Habían convertido la casa de Dios en cueva de ladrones y eso no podía tolerarse. Eso es lo que hace peligrosa a la tolerancia, porque es una noción escurridiza y de dos caras, de la que se ha dicho que es fácil de aplaudir, difícil de practicar y muy difícil de explicar.
Todos soñamos con la paz y la tolerancia. Podemos y debemos respetar la diversidad pero no podemos “permitir el mal sin aprobarlo” porque esto supondría no respetar las reglas del juego y las normas de convivencia se deteriorarían. Y es que la demasiado tolerancia o la tolerancia mal entendida nos hace blandos, flexibles y faltos de convicción.
Nuestra sociedad es blanda con el alcohol, con las drogas, con la delincuencia y en estos momentos con el terrorismo. Esto significa que quien ejerce la autoridad, ya sea el gobernante, el padre de familia, el profesor, el policía, etc., están obligados a defender el cumplimiento de la norma común, sin la cual la convivencia se deteriora y todos salimos perdiendo.
Confucio ya soñó con una época de tolerancia universal que se llamaría la gran comunidad. Sin embargo demasiadas hogueras en largas noches oscuras se han encendido a lo largo de la historia, siendo el siglo XX el siglo mas sangriento de la historia. En
El mercader de Venecia,
Shakespeare hace un elogio insuperable de la clemencia: bendice al que la concede y al que la recibe; es el semblante más hermoso del poder, porque tiene su trono en los corazones de los reyes; sienta al monarca mejor que la corona, y es un atributo del mismo Dios. Y Cervantes hará decir a don Quijote que no es mejor la fama del juez riguroso que la del compasivo y a Sancho, como Gobernador de la ínsula Barataria, le aconseja: “
Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia” Sin embargo las matemáticas tienen estrechez de miras pues no permiten deducir que 2+2 sean 5, ni un piloto en medio de una tempestad puede ser tolerante, sino que debe tomar el timón e intentar salir de las turbulencias.
Y es que Dios tiene unas leyes físicas, morales y espirituales que son inexorables, cuyo incumplimiento trae consecuencias. Si meto el dedo en el fuego, por muy tolerante que sea, terminaré quemándome. Si ando de “botellón” los fines de semana, terminaré siendo un alcohólico y destrozando mi familia, si vivo apartado de Dios encontraré el mal a la vuelta de la esquina, porque la tolerancia también mata.
Cuando una sociedad como la nuestra, no se da cuenta de que determinadas cosas no permiten hacer la vista gorda y que la tolerancia equivale el traicionar los principios de convivencia (si hablamos de la sociedad) o los ideales o la fe (si hablamos de moralidad y espiritualidad) es que está narcotizada y zombi.
Sin embargo la tolerancia es una virtud cristiana, un valor cristiano, pues no somos tolerantes con el error, pero si somos respetuosos con la libertad ajena porque la verdad no tiene temor de esa clase de libertad de conciencia.
Pero en la vida social y política la tolerancia se convierte en debilidad ( si se lucha por el poder) y se usan medios injustos para oponerse a sus rivales. Por eso Cristo nos ha enseñado que no solo tenemos que decir la verdad, sino llegar a amar a nuestros enemigos.( Mateo 5:44) Tenemos que estar en paz con todos los hombres y hacer con los hombres lo que queremos que ellos hagan con nosotros.
El cristianismo es una religión tolerante (y pese a ello la Inquisición y la Guerra de los 30 años son monumentos de horrenda intolerancia), no enseña que usemos medios sucios para conseguir los fines deseables, sino que suframos con paciencia a los demás.
Pero a la vez es intolerante con las ideas contrarias a la verdad aunque nos maltraten y persigan.
Es pues la tolerancia algo demasiado escurridizo para los tolerantes y para los intolerantes que deben buscar en estos momentos un punto de encuentro desde principios fundamentales y valores cristianos.
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