comenzó el año pasado el colegio en una escuela evangélica. Mi marido trabaja en esa misma escuela evangélica desde hace poco. Yo siempre dije que si tuviese un hijo nunca lo llevaría a un centro evangélico, pero después de tener a un hijo, las cosas se ven de otra manera. Mi hijo ahora está allí no solamente porque el gobierno le subvencionó los primeros años de educación, la etapa preescolar, sino que ahora nos planteamos pagar una escuela privada para que se quede en esa escuela evangélica. ¿Por qué? Vivimos tiempos malos y nuestra fe nos separa del mundo. Esto no quiere decir que nos aislemos. Pero una cosa es educar a adultos y otra a niños, que necesitan un buen fundamento y entender los conceptos fundamentales. Las escuelas evangélicas son una buena forma de darle a un niño un buen fundamento para que luego se enfrente al mundo con más seguridad. Algunos hablan de adaptación, pero no es lo mismo tener tres años que doce. Esta esa una respuesta desde una perspectiva personal y de familia, en la que todavía estoy trabajando y dándole vueltas. Volviendo al tema del libro, creo que la iglesia tiene mucho que aportar al mundo en el que vivimos. Si se proponen modelos educativos buenos que salen de la Palabra y que se pueden transferir al mundo en el que vivimos, creo que la iglesia tiene qué aportar en ese sentido. El problema es que ha sido al revés y la iglesia se ha adaptado a los modelos del mundo. Si vamos a una escuela dominical de adultos de cualquier iglesia veremos que siguen un modelo secular, donde hay una clase magistral en la que el profesor lo sabe todo y los alumnos nada. Ahí es donde debemos plantearnos cómo podemos ser de influencia en el mundo en el que vivimos.
P: En relación al título, y en este sentido, ¿qué pasa cuando la iglesia forma y transforma vidas?
R: Quizás se vea un pedacito de cielo en la tierra (ríe). No podemos olvidar que somos imperfectos y la obra sigue. A menudo nos hemos quedado con un dios pequeño, una iglesia pequeña y unos propósitos pequeños. Estoy convencida de que hemos dejado de creer que Dios nos transforma y nos quiere dar más. Hemos olvidado que Jesús nos dijo que vino al mundo para darnos vida, y vida en abundancia, y nos hemos quedado con un poco de vida y la abundancia la hemos dejado para la eternidad. Siempre he creído que la educación lo podía todo, pero me he dado cuenta de que no es así. Por eso escribí este libro. La educación puede mucho, pero el Espíritu Santo y la Palabra de Dios, conjuntamente con la educación, son una bomba de recursos que tenemos que usar y que no se ha hecho con el potencial con el que se podría.
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