Van Gogh entró en una “gran noche”, que Paul Klee llamó su “tragedia ejemplar”.
El culto a su genio y su locura hace que muchos hoy, vean su arte como fruto de un “martirio”, que relacionan con su educación protestante. Se ven así sus primeros años como marcados por una “luz oscura”, pero ¿cómo era en realidad el medio calvinista en que creció? Muchos se imaginan la disciplina estricta de una fe fundamentalista, pero la verdad es que su padre era un pastor reformado bastante liberal. Hablaba más de Cristo como ejemplo, que como sustituto del pecador. De hecho, su padre había sustituido la teología evangélica por un moralismo asfixiante.
El calvinismo ortodoxo siempre ha creído que el hombre no podía cumplir por si mismo la Ley de Dios, por lo que nuestra vida depende totalmente de la obediencia que Cristo ha mostrado en nuestro lugar. Mientras que el evangelio que el padre de Van Gogh predicaba era más bien la imitación de Cristo, que tanto ha atraído al catolicismo-romano. La diferencia no es una cuestión de matices. Lo que está en juego es el enorme abismo que existe entre la gracia y un moralismo evangélico. Para Van Gogh, el cristianismo consiste en un amor que Cristo despierta en nosotros, pero que nosotros debemos lograr con todos nuestros esfuerzos. No es extraño que sinceramente el artista pensara, que para su padre, él nunca llegó a dar la talla. Tal fe lo que pone en evidencia es todas nuestras faltas y contradicciones, pero no hay en ella ninguna buena noticia.
PREDICADOR DEL AMOR
A diferencia de otros artistas, Van Gogh leyó y escribió mucho. Apreciaba especialmente La vida de Jesús de Renan (1863). Este escritor francés describe a Cristo como un idealista sensible, un genio de la ética, que como héroe trágico inspira con su nobleza grandes obras. El pintor consigue este libro cuando está en
Londres en 1875, y escribe a su hermano Theo largas citas en sus cartas. Su pensamiento romántico busca entonces “el amor por el amor”, en la imposible tarea universal de “acabar con la vanalidad de la vida humana”. Es por eso que decide hacerse predicador...
Al prepararse para estudiar teología en Amsterdam en 1877 y 1878, su iniciación en el griego y el latín va acompañada de grandes ejercicios de ascetismo. Y como un nuevo San Francisco, el Van Gogh que va finalmente como misionero al Borinage, comparte sus posesiones con los “desechados de la tierra”. Su radicalidad le lleva a una crisis, por la que abandona finalmente el ministerio, y se entrega con igual fervor al arte. “Pintar es una fe”, le escribe a su hermano Theo, en su carta 493.
Predica así con imágenes, como el cuadro que hace tras la muerte de su padre. Muestra una gran Biblia, que recibió de él como herencia, abierta por
Isaías 53, con el anuncio del Siervo sufriente del Señor. Todo el espacio en torno a ella está oscuro. La única vela que podría dar luz, está apagada. Lo que está iluminado es la portada de un libro que parece muy usado:
La alegría de la vida de Emilio Zola. Su título llama a engaño, ya que trata en realidad de las miserias de la vida. ¿Qué quiere decir con esto? Que en la miseria de cada día, mostramos los hombres, la imagen del Siervo sufriente. La Biblia nos da así un ejemplo, que podemos entender mejor a la luz de Zola, que de cualquier escritor piadoso. ¡Es el Cristo de Renan, no el de los Evangelios!
EL CRISTO DE VAN GOGH
Van Gogh identifica así a Jesús con cualquier chica que conoce en un café, como hace en su particular visión del
Ecce Homo (carta 533). Y el artista inicia de ese modo un particular Getsemaní, que recorre entre olivos, cipreses y campos encendidos de trigo. Es como si con él toda la tierra, la naturaleza y el cosmos, se presentará unida al varón de dolores. Sus amarillos se hacen así expresión de terror, pero también de consuelo. Esa luz solar se convierte de esta manera en un símbolo de comunión con un
amor cósmico. Es por eso que en
La resurrección de Lázaro, la obra que basa en un boceto de Rembrandt, Cristo es sustituido por un destello de sol. No se trata de usar símbolos naturales como en el cristianismo primitivo, sino todo lo contrario: dar una luz de eternidad a una naturaleza hecha subjetiva. El arte se hace así religión.
Cristo es para Van Gogh, el más genial de los artistas, ya que “hace a la gente viva, inmortal” (cartas 635-636). Y hasta el final, Jesús sigue siendo su ejemplo, en su misión como artista. Pero no es nada más que eso, su ejemplo, en una vida sin Dios, buscando su salvación por su propio camino, “a través del dolor a la gloria”. Porque a pesar de la incomprensión que sufrió, él siempre creyó en su arte, que vio como un evangelio para la humanidad: “consuelo para las próximas generaciones”. Es esa confusión la que le lleva a escribir en una de sus cartas poco antes de su suicidio, que se veía a sí mismo “como un bonzo, un simple adorador del eterno Buda” (701). Pero incluso cuando habla en lenguaje cristiano su fe no es más que fe en sí mismo.
VIVIR COMO DIOSES
Y es así como muchos de nosotros queremos vivir todavía con nuestra capacidad creativa, como dioses, crear nuestra propia verdad, en nuestro propio “universo” personal “renacido”. De ese modo intentamos vivir y morir, creando nuestra propia existencia, aunque su final no nos lleve más que a una destrucción eterna. Y ¿no puede ese dios pedir a veces sacrificios humanos? Sí, por ejemplo cuando pierdes tu capacidad creativa. El suicidio se convierte así en tu último acto creativo. Esa es la tragedia de Van Gogh, pero una tragedia nada ejemplar. Es por eso que su mirada muestra la pasión de la desolación, del temor ante un vacío que le hace exclamar: “Cuando siento necesidad de religión, salgo por la noche y pinto las estrellas”...
No sé si Van Gogh descubrió que hay Alguien más allá de las estrellas, que nos comprende y nos ama, no por lo que nosotros hacemos, sino por lo que Cristo Jesús ha hecho por nosotros. Escondidos detrás de ese Sol de justicia, podemos vivir en la Luz. Pero si confiamos en nosotros mismos, en vez de su vida y su calor, recibiremos su luz cegadora, por lo que tendremos que vivir en terrible oscuridad. Nos da miedo ponernos ante esa Luz que todo lo pone en evidencia. Pero no hay mayor consuelo que encontrar refugio a la sombra del Hijo de la Luz.
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