El difícil carácter de Robert Zimmerman (Duluth, 1941), que es como se llama en realidad Dylan, ha puesto a prueba a menudo a sus seguidores. Aunque ninguno de sus bandazos, desde la electrificación de su banda el 65 hasta su giro al
country el año 69, es comparable a su chocante inmersión en el cristianismo a finales de 1978. Tras una gira agotadora por todo el mundo, Dylan había tenido una frenética actividad, por la que intentaba huir del fracaso de su matrimonio con Sara. Se casó con ella en secreto en 1965, tuvieron cuatro hijos (cinco, con otro que tenía ya ella), y aunque se separaron en 1974 (la época de
Blood on the Tracks)
, se habían vuelto a reconciliar al año siguiente (cuando hizo
Desire)
. Pero su divorcio el año 77 abre una larga lucha por la custodia de sus hijos, que han sido siempre muy importantes para él. Muchas de sus canciones describen en realidad esa historia de amor y odio, que es su matrimonio con Sara.
Dylan se sentía tan infeliz entonces, que había llegado a considerar seriamente la posibilidad del suicidio. Algo insólito en él, que suele ser más agresivo que desesperado.
Algunos de los amigos y músicos de su banda se habían hecho cristianos, tras los excesos de los años sesenta y principios de los setenta, cuando muchos habían visto sus vidas arruinadas por los abusos del alcohol y las drogas. Otros dicen que Dylan tuvo una visión de Jesús como Rey de reyes, en un hotel de Tucson (Arizona).
Lo cierto es que si hubo una persona clave en su conversión fue una mujer afroamericana llamada Mary Alice Artes, que había llegado a formar parte de la Comunidad de la Viña, una pequeña iglesia evangélica en el valle de San Fernando de Los Ángeles.
HISTORIA DE UNA CONVERSIÓN
Esta
Comunidad de la Viña en concreto, había sido fundada el año 74 por un pastor y cantante de origen luterano llamado Ken Gulliksen. Al ser una iglesia pequeña, carecía de local propio, por lo que se reunían en lugares alquilados o en la misma playa.
A principios del 79 Artes puso en contacto a Dylan con dos pastores de esta comunidad, llegando a entrar en una escuela de discipulado, donde estudiaron la Biblia cada mañana durante más de tres meses. Los dos fueron bautizados aquel mismo año. Un libro clave para él entonces fue
La gran agonía del planeta Tierra, la particular visión apocalíptica de Hal Lindsay, por la que Dylan entendió que estábamos al borde de la batalla de Armagedón, un conflicto mundial que comenzaría después que Rusia atacara Oriente Medio, y China se presentara allí con un ejército de dos millones de soldados.
Su nueva fe le empezó a inspirar canciones tan diferentes que pensó en cedérselas a una de sus cantantes afro-americanas, pero finalmente decide grabar Slow Train Coming en 1979, un disco que habla directamente de su nueva relación con Jesucristo. Sus primeros conciertos en San Francisco muestran a un Dylan diferente, que se niega a cantar sus antiguas canciones, repitiendo las palabras de Pablo a los
Corintios: “Las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”. Las actuaciones comenzaban con temas
gospel interpretados por las mujeres que le acompañaban entonces, con las que parece que tuvo también relaciones íntimas. Ya que lo sorprendente es que su fe no ha demostrado tener demasiadas consecuencias en el terreno de su moralidad sexual.
Todas estas cantantes afro-americanas se consideraban por supuesto cristianas.
Bob oraba de hecho antes de los conciertos con todos sus músicos, a los que se veía a menudo cogidos de la mano en círculo. Vestido con su cazadora de cuero negra, parecía un cantante de
rock, pero hablaba como un predicador. Sus sermones provocaban la respuesta a gritos de un público que no sabía cómo reaccionar ante todo aquello. La mayoría de los críticos le ridiculizaron entonces terriblemente. “Divinamente horroroso”, titulaba su crónica uno de los comentaristas. Otro decía: “Dylan ha escrito algunas de las más banales canciones de toda su carrera, carentes de toda inspiración e imaginación”. Y el principal diario de San Francisco profetizaba de hecho que “años después, cuando los historiadores sociales miren atrás hacía estos años, la conversión de Dylan será una concisa metáfora del inmenso vacío de esta época”.
LA FE DE DYLAN
¿Qué ha quedado entonces de su fe? Muchos me han hecho esta pregunta desde la monografía que hice sobre Dylan el año 85 para Andamio. La verdad es que nunca he sabido muy bien qué decir. Siempre ha sido muy difícil saber algo con seguridad de esta leyenda viva de la música norteamericana. Ya que sus entrevistas suelen basarse en lacónicas declaraciones, apenas tiene vida social, y rara vez dice algo en medio de las canciones de sus conciertos.
Una de las últimas biografías de Dylan, la ha hecho
un periodista londinense llamado Howard Sounes. Acaba de ser publicada en castellano en una edición de bolsillo. En ella hay bastante información sobre estos últimos años...
Es evidente que Dylan estaba buscando algo que diera sentido a su vida. Estaba angustiado e inquieto. Abusaba del alcohol, y se sentía culpable y desorientado. Se encontraba tan bajo de ánimo que necesitaba algo o alguien que le ayudara a levantarse. “No podía hacerlo solo”, cantaba en
Ángel precioso:
“Tú me mostraste que estaba ciego, / cuán débil era el fundamento sobre el que me sostenía”. Y confiesa a la
Mujer del Pacto: “He sido roto / destrozado como una taza vacía / sólo espero que el Señor me reconstruya y me llene”, una vez que ha encontrado “una mujer temerosa de Dios”.
Un periodista que ha escrito un libro sobre aquella época, Paul Williams, reconoce que aunque él no sea cristiano, “su gratitud a su Señor y a la mujer que le mostró el camino, está expresada de un modo tan hermoso y humilde, que aunque uno sea extraño a todo eso, no puede menos que conmoverse”.
En
¿Qué puedo hacer yo?, Dylan cantaba al Señor: “Tú me has dado vida para vivir”. Y su oración era sincera. Podía decir: “He escapado de la muerte tantas veces, que sé que sólo vivo / por la gracia salvadora que está sobre mí”. Dylan estaba verdaderamente agradecido. Souman cree que “Bob creía de verdad lo que cantaba, y al final sufría por hacer pública su fe”. Ese es el cuadro que hace también el pintor Francesco Clemente en otro librito sobre aquellos días, en que parecía tan empecinado e inamovible en sus creencias. Pero enseguida descubrió otra realidad dentro de él: “Son los caminos de la carne, / la guerra contra el espíritu, / 24 horas al día, / puedes sentirlo, puedes oírlo” (
Solid Rock).
LUCHA ESPIRITUAL
“Satanás te susurra: / Bueno no quiero que te aburras, / cuando estés cansado de esa señorita / tengo otra mujer para ti”, canta en
Inquietud en la mente (
Trouble in Mind). Estos son probablemente algunos de los versos más reveladores que ha hecho Dylan en toda su vida. Aquí vemos la realidad de su problema, que de una forma evidente se muestra en su difícil relación con el sexo. Es eso de lo que “estás todo el tiempo defendiéndote, / que no puedes nunca justificar, / dices que todo el mundo lo hace / así que piensas, no puede estar mal”. Aquí están todos sus miedos, dudas y miserias, entre los que se debate a lo largo de todos estos últimos años. Su biografía nos muestra cómo va de una a otra relación, esperando que una mujer le redima de esa angustia, que le hace clamar a Dios: “Señor, quita esta inquietud de mi mente”.
“Aquí viene Satanás, / el príncipe de la potestad del aire, / él te va a hacer una ley para ti, / construir un nido de pájaros en tu pelo, / y adormecer tu conciencia / hasta que adores la obra de tus manos, / y estés sirviendo a extraños, / en una tierra lejana y vacía.” No puedo escuchar estas palabras de
Inquietud en la mente sin pensar en Dylan ahora, solo y aislado. Es por eso que algunos seguimos rogando a Dios por Bob, para que encuentre la paz que todavía no ha encontrado. Porque como él bien sabe, ya que es una de sus canciones preferidas: “Tienes que servir a alguien, / puede ser al diablo, / o puede ser al Señor, / pero tienes que servir a alguien” (
Gotta serve somebody).
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